Capítulo 9

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"Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas."
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La pluma se deslizaba por el papel, dejando a su paso delicados trazos de tinta, a pesar de que se movía velozmente.

Marinette se encontraba en la biblioteca, con el sol golpeando delicadamente su espalda. Al despertarse la había invadido un deseo que conocía a la perfección: el deseo de escapar al mundo. Solo se le ocurrió hacer lo que siempre realizaba cuando sentía ese anhelo: escribir el sentimiento del primer lugar que le viniera a la mente.

Se sentía cómoda en el castillo, incluso más que en su propia aldea, pero el hecho de no poder ir a ninguna parte, sin mencionar que no tenía noticias de su padre desde que tomo su lugar, hacía que no pudiera considerarlo su hogar. Era una autentica jaula de oro.

Justamente cuando acababa de escribir, apareció Mylène con un plato de galletas y a su lado venia Rosita.

—Buenos días, Mylène. A ti también Rosita—saludo amablemente.

Bonjour, Marinette—le devolvieron ambas el saludo—. Quisimos traerte un pequeño aperitivo antes del almuerzo—dijo la pequeña tetera.

—Gracias. No tenían que molestarse—expreso la ojiazul mientras le dejaban las galletas y el Té.

—No es molestia alguna. Es parte de nuestro trabajo—comento Mylène—. Nos retiramos para que comas tranquila—dicho esto procedieron a marcharse.

La azabache agradeció esto; aun sentía aquel anhelo, aunque un poco menos. Se dispuso a escribir algo más pero el delicioso olor de las galletas la distrajo. Decidió leer un poco y comer las galletas antes de seguir escribiendo.

Agarro una galleta y mientras la comía, buscaba un buen libro hasta que encontró uno que decía La Divine Comédie. Se sentó cerca de donde había dejado las galletas y se adentró en las profundidades del infierno con Dante y Lucifer, comiendo distraídamente.

—El almuerzo está listo—dijo de repente una voz chillona.

Marinette salto ligeramente por la sorpresa. Aparto la vista del libro para poder ver al dueño, encontrándose con un reloj impaciente.

—Lo lamento jeune. No era mi intención asustarla—se disculpó Max—. Solo venía a decirle que el almuerzo ya está servido—le comento.

—Está bien. Ya voy—se levantó y devolvió el libro al lugar.

Antes de salir recogió el plato vacío y la taza de té. Max ya se había adelantado, por lo que ella iba sola en el pasillo, aunque ya los reconocía con facilidad. Llego en unos minutos al comedor se encontró con Chat conversando con Tikki. Al percatarse de su presencia, se paró y corrió su silla.

—Mi lady—dijo con tono bromista y ademanes exagerados.

—Gracias alteza—le respondió con el mismo tono.

Ambos estallaron en risas y una vez que se calmaron, procedieron a comer. Otra vez Marlena se había superado: un pedazo jugoso de carne, acompañado de verduras y de postre, un plato de Éclair rellenos de merengue. A cada uno se le hizo agua la boca, por lo que agarraron sus respectivos platos y comieron cada bocado lentamente. La comida paso entre una que otra conversación trivial y una vez que acabaron, los criados levantaron los platos sucios.

Marinette estaba por retirarse del comedor cuando Chat se le acerco.

—¿A dónde vas?—le pregunto curioso.

—A la biblioteca ¿Por?—cuestiono.

—Para acompañarte, pero yo también me dirigía ahí—respondió él—. Después de usted, mi lady—le dijo burlón al mismo tiempo que le guiñaba un ojo.

La Bella y El GatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora