Capítulo 1

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"La humildad abre puertas; la prepotencia las cierra."
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Los primeros rayos del sol tocaron al gallo, que en ese momento lanzo su poderoso cacareo. La puerta de una casita sencilla y acogedora se comenzó a abrir, dejando ver a una bella joven de cuerpo delgado y esbelto, suave cabello azabache y unos hermosos ojos azules, los cuales reflejaban inteligencia y curiosidad. La joven iba vestida de forma sencilla: una falda rosada que le llegaba un poco abajo de la rodilla, una camisa café con mangas de color azul y un pañuelo rojo atado a su cabeza. Se dirigía a la aldea a devolver el libro que el señor Kubdel le presto.

Mientras caminaba oyó un graznido. Giro su cabeza para ver que era y se encontró con unos patitos. Por la forma en que miraban a todos lados dedujo que se habían perdido. A unos cuantos metros de donde ella se encontraba vio un pato un poco más grande y supuso que era su mama. Se dio cuenta que esta buscaba a sus bebes. Agarrando un poco de pan que había guardado en su delantal, fue dejando un rastro de migajas. Los patitos comenzaron a seguir el rastro hasta que llegaron con su mama. Sonriendo, continúo su camino.

Una vez que llego a la aldea vio que la gente había iniciado el día pero siempre era lo mismo: el mismo lechero vendiendo la leche, el mismo carpintero diseñando los mismos muebles y la misma gente haciendo lo mismo todos los días, desde que ella y su padre habían llegado de Paris. Aunque de eso ya había pasado un tiempo, aun se sentía como si apenas ayer hubiera llegado. Aun se sentía una extraña. De hecho todos en el pueblo la consideraban rara, porque no era como ellos: a ella le gustaban muchísimo los libros, le gustaba soñar con tierras lejanas y aventuras inigualables y, aunque también le gustaba la moda y tenía talento para ello, a menudo deseaba poder convertirse en una diseñadora reconocida.

Tan metida estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que ya había llegado. Tocando suavemente escucho un "adelante" y entro a la biblioteca, aunque decir biblioteca era mucho: eran unas cuantas docenas de libros, acomodados en unas repisas. El señor Kubdel estaba acomodando un par de libros y cuando giro su cabeza para ver quién era, sonrió cálidamente.

—Buenos días, Marinette—dijo alegremente. Él le tenía un cariño a la chica ya que sabía que no era como las demás. Ella era una chica reservada, inteligente y sensata, que no se dejaba llevar por los chismes, cálida y optimista, con una mente muy curiosa y sueños que iban más allá de ese pequeño pueblo.

—Buenos días, señor Kubdel. Le vengo a devolver el libro que me presto—dijo alegre Marinette, tendiéndole con cariño y cuidado el libro.

—¿Tan rápido lo leíste?—le pregunto algo sorprendido. Él sabía que Marinette le tenía mucho cariño a los libros y que no los soltaba una vez que comenzaba pero esta vez había leído más rápido el libro. Apenas se lo había prestado hace dos días y a decir verdad era un libro bastante grueso.

—No podía soltarlo. El amor, el miedo, la desesperación, la esperanza. ¡La magia!—decía muy emocionada.

El señor Kubdel solamente se rio con ella.

—Si tanto te ha gustado te lo puedes quedar. De hecho, espera un momento—dijo y desapareció detrás de un pequeño mostrador. Un minuto después, la tendió a Marinette un libro que reconoció al instante. Lo sacaba muy seguido pues era su favorito.—Sé que este es tu favorito, por lo que también te lo puedes quedar—dijo amablemente.

Marinette solo pudo abrir mucho los ojos. No se esperaba eso y pensó que el señor Kubdel tenía tan pocos libros que sería egoísta de su parte hacer que su biblioteca se quedara con menos.

—Es muy amable de su parte pero no creo que sea necesario. No quiero privarlo a usted ni a la gente de este libro.

—Marinette, no viene mucha gente aquí. Además, hace tiempo que no he leído ese libro. Quédatelo, insisto—le comento amablemente el señor Kubdel.

Marinette solo pudo agradecerle muy entusiasmada antes de salir. Se dirigió a su casa para poder sumergirse en las aventuras emocionantes de sus nuevos libros. Sin poder aguantarse, comenzó a leer mientras caminaba, aunque no era la primera vez que lo hacía. La gente se le quedo viendo, lo que tampoco era nuevo pues, a pesar de que ella no lo notara, era tan hermosa que nadie podía evitarlo. Pero a pesar de todo, la gente la evitaba por ser diferente. Claro, le hablaban y la saludaban pero hasta ahí llegaba la cosa.

Cerca de ella, se estaba congregando mucha gente para admirar algo. Sin poder evitar la pizca de curiosidad, levanto la cabeza para ver el motivo y lo que vio solo hizo que pusiera los ojos en blanco, regresara la vista a su libro y retomara su caminata. Al parecer se trataba de Félix, el cazador del pueblo. Al parecer andaba presumiendo de su nuevo trofeo: un pequeño venado.

Marinette trato de pasar desapercibida pero no lo logro. A pesar de la multitud, Félix logo verla y librándose de la gente, corrió hacia ella.

Bonjour, Marinette—dijo Félix, muy coqueto.

Bonjour, Félix—dijo amablemente Marinette, sin despegar la vista del libro.

Al ver que no levanto la vista, Félix le quito el libro.

—Félix, por favor, devuélveme mi libro—le dijo un tanto molesta, mirando seriamente sus ojos azul grisáceo. Si había algo que a ella le molestaba era que le quitaran sus libros.

—Que aburrido. Está muy largo y no incluye dibujos.—dijo mientras pasaba rápidamente las páginas.

—Prefiero usar la imaginación. Así es más emocionante.—respondió mientras trataba de quitarle el libro. Pero Félix era más alto por lo que no pudo.

—No deberías perder tu tiempo en esto. Solo son puras palabras sin sentido escritas por personas que no tenían nada mejor que hacer. Deberías pasar tu tiempo con otras cosas- dijo mientras arrojaba el libro cerca de un charco.

—¿A si? ¿Cómo qué?—pregunto sarcásticamente mientras se agachaba para recogerlo.

—Yo, por ejemplo. ¿Por qué mejor no vamos a la taberna para que puedas ver mis trofeos?—y de repente la tomo de la cintura, para disgusto de ella y las chicas que todavía andaban cerca, las cuales ardían en celos. El solo le sonreía descaradamente mientras se pasaba la mano libre por sus cabellos rubios.

—Gracias Félix pero no puedo. Tengo que volver a casa a ayudar a mi padre—le dijo dulcemente mientras se separaba y, antes de que este dijera algo más, Marinette se echó a correr lo más rápido que pudo.

Cuando Félix se dio cuenta de que lo había rechazado se fue molesto a la taberna para desahogarse con sus amigos. Puede que el fuera el hombre más guapo de toda la aldea pero era muy arrogante y egoísta, además de que se dejaba llevar mucho por el aspecto físico y que lo que le sobraba de galán y musculoso le faltaba en inteligencia y sensatez.

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Marinette iba sumida en sus pensamientos. Sabía que Félix estaba interesado en ella pero prácticamente él no la conocía. No sabía sus sueños ni las cosas que le gustaban o desagradaban. Y aun así él se le acercaba como si fuera suya. Puede que el fuera muy guapo pero ella no se guiaba de eso. Puede que todo el pueblo admirara a Félix por sus habilidades como cazador o sus proezas físicas pero Marinette sabía que el auténtico valor de una persona se encontraba en la capacidad tremendamente generosa de aparcar la falsa necesidad del ego por la bondad de prestar ayuda a los demás, de desatender nuestros arduos deseos por atender los deseos de los que de verdad te necesitan en ese momento, sin tener tan siquiera en cuenta su aspecto.

En ese momento se dio cuenta de que había llegado a su casa y oyó que su padre la llamaba. Con los libros bajo el brazo, Marinette entro sabiendo que sus historias tendrían que esperar un poco.

La Bella y El GatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora