XV (Final)

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Una semana había pasado desde el incidente en el antro.

Magnus estaba frente al espejo, y le dio un susto ver lo demacrado que estaba, pocas veces se descuidaba tanto, pero ese día en particular no se sentía con ánimos de nada, no se maquilló ni se peino y apenas si se vistió con un par de bombachos, y ya pasaban de las cuatro de la tarde, aunque tampoco era como si fuera a salir a algún lado, después de todo aún le escocía la piel.

La cosa era así, luego de haber carbonizado al demonio, lo que más hubiera querido era haber curado las quemaduras de Alec él mismo, pero estaba débil y sin poderes, el último respingo de magia lo destino para un hechizo de protección, y él tuvo que recibir la asistencia médica (mágica) de su amiga Catarina, mientras dejaba a Alec en el Instituto a disposición de los Hermanos Silenciosos para que hicieran de las suyas con él. 

Por eso ahora estaba ahí, solo y ansioso, comunicándose con Jace a través de escuetos mensajes sobre el estado de Alec: "Va a tomar tiempo" decía el último.

Oyó un arañazo en la ventana, era Presidetne Miau, que desde hacía días estaba inquieto mirando hacia la ciudad.

-Lo sé, corazón- le dijo melancólico, y su voz sonó rasposa, consecuencia de haber estado en cama por cinco días, Catarina no lo había dejado hablar durante las sesiones de curación- Yo también lo extraño.

El gato solo volteó para dedicarle una mirada y un lento parpadeo, para luego redirigir la vista  a la cuidad.

-Quiero verlo.- masculló Magnus, mirándose al espejo, se apartó un mechón de pelo que desde hace rato le estaba picoteando los ojos.

Quería verlo. Pero, ¿estaba listo?

Habían enfrentado a la muerte y ganado la batalla. Pero algo estaba roto. ¿Estaba listo para remendar las partes que el demonio había tocado y violado? No podía perdonar a cualquiera que se aprovechara de las inseguridades de Alec, era por eso que había disfrutado inmensamente retorcerle las entrañas al demonio (dato que prefería mantener en secreto).

Siguió sumido en su propia mirada. Como si no reconociera su propia imagen. Y se puso a pensar en cosas. Y aunque no le gustaba, pensó en su inmortalidad. Él no había pedido nacer así. No había pedido enamorarse de alguien cuyo hilo de vida era más corto. Pensó que en el pasado lo habían llamado cruel repetidas veces, como si por ser inmortal estuviera exento de sufrir. "La inmortalidad es un regalo del infierno, y como cualquier cosa tocada por el diablo, al final será tu tormento", era algo que había escuchado decir a un brujo cuando había cumplido su primer mitad de siglo, y entonces no se lo creía, era joven y despreocupado y estaba ansioso por vivir.

Presidente Miau saltó al tocador. Sus ojos verde amarillento como los de su brujo lo miraron exigentes.

-A ti no te agobia la inmortalidad ¿verdad?- le dijo con cariño, y estiró la mano para que el gato restregara la cabeza.-No mientras obtengas lo que quieres.- y le acarició el lomo, el gato estiró la cola y luego siguió su camino fuera del tocador.

Magnus lo vio salir del cuarto y no pudo evitar sonreír, qué fácil la llevaba Presidente Miau, aveces deseaba ser un gato.

Decidió que ya no quería pensar en cosas serias, no estaba de humor para ponerse a llorar, tenía que estar deslumbrante para cuando Alec regresara. Se dio unas palmaditas en los cachetes. Tenía que ir de compras, cambiar algunos muebles, y tocando su rasposa barbilla se acordó que también tenía que afeitarse.

-¿Qué pensará Alec si me dejo la barba de chivo?- se preguntó de repente.

"No seas zopenco, él no es tan superficial como tú, no le importaría", se respondió en su cabeza, y se espantó, ¿desde cuando su voz interna sonaba como Ragnor Fell? ¿Se estaría volviendo loco o solo era que extrañaba a su amigo?

Flama eterna, barbas y primeros bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora