Capítulo 15

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"Quien no ha caído nunca, no tiene una idea justa del esfuerzo que hay que hacer para mantenerse en pie."
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"Adrien"

Cuando abrió los ojos no supo dónde estaba. Estaba en un campo abierto en el que se veían kilómetros y kilómetros de pasto junto a un cielo parcialmente nublado. También había un camino que se dividía en dos hasta alejarse a diferentes puntos en el horizonte y en medio de ellos estaba un letrero con flechas, que señalaban pero no decían a donde iba cada uno.

Se acercó al letrero y estiro la mano con la intención de tocarlo pero al hacerlo se llevó una sorpresa: no estaba cubierta de pelo. Asombrado, miro su otra mano y vio que estaba igual que la otra. Hizo una rápida inspección  a su cuerpo, descubriendo que había vuelto a la normalidad.

Una aplastante alegría lo embargo, seguido de una confusión cuando recordó que no sabía dónde estaba. Escogió uno de los caminos al azar pero antes de avanzar un paso escucho como alguien lo llamo.

—Adrien—susurro.

Esa voz. Demasiado tiempo pasó desde la última vez que la oyó. Por un momento creyó que estaba delirando pero aun así levanto la vista, temeroso de lo que pudiera encontrarse.

Ahí estaba ella, justo como la recordaba: el cabello rubio recogido elegantemente, sus ojos verdes brillando y una sonrisa llena de calidez. Parecía  un ángel.

—¿Ma...má?—dijo con temor.

—Hijo—respondió mientras abría los brazos.

Corrió a ella sin dudarlo y la estrecho fuertemente. La había extrañado tanto. Derramo un par de gotas pero no le importó. Su madre se separó levemente y le limpio las lágrimas que le quedaron.

—Mamá, ¿dónde estamos?—le pregunto, aunque tenía otras cien preguntas.

—¿Dónde crees tú que estamos?—dijo sin una pizca de doble sentido o ironía.

Adrien miro a su alrededor pero no lo reconoció. Trato de acordarse de lo último que vio antes de despertar pero todo estaba borroso; pudo recordar el sonido de un disparo y un intenso dolor.

—¿Estoy muerto?—exclamo abriendo los ojos como platos.

Ella soltó una pequeña risita y lo miro con compasión. Le explico que no estaba muerto pero tampoco estaba vivo. Era como un punto medio entre ambas. Con algo de esfuerzo, el logro entenderla. Pero si eso era cierto, ¿Por qué estaba ahí?

—Creo que hay algo que te ata al mundo de los vivos—respondió con un tono misterioso.

Adrien no se esperaba eso. Se puso a reflexionar que era a lo que estaba anclado. ¿A su castillo? No, ya no era tan materialista. ¿A sus amigos? Si se sentía unido a ellos pero no estaba seguro de que fueran solo ellos. ¿A su comida? Eso no tenía sentido. Entonces, ¿Qué era? Exasperado, miro el cielo, el cual estaba despejado y un recuerdo  impacto contra el: unos ojos azules lo miraban con diversión mientras una sonrisa irónica aparecía en su rostro, enmarcado por unos mechones azabaches.

—Marinette—dijo en voz baja, mirando a todos lados, buscándola inútilmente.

Su madre le sonrió y lo condujo en silencio hacia el letrero. Adrien la miro sin entender.

—Al parecer tienes un fuerte vínculo con esa chica.

—¿Cómo sabes eso?

—¿Recuerdas lo último que te dije?—pregunto a su vez.

—Sí pero, ¿qué tiene que ver eso con...—calló abruptamente cuando se dio cuenta de lo que quiso decir.

—Nunca te deje. Estuve a tu lado en cada momento y lo estaré siempre—respondió con los ojos brillantes por las lágrimas.

La consoló justo como ella lo hacía cuando era un niño. Una vez que se tranquilizó le dijo que podía escoger. Él no comprendió a que se refería.

—Ya te lo dije: ella es lo que te ata al mundo de los vivos—explico—. Pero estas, por decirlo de una forma, muerto. Por eso estas aquí. Puedes escoger si vuelves o te quedas.

Aquello le supuso un dilema. Si volvía, toda su vida parecería un monstruo, repudiado y odiado por el mundo, confinado a un lúgubre castillo con objetos como compañía; si se quedaba, aunque no supiera exactamente en donde, estaría con su madre, en algún lugar donde no existía el dolor o el  miedo. La decisión parecía muy fácil de no ser por unas palabras que resonaban en su cabeza.

"Ella es lo que te ata al mundo de los vivos"

Recordó que Marinette había recibido la bala que estaba dirigida a él. Ella estaba grave. Era imposible que aun siguiera con vida. Pero de ser así el debería de estar definitivamente muerto, y al parecer no lo estaba. Si estaba ahí era porque algo no lo dejaba ir y si era ella lo que lo detenía entonces...

Miro a su madre con los ojos abiertos ante aquella revelación. La mirada que tenía le dio a entender que sabía lo que había escogido. Ella beso dulcemente su frente y estiro el brazo, indicándole el camino que debía tomar.

Camino con decisión en el largo tramo que se extendía en el horizonte hasta que todo volvió a ser blanco.

Mis amores, aquí su querida autora les publica un capitulo más corto pero porque decidió dividirlo en dos puntos de vista. Sin más que decir me despido. Díganme que les pareció.

La Bella y El GatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora