Capítulo 14

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"Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando."
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La luz del fuego rompía la oscuridad de la misma forma que el sonido de sus pasos lo hacía con el silencio de la noche, siendo guiados por la brillante estela del espejo.

El calor de la chimenea inundaba la estancia, tratando de compensar la tristeza de cada una de las personas presentes ahí. El temblor que sintieron de repente no podía dejar las cosas más claras: el tiempo se les acababa. Estaban a tres pétalos de convertirse en basura.

—Al menos al fin aprendió a amar—dijo Tikki con una pequeña sonrisa.                                   

Plaga la abrazo cariñosamente, dándole la razón.

—Lo cual de nada sirve si ella no lo ama—soltó irritado Max, cruzándose de brazos.

—No—lo contradijo Alya—. Esta es la primera vez que ha tenido esperanza.

El reloj estaba a punto de replicarle cuando escucharon el relinchar de un caballo.

—¿Será ella?—cuestiono Nino, acercándose junto con los demás a la ventana.

A pesar de que estaban no estaban tan cerca y la noche no ayudaba pudieron distinguir el brillo de las antorchas junto con los trinches.

—¡Invasores!—exclamo espantado Plaga.

—Lo dije antes y lo digo ahora: aquí no hay amor—comento exageradamente Max—. ¡Armen una barricada! Yo iré a avisarle al amo.

Por una vez, todos le hicieron caso sin rechistar. Se apoyaron en la puerta en el momento en que oyeron la reja abrirse bruscamente y unos segundos después sintieron un golpe realmente fuerte, proveniente del otro lado de la puerta.

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En la parte más alta del ala Oeste, sentado en el borde del balcón, se hallaba una bestia sumida en la desilusión y la soledad. Un pequeño reloj entro agitado, tratando de recuperar el aliento mientras gritaba: << ¡Invasores!>>. Sin embargo, el felino apenas le prestó atención a lo que decía.

Una vez que Max se tranquilizo le informo que habían invadido el castillo. Pero Chat Noir simplemente dijo:

—No importa ya. Déjalos entrar—añadió secamente.

Supo que no iba a lograr nada con él, por lo que decidió retirarse.

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—¡Esto no funciona para siempre!- dijo Rosita al sentir el enésimo golpe—. Debe haber otra manera.

—¡LO TENGO!—exclamo feliz Plaga—. Rápido, apaguen las luces, aléjense y quédense quietos hasta que les de la señal.

En ese momento, la estancia quedo sumida en el silencio y la negrura de la noche, siendo interrumpida por un violento golpe que abrió las puertas. Los aldeanos se asomaron cautelosamente, siendo encabezados por Félix.

Muchos de ellos admitieron que sentían como si ya hubieran estado ahí antes. De repente se escuchó que alguien grito: << ¡AHORA!>> y se desato la guerra.

La mayoría de los muebles persiguieron algunas de las personas como toros en una corrida; el perchero morado estaba en una pelea a puño limpio contra un grandulón; las armaduras peleaban con un poco de dificultad ya que cada vez que las golpeaban estas vibraban; el piano de caoba y el carrito de postres embestían a todo el que se le cruzara como si fueran cabras; el ropero giraba con un par de listones en ambos brazos, golpeando y enredando al que estuviera demasiado cerca de ella; los plumeros golpeaban a los aldeanos en el rostro, llenándolos de polvo y dificultándoles la visión, siendo ayudadas por el pincel rojo, solo que este los llenaba de pintura, dejándolos como un gran lienzo humano; la pequeña tetera rociaba agua calienta a todo el que se le acercara; el reloj ordenaba a algunos de libros mágicos que atacaran a los persona y el pequeño taburete corría entre los pies de las personas, haciéndolos tropezar.

La Bella y El GatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora