Capítulo 2 | Los invisibles

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—¡Espere por favor! ¡Abra la puerta! —grité a todo pulmón.

Una vez más, un típico embotellamiento en Ciudad Loto me ha permitido subir al autobús.

A ese autobús que tiene un espejo colgado en la parte de arriba, y me recuerda que soy hermosa pero también me recuerda que nunca he recibido cumplido alguno de un chico por serlo.

Con la mirada hacia abajo y a paso lento, me dirijo hacia el asiento del fondo, asiento que es ancho, para dos personas pero viajo sola. De igual forma siempre llevo dos vasos de plástico en mi mochila por si algún día alguien quisiera sentarse mi lado y compartir un café conmigo.

El autobús no avanza, el chofer pierde la paciencia y se desquita con la bocina, yo levanto mi mirada para tomar mi asiento pero... Hay algo diferente.

Un chico está en mi asiento, no es Tyler, no es el capitán del equipo de fútbol, mucho menos el playboy, es sólo un chico.

Antes de reclamarle por tomar mi asiento -que en teoría es compartido- el autobús ha frenado bruscamente, mis pies se enredan y estoy lista para besar el suelo.

—¡Cuidado!

—¡Ay! —grité.

—Cielos, casi te llevas un mal golpe ¿Te encuentras bien?

Un chico ha notado mi existencia por primera vez y me ha sujetado entre sus brazos, para evitar que el dueño de mi primer beso sea el duro suelo.

Me es imposible no apreciar sus ojos verdes, están tan cerca de los míos, pero... ¿Es tan importante su mirada cuando no dejo de observar su cabello?

Ese cabello ni siquiera está peinado, es un desorden castaño que cae sobre su frente, podría mirarlo una y otra vez para descubrir dónde empieza y dónde termina, pero simplemente no puedo, incluso está mil veces más desordenado que el mío, es hermoso, me encanta.

—¿Te encuentras bien? —preguntó de nuevo.

—Em —dije— sí, estoy bien —solté un suspiro, con mucha pena me senté a su lado y volví a observarlo con detenimiento.

Él lleva puesta una playera verde y una chaqueta de mezclilla, puedo notar que tiene algunos lunares en el cuello, su piel luce como bronceada y sus labios son gruesos, de un rosa claro.

—Parece que estás aturdida, ¿De verdad no te golpeaste?

—No, no —salí de mi trance— me encuentro bien, te agradezco por sujetarme.

—De nada —se encogió de hombros y miró por la ventana.

Aprovecho para mirarlo de nuevo, sí que es lindo, esta vez observo sus jeans ajustados, con sus pies mueve una patineta de un lado a otro por debajo del asiento, él lleva puestas unas Vans de color negro.

—Sabes, me estás incomodando —expresó en un tono algo grosero.

—Yo, no… yo solo estaba observando por la ventana.

—Mientes.

—Claro que no, no eres el centro del mundo —contesté.

—Nunca lo he sido y no quiero serlo.

—¿Por qué lo dices? —pregunté con curiosidad pues sonaba como yo.

—Soy invisible —afirmó.

—¿Invisible? —lo cuestioné.

—Sí ¿Siempre eres así de curiosa?

—No, hasta hoy —reí.

La invisible del violínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora