II

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Magnus estaba en cuclillas, dándole vueltas a una taza de cerámica sobre una mesita cuadrada de madera oscura, vestía una bata roja de seda, pintada con motivos de aves de plumas alargadas, el cabello lo llevaba lacio y echado hacia un lado, y se había colocado un broche con un racimo de flores blancas y pequeñas, para que el fleco no le cayera sobre el rostro. Alec se quedó boquiabierto justo en la entrada, porque Magnus había decidido deliberadamente que ese día la recámara principal se convertiría en una elegante pieza al estilo tradicional japonés. Le echó una ojeada a la habitación, las puertas y ventanas eran largas. No había muebles, solo la mesita de en medio, un futón enrollado y una cajonera de tres niveles acomodada en una esquina, sobre ésta se hallaba la candelilla carmesí con su imperecedera llama naranja. 

Alec había escuchado por Magnus que los inmortales tendían a aburrirse, y por eso viajaban, pero lo que Magnus hacía a veces en vez de viajar, era simplemente traer los paisajes que extrañaba, cuando no se sentía con ánimos de visitarlos en persona, y por supuesto también se desaburría cambiando los muebles o mandándolos a desaparecer (sospechaba que tenía alguna especie de cueva secreta en alguna montaña remota o alguna bodega rentada a la vuelta de la esquina). 

Alec tuvo que acostumbrarse a los cambios repentinos de decoración desde que se había mudado con Magnus.

—Alexander — dijo Magnus, y con el brazo extendido y una coqueta sonrisa (como para enmendar el que hubieran desaparecido todos los muebles, incluyendo la cama), le indicó a Alec que se sentara en el lugar dispuesto frente a él.

—Alexander — dijo Magnus, y con el brazo extendido y una coqueta sonrisa (como para enmendar el que hubieran desaparecido todos los muebles, incluyendo la cama), le indicó a Alec que se sentara en el lugar dispuesto frente a él

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—Parece que hoy dormiremos en el suelo— dijo finalmente Alec, que se acercó a la mesita y se arrodilló para acomodarse sobre el tapete en el suelo—...otra vez —agregó sin miramientos de ofensa hacia a su novio, quien se limitó a echarle una mueca de disgusto fingido.

—Querido, te sorprenderían los beneficios de dormir en el suelo—le dijo con una mirada sabionda —Es terapéutico.

—Como digas.

Magnus le tendió una taza de té humeante .

Alec se quedó embobado un momento mirándole las manos, finas, con anillos vistosos y uñas pintadas en tono burdeos, tocando las piezas de cerámica con delicadeza.

Le dio un sorbo a su taza, y apartó la mirada al escenario que llamó su atención. La puerta alargada y entreabierta dejaba ver un paisaje. Veía un cielo azul despejado y un árbol de flores blancas, como las que Magnus llevaba en el pelo, ondeando sus ramas con una tranquila brisa veraniega traída desde el otro lado del mundo. Aquella imagen a través de la puerta era algo real, aunque en ese preciso instante sobre Nueva York la luna brillara en lo alto ante un cielo espeso y negro. 

Magnus usaba espejos mágicos que había ido colocando alrededor del mundo en sus lugares favoritos, cuando le daba pereza viajar hasta allá, solo tenía que activar alguno de ellos sobre alguna ventana o puerta. Los usaba para relajarse, lo que también indicaba que estaba bajo estrés seguramente provocado por algún trabajillo para algún mundano que exigía demasiado pero que pagaba demasiado bien como emitir cualquier tipo de queja.

Flama eterna, barbas y primeros bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora