Capítulo 10

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"Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta."
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Se podía oír el canto de los grillos y el ulular de los búhos, mientras las luciérnagas brillaban entre la hierba.

Marinette aún no despertaba de su incredulidad; no pensó que volvería a ver Paris.

—¡Oh! Paris—dijo emocionado su compañero—. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que vine. ¿Qué te gustaría ver primero?

No obtuvo respuesta de la azabache. Soltó su mano y camino lentamente por la estancia de aquella cabaña, con la sensación de que ya había estado ahí antes. Paso la mano suavemente por una pequeña mesa, ubicada en una de las esquinas.

—¿Qué tienes?—dijo preocupado.                                              

La voz del felino la devolvió a la realidad.

—Ya he estado aquí—le respondió en voz baja.

Chat Noir la miro sin decir nada aunque sentía algo de curiosidad. ¿Porque se encontraban ahí? Miro detenidamente la sala y no encontró nada fuera de lo común: un par de sillas, una mesa, una repisa de libros viejos, junto a una escalera y al lado, había una pequeña cocina.

—Vamos arriba—le dijo a la ojiazul—. Tal vez encontremos algo que te sea familiar.

Marinette asintió. Subió primero ella y el felino la siguió.

Arriba tampoco había nada del otro mundo; había una cama matrimonial y una mesita de noche con una vela gastada. Al lado de una ventana se encontraba una mecedora. Y en el centro de la habitación había una pequeña cama, del tamaño adecuado para un niño pequeño.

Los dos se disponían a bajar cuando el ojiverde se percató de una pintura colgada en el fondo de la alcoba. Estaba demasiado oscuro para poder distinguir de qué se trataba. Marinette busco en los cajones de la mesa, encontrándose con un par de fósforos y un pequeño pedazo de vela. La encendió y la acerco con cuidado a la pintura.

Era el retrato de una familia pero no de cualquiera, sino de su familia. En ella estaba su padre con sus cálidos ojos verdes y su afable rostro, aunque más joven; a su lado se encontraba su madre, con su corto cabello azabache y su encantadora sonrisa. Entre ellos había una risueña niña con un cabello idéntico al de su progenitora y grandes ojos azules.

Chat Noir observo detenidamente la pintura hasta que cayó en la cuenta de que se trataba de la familia de Marinette. La volteo a ver y se percató de que tenía los ojos llorosos. Su mano estaba temblando, por lo que él le quito la vela mientras ella caminaba hacia un broche con forma de flor de cerezo, tomándolo cuidadosamente entre sus manos.

El felino rodeo tiernamente sus hombros y salieron al jardín, siendo bañados por la luz de la luna. Ninguno dijo nada por un buen rato. Marinette fue la primera en romper el silencio.

—Creo que ya tenemos que volver—dijo con un deje de tristeza.

—¿Estas bien?—le pregunto intranquilo.

—Si—mintió.

En eso, escucharon unos caballos relinchar entre los árboles, seguido de unos disparos. Los dos se escondieron detrás de la cabaña. De repente, entre los arbustos, apareció la pequeña Marinette, somnolienta entre los brazos de su madre, con su padre a su lado. Ambos estaban agitados, empapados de sudor y con los ojos abiertos por el miedo. Trataban de recuperar el aliento.

Marinette se dio cuenta de que no se encontraban en el Paris actual. Estaban en el pasado. En su pasado. Miro a Chat, el cual se estaba pasmado.

La Bella y El GatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora