El tiempo Apremia

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La joven pelirroja había firmado su sentencia, sin saberlo su codicia la había poseído, evitando que pensara con claridad.

La joven había deseado y tal pecado la enterraría.

Ahora estaba arrepentida.

Ya no le quedaba tiempo, las agujas del reloj parecían puñales dispuestas a acribillarla sin remordimiento.

Su deseo había sido concedido ¿Pero a qué precio?

Estaba asustada ¿De qué servía la belleza pedida si ahora venían a cobrarle la cuenta?

¿Por qué no había pensado en las consecuencias? Si hubiera escuchado todas las advertencias...

Pero ahora, aterrada, huía. Escapaba de esa dama de negro que se consumía.

¿Pero cómo echarle la culpa a aquella que solo cumple con su trabajo?

La muchacha de rojo cabello y evidente hermosura se vio atrapada en un callejón oscuro.

–¿Ahora de qué te sirve lo que me has pedido? –habló la entidad de lúgubre voz.

La niña supo que su fin se avecinaba.

–Ya no lo quiero ¡te lo devuelvo! Pero por favor, déjame. –Las gotas saladas se escurrían sin tregua y el ser enfrente no se conmovía.

–Todo tiene un precio, yo te lo advertí y tú, sin dudar, no miraste atrás.

La monstruosa visión se acercó sin titubear, mientras el reloj incrustado en su pecho sonaba violentamente.

Tic-tac-tic-tac

–Se ha acabado el tiempo. –exclamó solemnemente–. Reclamo mi merecido relevo.

Tic-tac-tic-tac

Presencia fría, dedos de hueso.

–¡Por favor no! ¡Me arrepiento!

Tic-tac-tic-tac

–La oscuridad cubre todo ¿de qué te sirve tu deseo? –Voz muerta, presencia de ultratumba.

Tic-tac-tic-tac

El reloj tenía un nuevo dueño.

La tenebrosa aparición abandonó el callejón.

Pero ahora era diferente, entre la piel muerta se distinguía algún mechón de cabello, rojo en su pasado.

Y el alma estaba resignada, destinada a vagar hasta encontrar un nuevo remplazo, alguien lo suficientemente codicioso como para desear.

Ella con placer lo cumpliría, esperando pacientemente a quien la supliría.

En la oscuridad de la noche...

Se escuchó un lejano grito de júbilo, propio de alguien que se cree dichoso. Mientras en las húmedas sombras, un reloj sonreía satisfecho. Las condenas tenían hora de caducidad.

Y él, había encontrado una nueva víctima. 

 

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Vidas De TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora