31. All the pretty girls

12 2 0
                                    


17 de marzo de 2016

Desde que Agnes me llamó no he podido dejar de pensar en lo que me dijo pero no logro llegar a una conclusión.

No veo correcto tener que sacarle información a la fuerza, debería ser él quien se ofreciese a compartirla conmigo.

Por otra parte, ¿y si tiene razón? Quiero decir, es su madre, mejor que ella nadie le conocerá en este mundo.

Estoy hecha un auténtico lío.

Saco a Luck a pasear. Normalmente hacerlo me despeja. Voy con él más lejos que de costumbre hasta que termino en un gran parque donde me siento en un banco y lo dejo suelto.

Observar a la gente que camina a mi alrededor es algo que siempre me relaja. Les miro y me imagino cómo serán sus vidas, si serán de aquí o de fuera, si tendrán una gran familia, a qué se pueden dedicar...

Miro como dos chicos, uno de unos 25 años y el otro algo más joven se besan y sonrío. A unos metros de ellos hay otro chico mirando su teléfono móvil; parece que está esperando a alguien. Un par de minutos después llega una chica morena y corre hacia él. Éste se levanta con una gran sonrisa y la da un abrazo. Después, ella le da una rosa que escondía tras su espalda y se dan un dulce beso.

- El amor no tiene por qué ser convencional- pienso.

De pronto me doy cuenta, ¿ qué hago aquí sentada?

Tengo miedo, sí, pero es normal tener miedo cuando los sentimientos son tan fuertes. Si no me arriesgo no sufriré, de acuerdo, pero, ¿es eso lo que realmente quiero? No me cuesta mucho llegar a la respuesta.

°°°

Creo que ésta es la mayor locura que he hecho por alguien.

Pensé en llamar de una vez por todas a Michael para arreglar las cosas, para dejarnos de una vez por todas de tonterías, (sobre todo por mi parte), y comportarnos como las dos personas adultas que somos.

Pero me sabía a poco.

Le he dado al taxista la dirección de su empresa y según me comenta quedan unos quince minutos para llegar.

Estoy muy nerviosa. No sé cómo reaccionará cuando me vea aquí, en su ciudad, en Zúrich.

Cuando tuve las cosas claras no me lo pensé dos veces, me fui directamente al aeropuerto y compré un billete para el primer vuelo a Suiza que hubiese.

Creo que no he estado más nerviosa en toda mi vida. Me voy a romper un dedo de tanto que me los estoy retorciendo. No sé qué le diré cuando le vea. Puede que me eche a patadas o que llame a los de seguridad pero me da igual, tengo que intentarlo.

Hay una tormenta tremenda fuera. Truenos y relámpagos tiñen el cielo del centro de la ciudad suiza. Odio los truenos.

Voy preparándome mentalmente un pequeño discurso para tener algo que decirle cuando de pronto el taxi comienza a hacer unos ruidos extraños. El taxista maldice y yo más aún. El coche se para por completo provocando los bocinazos de otros coches a su alrededor. Esto no me puede estar pasando a mí. Sale y cuando levanta el capó una enorme humareda choca contra él.

- Señorita, no le cobraré lo que llevamos de viaje pero no puedo llevarla hasta su destino. Debo llamar a la grúa- me dice a gritos para que le pueda oír a través del ruido del tráfico y la tormenta- Puede esperar a que pase otro taxi. La empresa a la que usted va está a dos manzanas de aquí por esa dirección.

Salgo del coche y me refugio bajo un pequeño toldo de una floristería. Miro hacia el cielo.

- Nadie dijo que fuese a ser fácil- murmuro y empiezo a correr empapándome de pies a cabeza concentrada en las indicaciones del taxista.

El corazón me va a explotar del esfuerzo. Nota mental: hacer más ejercicio. En lo único que pienso es en llegar a la empresa y no perderme en el intento.

Después de unos diez minutos corriendo, me topo de frente con un edificio moderno de unas siete u ocho plantas con las siglas R&F como en el edificio de Madrid.

Cruzo la carretera sorteando a los coches y cuando voy a poner mi mano en la puerta un hombre de dos metros de altura me detiene.

- Alto, no puedes pasar sin identificarte- yo con toda la adrenalina que llevo dentro actúo sin pensar.

- ¡Mire! ¿No es esa Angelina Jolie?- grito señalando en dirección contraria y como era de esperar el hombre ni se inmuta.

- Por favor, Señorita, no me haga perder el tiempo- me dice apartándome de la puerta y poniéndome bajo la lluvia.

- ¡Pero bueno! ¿Tú eres gilipollas o te lo haces?- el hombre ni siquiera me mira.- ¿Sabes quién soy yo? Soy la novia de tu jefe chaval, así que no me toques los cojones y déjame pasar si no quieres ser despedido- él suelta una carcajada y me mira como si fuese la cosa más insignificante del mundo.

- Mira que en mis 36 años trabajando de portero me han dicho cosas realmente inverosímiles para poder entrar a los sitios, pero lo tuyo gana por goleada- dice sin parar de reírse de mí mientras yo sigo mojándome.

- Oh, Dios, como voy a disfrutar de verte en la puta calle- y me río como una demente junto a él. Creo que estoy delirando.

La gente que pasa nos mira raro. Normal.

- Ya está bien niña, lárgate de mi vista- dice cabreado.

- Y si no, ¿qué?- le digo retándole.

Cuando va a dar un paso hacia a mí, un grupo de gente trajeada sale y él tiene que sujetarles la puerta. Entre tanto yo logro escabullirme de él y entro sin que me vea.

- ¡Detente!- grita tras de mí y yo ni miro hacia atrás.

Estoy dejando todo perdido con el barro de mis zapatos. Es igual, luego le doy a Mike una fregona para que lo limpie.

Entro al ascensor. No sé en qué planta estará el despacho de Michael pero normalmente los jefazos suelen estar en la última, para alimentar su ego, supongo. Mis dientes chocan entre ellos por el frío que tengo. Creo que estoy cerca de la hipotermia. El ascensor para en todas y cada una de las plantas y como es lógico cada persona que entra me mira de los pies a la cabeza.

Llego al fin a mi piso y me dirijo hacia una mesa tras la cual hay una chica morena.

- Hola, ¿la puedo ayudar en algo?- me dice titubeando de la sorpresa de ver a alguien en estas condiciones frente a ella.

- Hola, qui-quiero v-ver a Mi-mi-mi-chael F-f-rei- la digo tiritando.

- Lo siento, pero no puede pasar, está reunido- me dice sin quitar su cara de asombro.- Si quiere puede dejar su número de teléfono y ya la llamará.

- N-no lo hará- miro hacia mi izquierda donde al final de un pasillo hay una puerta y salgo "corriendo", o lo más parecido a correr que pueda hacer una persona al borde de la congelación.

- ¡Oiga! ¡Deténgase! No puede pasar para allá- me dice la mujer pero yo la ignoro.

- ¡Alto!- grita el gorila del portero al verme.

- ¡Bajo!- le grito yo huyendo de él.

Sigo corriendo y cuando, después de 30 años consigo abrir la puerta del despacho, noto como el portero se tira sobre mí cayendo ambos al suelo.

- ¡Dios! ¡Me muero!- grito.

- Pero, ¿¡qué demonios pasa aquí!?

Rocío y sus noviosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora