V • I̲n̲t̲e̲r̲é̲s̲

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Hay muchas cosas que se dicen solo por decir.
"Por favor", sabiendo que nunca se hará algo a cambio; "gracias", por más que no se esté sintiendo gratitud; "de nada", aunque sí haya significado un esfuerzo.
Las personas que se cruzan en la calle no preguntan "cómo estás" para abrir sus corazones entre sí, lo preguntan para que les respondan "bien, ¿y tú?", y así puedan decir "bien, gracias" —"bien, gracias, ¿y tú?" algunas veces, así de poco les importa lo que se están diciendo— y seguir con sus vidas.
Y así con muchas otras cosas.

Es decepcionante descubrir que nadie escapa a esa regla, todo el mundo comete cortesías vacías, la moral humana es compatible con ellas. Incluso quien se cuela en el cumple de quince se lleva un souvenir.
¿Con cuántas personas te volviste a encontrar después de decir de verse pronto?

De todas formas, no es tan terrible... siempre y cuando no te moleste vivir en un planeta de cartón, claro. Lo feo es sentir que ese es el único trato recibido, sentir que nadie se preocupa en realidad y que lo único que importa es quedar bien con la gente y tampoco hacer nada al respecto y celebrar, ahogando las penas, que somos un integrante más de esta hipocresía universal. ¡Salud!
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Esa mañana, se había levantado temprano. Era jueves y actualizaban un capítulo de la serie tailandesa que seguía en aquel entonces, así que estaba de buen humor.
Tenía antojo de chocolate caliente y, por primera vez en la semana, su abuela no estaba ahí para recordarle las razones por las cuales no creía poder sobrevivir hasta los veinte. Era uno de esos días singulares en los que, de manera inexplicable, se sentía bien —o estable, al menos—. Y es que la semana, evadiendo el tiempo en casa, había sido bastante amena... lo suficiente como para no querer escaparse de clase para llorar en algún rincón del patio. Había hecho bien al elegir un liceo distinto para cursar bachillerato: casi nadie lo conocía y los chicos que le agredían no estaban ahí. Era un alivio.

Con la serie reproduciéndose en su celular y un semblante sereno, empalagaba su paladar con el dulzor del chocolate.
Los ventanales, empañados en las esquinas, revelaban el jardín en brotes, cubiertos de escarcha.
Había un poco de viento, pero se notaba que iba a estar soleado —valga todo el peso alegórico que esa frase cargue—.

No le pareció una travesía caminar hasta el portón y su chofer no era Caronte, no guiaba su sombra errante a través del doloroso y desolado río Aqueronte del Inframundo, no era una tragedia.

Las nubes blancas y las formas que el azar generaba en ellas, eran su entretenimiento favorito para el trayecto. Cada tanto, le sacaba fotos a una que otra figura interesante.
Pero entonces, una cabellera rosada se robó su atención una vez más. No estaban muy lejos de su casa aún, así que le extrañó encontrarse con Jimin allí.

"¿Vivimos tan cerca?", se preguntó. Un pequeño fueguito se encendió en su pecho.

—Frena un segundo —se apresuró a pedirle al chofer.

En cuanto el vehículo se detuvo a su lado, Jimin mostró una expresión de susto. Y sí: un auto caro, negro, de vidrios oscuros y desconocido... impone. Volvió a respirar cuando reconoció a Jungkook bajando la ventanilla que daba para la vereda.

—Creí que estaba a punto de ser secuestrado —bromeó, no bromeando tanto, llevándose una mano al pecho.

—Voy a bajarme aquí —le avisó al chofer al tiempo en que se desabrochaba el cinturón de seguridad.

—Pero, joven Jeon —se dió media vuelta, nervioso al ver que el chico se estaba yendo—, tengo que asegurarme de que entre al liceo —intentaba explicarle, estaba siendo ignorado.

I'm Fine [JiKookMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora