Capítulo 19 | Para ti

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Escucho la voz de mamá a lo lejos.

—¡Diana! dime algo por favor.

Poco a poco recupero la vista, estoy en mi habitación.

—¿Qué me pasó?

—Te encontré desmayada afuera de la casa, ¿Estás bien?

—Desmayada... ¡El boleto! ¿Dónde está?

—¿De qué hablas hija?

—¿Y la caja de malvaviscos?

—Te refieres a esta.

—Sí, dámela, gané el bol... ¡Oh por dios! Esto no está pasando, ¿En dónde rayos está?

Desarmé la caja por completo, los malvaviscos terminaron en el suelo.

De manera absurda busqué debajo de mi cama y en el estuche de mi violín, pero no había rastro del boleto, había desaparecido y quise desmayarme de nuevo.

—¡Cuidado hija! —me sujetó mamá.

—¡No! ¡Maldición! —vociferé entre lágrimas.

—Tranquila Diana, estabas tan ilusionada que de seguro lo imaginaste.

—Sé lo que vi, el boleto estaba en la maldita caja.

—Por favor cálmate, no te pongas así.

—Entiende mamá, conocer a Tyler es mi sueño, ahora nunca podré cumplirlo —caí de rodillas al suelo y lloré amargamente.

De nuevo mi vista se nubló y perdí la conciencia.

Abro mis ojos, sigo en mi habitación pero esta vez la doctora Peterson está a mi lado, ella es mi psicóloga.

De vez en cuando voy a sesiones gracias a mamá y su preocupación innecesaria sobre mi ya extinta invisibilidad.

—¿Cómo te sientes Diana? —me preguntó.

—Doctora Peterson,¿Qué hace aquí?

—Tu mamá me dijo que tuviste algunos desmayos provocados por una alteración en tus emociones.

—Necesito mi boleto para conocer a Tyler.

—Escucha Diana, fui joven como tú, tuve ilusiones y sueños, sé que eso muchas veces puede jugarle una broma a tu cerebro.

—¿Está insinuando que estoy loca?

—Para nada, lo que quiero decir es que anhelas tanto conocer a tu ídolo, que tu cerebro te hizo ver un boleto donde nunca lo hubo.

—Vi ese boleto, se lo juro, quiero mi boleto, quiero conocer a Tyler Addison Skies.

La doctora no dijo más, me entregó un vaso con agua acompañado de un calmante.

—Esto te hará sentir mejor —dijo y se marchó de mi habitación.

El calmante efectivamente me hizo sentir mejor, pero no disminuyó el dolor en mi corazón provocado por un sueño roto.

No mienten cuando dicen que el sonido más aterrador que se pueda escuchar es el de un sueño rompiéndose en mil pedazos.

Lloré toda la noche, ni siquiera podía ver un póster de Tyler sin sumergirme en un vasto mar de lágrimas.

Mamá escuchó mi llanto y se quedó a mi lado durante toda la madrugada.

Me sentía tan mal que ni siquiera pude tocar el violín o dibujar margaritas a las cuatro de la mañana.

Mientras planchaba mi cabello y me ponía mi uniforme de porrista, mamá entró a mi habitación.

—Hija, no creo que estés en condiciones de ir a la secundaria hoy.

—Tienes razón mamá, no me siento nada bien.

—Llamaré para avisar que no asistirás.

—Bien —musité.

—Me voy a trabajar, nos vemos.

Justo cuando mamá se fue, salí a la acera para buscar el boleto; aún mantenía la esperanza de encontrarlo.

Busqué por todo lado mas no lo encontré; debajo de las rocas, en el césped, incluso en el buzón, por si alguien lo encontró.

Hubo un momento en el que llegué a pensar que lo imaginé, tal y como decían mamá y la doctora Peterson.

Decidí buscar en las calles cercanas, al mismo tiempo le envié un mensaje a Evan diciéndole que no iría a la escuela.

Me sentía realmente mal, como desconectada de la realidad, aun así seguí buscando el boleto en plena calle.

Tuve la impresión de que alguien me seguía, pero estaba tan concentrada buscando el boleto que decidí ignorar esa sensación.

Mientras cruzaba una calle vi algo plateado que deslumbró mi vista, quise recogerlo del suelo pensando que era el boleto, pero resultó ser una simple moneda.

Luego escuché la bocina de un auto, este venía a toda velocidad, directo hacia mí, el semáforo había cambiado y yo no me di cuenta.

—¡Cuidado Diana!

Dave Simpson me ha empujado, ambos caemos al suelo, él acaba de salvarme la vida.

—Eso estuvo cerca, ¿Estás bien?

No dije nada y comencé a llorar, Dave me abrazó.

—Todo está bien, fue sólo un susto, tranquila señorita inv... porrista.

No dejo de mirarlo, me sigo perdiendo en sus ojos verdes aunque él ahora luzca un tanto diferente con esa chaqueta de los Tigres de Loto y su cabello bien peinado.

—Dime algo, necesito saber si estás bien.

—No estoy bien —admití entre lágrimas.

Ambos nos quedamos sentados sobre la acera durante media hora, ninguno dijo una palabra; él no dejaba de abrazarme.

Tengo tantas preguntas, sus brazos envolviéndome me dan la seguridad para que todas esas preguntas salgan de mi boca.

—Oye Dave, ¿Qué no deberías estar en la secundaria?

—Hoy no iré —respondió.

—¿Me estabas siguiendo?

—Sí —asintió con su cabeza.

—¿Por qué?

—Porque eres importante para mí.

Dave se levanta de la acera, y mete una mano en uno de los bolsillos de su chaqueta.

—Toma, esto es para ti.

—Es mi boleto...

La invisible del violínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora