VII

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Cuando despertó, Alec no imaginaba que la resaca lo fuera a hacer sentir como un saco de box después de una sarta de patadas, hecho polvo y con los latidos del corazón retumbando como timbales hasta las orejas.

Estaba echado boca abajo, con sábanas revueltas que caían de la orilla del sillón, y se enrollaban en su cuerpo que en algún momento de la mañana había resbalado hasta el suelo.

La sala estaba oscura. Se levantó sin ganas, bufando  y lanzando dramáticos lamentos de fatiga. Sentía escalofríos por todo el cuerpo desnudo, agarró la sábana y se envolvió en ella de la cabeza hasta los pies, recogió las rodillas hasta el pecho y hundió la cabeza que sintió que se le despegaría en cualquier momento si no la apoyaba. 

Algo vibró en el suelo. Alargó la mano hasta donde estaba su pantalón desparramado entre otro montón de ropa, y sin ver, hurgó hasta que sacó el celular. Echó la cabeza para atrás cuando la luz de la pantalla lo encandiló, y viendo entre las delgadas rendijas de los ojos, y sin mucha necesidad de enfocar, supo quien le llamaba. 

—Qué...—contestó con voz afónica y de mala gana.

>>¡Hey, compañero! Solo comprobaba que estuvieras vivo. ¿Ya no vienes?<<—era Jace, que hablaba enérgico, tan enérgico que Alec  alejó el celular de golpe por unos segundos, dándose cuenta que no soportaba ningún tipo de ruido demasiado sonoro, se pasó la mano por la cara, como si eso hiciera más tolerable el que sus sentidos apenas estuvieran despertando.

—Claro, no me olvidé... ¿Qué hora es?

>>Estás atrasado con cinco horas, hermano, son las doce.<<—dijo, y Alec se obligó a voltear a la ventana, por la rendija entre las cortinas se filtraba un rayo de luz, potente y claro que indicaba que el sol estaba bien puesto en lo alto del cielo.   

—Mierda.—masculló.

>>Suenas terrible, Alec, como un demonio raum con una espada atravesada en la garganta.<<

—Sueno terrible como un demonio raum, porque me siento terrible como un maldito demonio raum agonizante.—dijo y se sobó la sien, como para probarle a Jace, que efectivamente se sentía de la patada, aunque éste no pudiera verlo. Escuchó su risa en respuesta.

 —>>Pero sí que me necesitas para hacer despertar todos los bríos aletargados. Deberías agradecerme por ser tu apoyo tras tus noches de parranda.<<

—Gracias, Jace. Menos mal que te tengo, Jace. Tan elocuente como siempre, Jace. 

>>Hey, mi caridad tiene que salir a relucir cada tanto, no puedo acumularla, se me derramaría la bilis.<<

Alec no le objetó nada, estaba a punto de preguntarle si era en la bilis donde creía que se acumulaba su glándula de altanería, pero estaba seguro que Jace no sabía mucho sobre células y él tampoco, porque siendo cazadores de sombras a veces no tenían tiempo de andar estudiando lo mismo que los mundanos.

—¿Y esperaste cinco horas para llamarme?—rezongó.

>>Uff, brutal. ¿Tan noqueado te dejó la velada?<<—dijo y se rió, a Alec no le pareció gracioso.—>>Te he estado llamando y mensajeando toda la mañana, luego caí en cuenta que hacía días que no veías a Magnus.... Así que, concluí cosas.<<

—¿Qué cosas?—quiso saber Alec, no pudo reprimir una carcajada, pero dudó que Jace hubiera interpretado el ronco sonido que salió de su boca como una risa.

>>Cosas. Sexo. Punto. Olvídalo. No quiero saber.<<

—Te recuerdo que yo no ponía revuelo en escuchar cómo te habías tirado a cada chica que te ligabas, con lujo de detalles, se me viene a la mente algo como probé el suculento manjar bajo sus bragas.

Flama eterna, barbas y primeros bailesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora