VI • R̲o̲s̲a̲d̲o̲

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Ovación de pie a quienes logran matizar rosado, cuando abunda el amarillo infección y el verde putrefacto.
Y a las personas que pueden considerar inocente a la espina cuando la rozadura de un rosal brota rojo, y entender rosado el dolor de aquel roce, sin enojo.

Admiro aún más a aquellos "álguienes" que reparten sus rosados al mundo, haciendo ver la vida color de rosa:
dahlias en flor y frutillas, nubes de algodón de azúcar y cielo de yogurt.
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En cada amanecer, Jimin sonreía; los pájaros cantaban, su gata se le subía encima y el olor a tostadas recién hechas inundaba sus narinas. 
Aquella mañana, se le escapó uno de esos suspiros que dejan salir el cansancio para que entre la alegría. Había tenido un sueño hermoso, de magia y hadas, así que estaba de muy buen humor.

Hizo sonar toda su espalda en dos torciones contrarias, su cuello en otros dos gestos y se levantó de la cama.

—Vamos, Aiel, hora de desayunar —le dijo a la adorable criatura, aniñando su voz, mientras abría la cortina que separaba su cuarto del living-comedor-cocina.

Su madre estaba uniformada, pronta para irse a la oficina. En la mesa había un plato con tres tostadas y otro con manteca.
Jimin caminó hasta la alacena, la gata lo seguía porque sabía que obtendría recompensa. De allí sacó una bolsa transparente con pastillitas para que ella comiera, le sirvió un puñado en un recipiente de plástico que antes tenía helado dentro.

—Vas a ensuciar las medias, no andes descalzo —le aconsejó la mujer, antes de empinarse la taza de café. Estaba apurada.

El chico tomó la cafetera y se sirvió también una taza, luego se sentó en la mesa para desayunar.

—¿Papá sigue dormido? —preguntó al ver que no estaba allí, sus padres solían irse juntos al trabajo.

—No, entró una hora antes —le respondió al tiempo en que se ponía una bufanda alrededor del cuello.

Jimin frunció el ceño, confundido. Volteó en su dirección.

—¿Pero anoche no salió de madrugada? —Su madre solo le dió un beso en la frente y abrió la puerta para irse.

—Cuídate, corazón —se despidió y cerró la puerta detrás de ella.

El pelirrosa no pudo hacer más que negar con la cabeza, aceptar la situación y darle enfurecidos mordiscos a su tostada con manteca.
Sabía que necesitaban el dinero, ya se había ofrecido para volver a trabajar haciendo entregas, pero sus padres se negaban a aceptar su ayuda. Insistían en que se enfocara en los estudios.
Tampoco era que estuvieran equivocados, pero le dolía ver que se sacrificaran tanto sin él poder hacer nada.

Cuando terminó de desayunar, se dió una ducha rápida. No se lavó el pelo porque ya lo había hecho el día anterior, además no quería que la tinta se le fuera tan rápido. Mientras se enjabonaba el cuerpo, recitaba los resúmenes que se había hecho para la prueba de historia del arte. Era conciente de que estaba mal aprenderse las cosas de memoria, pero a él siempre le había funcionado.

A los de su grado ya no les exigían el uniforme, pero él era nuevo y adoraba el diseño del saco; negro con líneas blancas en las mangas, cual brazaletes, y en los bordes de los bolsillos. Además era de las pocas veces que asistía a un liceo en el que usaran uniforme, quería vivir la fantasía. Solo usaba el saco, lo combinaba con unos pantalones vaqueros y una camisa de su propio ropero.

Se miró al espejo por una última vez, antes de salir de la casa.
Se mordió el labio inferior en una sonrisa: se veía bien.

—Bueno, Aiel, me voy —le dijo a la gata, agachándose para hacerle mimos debajo del collar—, no hagas relajo.

I'm Fine [JiKookMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora