II • S̲o̲l̲e̲d̲a̲d̲

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Sus quince años le habían pegado fatal.
Jungkook sabía que hacía más de un mes que no salía, pero no estaba seguro de cuánto más. Levantarse de su cama le significa un esfuerzo inimaginable, así que salir de la casa ya era un delirio. Y eso le retorcía el corazón, era conciente del mal que le hacía ese lugar, pero no tenía la voluntad necesaria para dejarlo. Ya no.
Había gastado todas sus energías la noche anterior, pues hacía días que no se bañaba y su abuela le había puesto un ultimátum. Nunca estaba en la casa pero, cuando estaba, siempre se las arreglaba para hacerle sentir miserable.

No tenía muchos planes para ese día, la verdad nunca los tenía.
Se dedicó a observar su habitación: no entendía cómo se había desordenado tanto si nunca hacía nada. Una montaña de ropa sucia se había acumulado en la esquina. Y más arriba, contra el techo, había telas de araña.

—¿Cuánto falta para que alguna me envenene? —murmuró, hizo un poco de comedia acerca de su pesar. En realidad Jungkook le tenía miedo a las arañas, pero nunca se dió el espacio para admitirlo.

Miró la hora en la pantalla de su celular, aún faltaban dos horas para que sonara la alarma que le recordaba que tenía que consumir su dosis diaria de ISRS —o antidepresivos—. O podía adelantarse y ver qué pasaba, nadie se preocupaba tanto como para darse cuenta. O también estaba la opción de no tomarlos por unos días, acumularlos, esperar el efecto rebote y mandárselos todos de una.
Entonces, alguien tocó el timbre. Resonó por toda la habitación, a tal nivel que logró interrumpir sus pensamientos intrusivos.

Recordó así, que estaba en ese momento del mes en que llegaba el pedido del supermercado.
Cerró los ojos con fuerza, mordió su labio inferior y apretó sus puños: no tenía ganas de hacerse cargo ahora. Un quejido berrinchudo se escapó de su garganta, quería llorar.

El insoportable timbre volvió a sonar, estaba harto.
Le dió una patada al colchón y se levantó. Estaba de pijamas. Sin siquiera chequear sus pintas, atravesó la sala de estar hasta llegar a la pesada puerta de dos hojas de la entrada. El suelo de mármol estaba frío, hubiese deseado calzarse.
Un poco molesto, después de asegurarse de que su cárdigan le tapara bien los brazos, abrió la puerta.

Frente a él, se encontraba un muchacho con la cara enrojecida por el frío. Era apenas más bajo que él, no aparentaba ser mucho mayor y esbozaba una radiante sonrisa, pero lo que más le llamó la atención fueron sus cabellos color chicle.
Este, en definitiva, no era el viejo de pantalones caídos que solía entregarle los pedidos.

—Vengo a entregar este surtido a la residencia... —hizo una pausa para revisar su bloc de notas— ...Jeon —terminó de decir volviendo su mirada a Jungkook. Le sonrío— ¿Es esta la dirección correcta?

"Lamentablemente", pensó.

 —Sí —dijo de mala gana, en cambio.

 —¿Están sus padres? —su voz sonaba brillante, como si no tuviera grandes preocupaciones, y eso le molestaba a Jungkook. La gente así le molestaba.

"Mierda..."

 —No.

 —¿A qué hora puedo encontrarlos? —preguntó el repartidor con intenciones de empezar a apuntar en la libreta.

 —Cuando quiera, en el cementerio, bajo tierra. Queda a quince minutos de aquí —A Jungkook le servía reírse de su pesar, por más que haya dicho todo aquello con cara de póker.

 —¡Lo siento! No tenía idea... —se disculpó, algo nervioso. No sabía cómo reaccionar a eso—. Es un surtido de comestibles, ¿usted lo ordenó? 

"No, lo ordenaron ellos con anticipación", dijo Jungkook para sus adentros.

 —Sí —dió un paso al lado y le hizo una seña con la cabeza al chico para que pasara, siempre se había expresado mejor con el cuerpo que con las palabras.

—¿Dónde lo dejo? —preguntó el desconocido al tiempo en que tomaba la carretilla para adentrarse en la mansión con los productos. Cuando estuvo dentro, Jungkook cerró la puerta, le señaló la mesa de vidrio del comedor y el repartidor le respondió con otra sonrisa más.

"¿Tengo algo gracioso?", se preguntó.

Ese día estaba fastidioso, era conciente. Decidió quedarse parado en el medio de la sala, cruzado de brazos, mientras analizaba por qué estaba tan molesto y así dejaba al chico hacer su trabajo.

Cuando todo estuvo listo, el pelirrosa se le acercó con una planilla.

—Muy bien —sonrió otra vez y le extendió el papel con una tabla debajo para hacer de soporte—, necesito que firmes aquí y... aquí  —indicó el muchacho mientras señalaba con un bolígrafo unos espacios en blanco.

Jungkook asintió.
Mientras él firmaba, el repartidor miraba todo alrededor.
Sabía que tal vez era de mala educación prestar tanta atención a casas ajenas, pero nunca había estado en un lugar así. Así con columnas de diez metros de alto, candelabros, muebles de maderas buenas y electrodomésticos de última generación.
Sin embargo, congelaba allí. Se sentía una energía muy pesada, escalofriante. Como de cementerio o de hospital.

 —Perdone mi atrevimiento pero, ¿vive solo? —preguntó por curiosidad.

 —Sí  —respondió JungKook y le devolvió la planilla sin mirarlo a los ojos, no estaba seguro de querer hablar a profundidad de su situación doméstica con un extraño.

 —En un lugar tan grande... —dijo casi en un suspiro— ¿Y no se siente, no sé, solo?  —Mientras hablaba, su voz hacía un leve eco. 

Hubo unos segundos de silencio.
Jungkook no sabía qué responder: no recordaba haberse sentido cien porciento acompañado, nunca.
Tenía normalizado el estar solo, a aquellas alturas.
Se sentía solo, sí, perdido en soledad, de hecho. Estaba sumergido en las profundas aguas de la soledad. Se estaba ahogando en soledad.
Se había aislado de todo el mundo, se había alejado. No estaba preparado para intentar remediarlo, tampoco. "¿A quién voy a acercarme, si todas las personas que conozco me tratan como si fuese una apestosa bolsa de basura?"
Levantó la vista y se encontró con la atenta mirada del repartidor, quien esperaba su respuesta. Lo vió tiritar un poco, hacía frío.

—Voy a prender la calefacción —Encontró la mejor manera de evadir la situación.

El interruptor estaba al lado del gran ventanal que vestía la fachada de la mansión. Trotó hasta allí y, justo en ese momento, notó algo catastrófico.

—Está nevando —dijo el pelirrosa con preocupación, como si le hubiese sacado las palabras de la mente. Pasó a suspirar y taparse la cara con las manos—, está prohibido conducir la moto del trabajo en condiciones así. ¡Estoy varado! —exclamó, ahora asustado— Es mi primer día, no me puedo atrasar, necesito el dinero.

Al ver que el repartidor estaba a punto de entrar en crisis, Jungkook decidió actuar.

 —No pasa nada, si algo llegara a salir mal, puedo pagarte lo que ganarías en la semana —le propuso. Lo vió mirarlo con ojos atónitos. Tuvo que hacer fuerza para no sonreír ante aquella expresión, de cierta forma, le había parecido adorable.

Al descubrirse así, se avergonzó un poco. Hacía mucho que no tenía ganas de sonreír.

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Por si no lo notaron, van a cambiar varias cosas en la trama, creo que les va a gustar más.
Esperemos que valga la pena :')

I'm Fine [JiKookMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora