IV

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—Esto ha ido demasiado lejos, nuestra relación debe terminar ahora. Creo que también puedes ver que lo nuestro no está funcionando y sinceramente, nunca en mis cuatrocientos años me había sentido tan fastidiado. No puedo continuar, no puedo verte ni tenerte cerca sin sentir que me estás presionando con insana diversión. Sé lo que siento, no necesito más de ti. No me gusta cómo haces las cosas, cómo eres tan evidente y tan metiche.

 No me gusta cómo haces las cosas, cómo eres tan evidente y tan metiche

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Magnus estaba frente al tocador, de brazos cruzados. Llevaba la pijama puesta, con los pies descalzos sobre la alfombra. Sus cabellos estaban alborotados, pasó la mano por las puntas que le estorbaban frente a los ojos, ojos duros y reflexivos.

Entre su reflejo en el espejo y él, se hallaba la vela, flameando con calma, luego se elevó una chispita y Magnus lanzó un "ja" ofendido.

—¿Qué ha sido ahora eso?—expresó algo exasperado— ¿Me estás reclamando algo? ¿Una guerra de chispas es lo que quieres?—y movió los dedos que sacaban flamas y centellas azules.

Cualquiera que lo viera propinando semejante monólogo y echando chasquidos al aire contra una vela como si la fuera a retar a una batalla, diría que al fin la inmortalidad le había hecho perder la chaveta, y de por sí ya galanteaba cierta reputación en cada confín del planeta debido a sus excentricidades, lo llamaban loco, estaba seguro de ello, y se enorgullecía, pero ahora sí que había tocado fondo.

—Honestamente, Magnus, no creí volver a verte tan patético como aquella vez en Perú. Siento que me vas a obligar a bostezar y decir fuerte aunque nadie me pregunte: "No conozco a ese sujeto, lo juro por mis cuernos".

Magnus alzó la vista perplejo. Vio a Ragnor Fell a espaldas de su yo en el reflejo del espejo, estaba recostado en su cama tranquilamente, con las piernas cruzadas y los brazos echados detrás de la cabeza. Cuando Ragnor vio que lo miraba le lanzó una sonrisa forzada, para nada encantadora, y a Magnus le dio un escalofríos (no por el hecho de que su amigo se le presentara en forma fantasmagórica, sino porque siempre le había dado escalofríos verlo sonreír, tenía que admitirlo, su amigo era bastante tétrico, y las sonrisas intencionadas no le salían).

—¿Qué haces aquí?—preguntó y se giró para mirar su cama, ahí no había nadie, en realidad no había nadie en la habitación.

—Sigo aquí—se escuchó la voz de Ragnor. Y Magnus regresó la vista al espejo. Ragnor seguía echado en la cama, lo saludó con la mano, y le regaló otra espeluznante sonrisa.

—Ya veo—dijo Magnus inexpresivo, se rascó la nariz con el dedo— Debiste decirme que pensabas usar la habitación del otro lado. No quiero pensar que me has estado espiando todo este tiempo.

Ragnor masculló algo por lo bajo, algo como "no soy un maldito voyeur".

—Entonces...— empezó Magnus— ¿Tienes un asunto pendiente conmigo?

—Precisamente. Olvidé decirte algunas cosas sobre nuestra amiga silenciosa—dijo, y alargó el brazo para señalar la vela.

—Bueno, es un poco lamentable que hayas despertado del sueño eterno, sólo para hablarme de esta cuchufleta que estaba a punto de tirar.

Flama eterna, barbas y primeros bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora