13. Por la boca vive el pez

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- ¿Me vas a contar lo que te ha pasado en el viaje de una vez?- me pregunta Paula.

Estamos en la cocina de su casa. Mis padres se han llevado a los chicos al parque- con el frío que hace-, pienso tiritando. Jordi está en su despacho resolviendo temas del trabajo.

- No sé ni por donde empezar- digo sin fingir mi tristeza.

Delante de mi hermana nunca he necesitado esconder mis verdaderos sentimientos. Siempre hemos sido confidentes, una de la otra.

- Pues por el principio.

- Está bien- comienzo a contarle todo lo ocurrido desde que llegué a Ginebra- Y cuando nos íbamos a despedir en el aeropuerto, Michael me pidió que me quedase con él allí y yo rechacé su oferta. ¿Cómo fue capaz de hacerme algo así? El caso es que se enfadó conmigo y me dijo que era una cagada de la vida.

- ¿De verdad te dijo eso?- me pregunta mi hermana sorprendida.

- No con esas palabras, pero lo dio a entender. Acabamos muy mal y lo peor es que sabía que algo así pasaría- finalizo.

- En parte le doy la razón a Michael.

- ¿Cómo? ¿Pero qué clase de apoyo moral eres tú? ¡Deberías decirme que ese tío es un cabrón!- le digo poniendome de pie.

- Lo es. Me parece un perfecto hijo de la gran puta, pero eso no quita en que no estaría mal que te arriesgases por amor. Aunque sólo sea por una vez- me dice encogiéndose de hombros.

- ¿No lo entiendes, Paula? ¡No había amor!- Paula alza una ceja derecha en mí dirección no creyendo mis palabras.- Vale, nos gustábamos. Pero antes de eso nos llevábamos a matar. No puedo dejarlo todo por alguien como él.

- Pero, ¿qué tienes que perder? Quiero decir, tu empresa tiene su sede en Zúrich, por lo que no perderías tu trabajo. Si las cosas saliesen mal, podrías haber vuelto a Madrid.

Eso me da que pensar. Me siento en el sofá y pongo mi cabeza entre mis manos.

- Rocío, sé egoísta por una vez en tu vida- la miro.- No pienses en el trabajo, ni en tus amigos. Ni siquiera pienses en tu familia. Piensa sólo en ti, ¿tú qué quieres?- me pregunta cogiendo una de mis manos.

- Ya no sé ni lo que quiero, Paula. Sólo sé que la maldita maldición acabará conmigo.

- ¿La maldición? ¿No crees que la maldición ya no tiene nada que ver con ésto?

7 de enero de 2016

Entro por la puerta de mí casa y dejo las llaves en un bol de la entrada. No tengo hambre por lo que me voy directa a la cama. Mi estado de ánimo está por los suelos desde que volví de Ginebra. Sólo espero que volver mañana al trabajo me distraída un poco de todo lo que tengo en mí cabeza.

11 de enero de 2016

Lunes. Otra vez. La misma rutina de siempre. Cojo el coche y me dirijo al trabajo. Hay un atasco, para variar, que me hace llegar veinte minutos tarde al trabajo. Mis compañeros me notan rara, pero no me preguntan, cosa que agradezco.

Subo por el ascensor y cuando llego a mi planta veo a la gente algo alborotada, moviéndose de aquí para allá con caras de agobio.

Entro a mi despacho, dejo mis cosas sobre la mesa y me siento en mi silla echando el cuello para atrás por el cansancio.

- Joder, Rocío, por fin llegas- dice Jaime agitado entrando a mi despacho.

- ¿Qué mosca os ha picado a todos?- le pregunto alzando mis brazos.

- El jefazo está aquí- dice sin más y yo me levanto de golpe.

- ¿¡Qué!?

- Que el Señor di Rosi ha venido a hacernos una visitilla.

Salgo rápidamente al pasillo y voy hacia la sala de juntas grande.

- Señorita Callaghan, el señor Ramírez y el señor di Rosi la están esperando- asiento a la secretaria de Ramírez, el jefe de la empresa aquí en Madrid, y entro a la sala sin llamar.

- ¡Dichosos sean los ojos! Gracias por honrarnos con su presencia, Señorita Callaghan- dice mi jefe sin ocultar su enfado.

- Lo lamento, señor. He pillado un atasco al venir y...- le comienzo a explicar pero mi vista se desvía al hombre que hay a su derecha. - Jesús bendito de mi vida y de mí corazón hermoso... ¿De dónde ha salido este Adonis?-.

- Encantado, Señorita Callaghan. Soy Piero di Rosi- me dice el hombre con acento italiano, que al parecer es uno de los súper jefazos, estrechándome la mano a modo de saludo.

- Eh... ¡Sí! Lo mismo digo, Señor di Rosi- le digo titubeando- ¡Qué hombre tan atractivo!

- Por favor, llámeme Piero, señorita- dice sin soltar mi mano con una sonrisa seductora.

- El Señor di Rosi ha venido a Madrid para informarme sobre la campaña de primavera para Heineken- dice Ramírez llamando nuestra atención.- Como ya sabe, su departamento es el encargado de desarrollar la idea y le gustaría ver qué han preparado.

- Señor di... Quiero decir, Piero- rectificó al ver su cara,- empezamos a trabajar en la campaña hace dos días y aún no tenemos ninguna idea fija.

- Pero habréis comenzado con algo, ¿me equivoco?- dice sin parar de sonreirme.

- C-claro- tartamudeo. Me odio por ello.- Sí, en realidad sí tenemos algo. Acompáñeme- le digo y salimos de la sala de juntas, dejando al baboso de Ramírez allí.

- Señorita... ¿La puedo llamar por su nombre?- me pregunta Piero rompiendo el silencio.

- Por supuesto.

- ¿Y bien?

- ¿Qué?

- Aún no me ha dicho su nombre- dice soltando una risa ronca terriblemente sexy.

- Rocío.

- Rocío... Precioso nombre.

-G-gracias- mierda, Rocío, deja de parecer tan imbécil.

Llegamos a la sala en donde está el resto de mi equipo y al entrar todos quedan en silencio al ver al jefazo.

- Hola, chicos. Os quiero presentar al Piero di Rosi, presidente y cofundador de la empresa que os da de comer.

- Yo nunca lo habría dicho mejor- dice Piero a mi lado riendo.

- Un placer, Señor di Rosi- dice Sandra rompiendo el incómodo silencio.

- Llamadme Piero, por favor. Siempre he odiado los formalismos- dice con una cálida sonrisa que hace que todos se relajen en el acto.- Bueno, ¿qué tenéis para enseñarme?

Rocío y sus noviosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora