Capitulo 5

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El zumbido del sol

La casa, a sólo dos kilómetros de la ciudad, produce la impresión de estar perdida en  el campo. No vemos a ningún vecino, aunque oímos al hombre que vive más arriba diciéndole vieni qua, «ven aquí», a su perro. El sol golpea como una convicción religiosa. Puedo saber la hora que es por el lado de la casa donde da el sol, como si fuera un reloj de sol gigante. A las cinco y media, los primeros rayos golpean la puerta del balcón, impulsándonos a levantarnos de la cama para disfrutar del amanecer. A las nueve, un bloque de luz entra en mi estudio por la ventana lateral, mi ventana favorita de la casa, por la vista que tiene de los cipreses, los grupos de arbolillos del valle y, más allá, los Apeninos. Me gustaría pintar eso en una acuarela, pero mis acuarelas son horrendas, y sólo sirven para olvidarlas en un trastero. Hacia las diez, el sol se eleva sobre el frente de la casa y allí permanece hasta las cuatro, cuando una franja de sombra sobre la hierba señala que el sol se dirige hacia el otro lado de la colina. Si vamos a la ciudad por ese lado a media tarde, podemos ver una prolongada y grandiosa puesta de sol sobre el Val di Chiana, hasta que el sol se disuelve, dejando tras de sí suficiente dorado y azafrán para iluminar nuestra vuelta a casa hasta las nueve y media, cuando el cielo se tiñe de un azul violáceo.

Las noches sin luna está oscuro como boca de lobo. Ed ha vuelto a Minnesota para las bodas de oro de sus padres. Oigo el sonido constante de un postigo que golpea; aparte de eso, el silencio es tan pronunciado que me parece oír la sangre que corre por mis venas. Creo que permaneceré despierta, imaginando un tarado con una sierra mecánica que sube sigilosamente las escaleras. En vez de eso, sobre las sábanas estampadas con flores de la amplia cama esparzo libros, postales y papel de cartas y me entrego al raro placer de escribir a los amigos. Un segundo capricho que me permito se remonta a mis días de escuela: comer bizcocho de chocolate y nueces con Coca-Cola mientras copio párrafos y versos que me gustan en mi cuaderno de notas.

Si por lo menos Sister estuviera aquí. Es una buena compañera en los momentos de soledad. Aquí hace demasiado calor para que se ponga a dormir a mis pies, como a ella le gusta hacer. Tendría que ponerla en un cojín a los pies de la cama. Duermo como una recién nacida y por la mañana tomo mi café en el balcón, bajo a la ciudad a comprar, trabajo la tierra y, cuando entro a tomar un vaso de agua, son sólo las diez.

Las horas pasan sin que sienta la necesidad de hablar. A los pocos días, mi vida adquiere su propio ritmo. Me despierto y leo durante una hora a las tres de la mañana; pico un poco —un tomate maduro que como cual si fuera una manzana— a las once y a las tres en vez de comer a la una. A las seis ya estoy levantada, pero para la hora de la siesta, en pleno calor, me apetece dormir un par de horas. El sopor que me invade, con el zumbido de un pequeño ventilador de fondo, parece más pesado que el sueño profundo. Al final, tengo tiempo para coger una manta y tumbarme fuera con una linterna y un mapa de las estrellas. Teniendo la

Osa Mayor tan claramente situada sobre la casa, no tardo en localizar a Pólux en Géminis y a Proción en Can Menor. Me olvido de las estrellas y, sin embargo, aquí están, siempre tan vivas, titilando, cayendo.

Una francesa y su marido inglés se acercan a la casa y se presentan como vecinos. Han oído que unos estadounidenses han comprado la casa y sienten curiosidad por conocer a alguien lo bastante loco para meterse en una restauración. Me invitan a comer al día siguiente. Dado que ambos son escritores y están restaurando su pequeña casa, enseguida surge entre nosotros la camaradería. ¿Tendrían que poner la escalera aquí o allí? ¿Qué pueden hacer con esa pequeña habitación? ¿Sería una habitación situada donde estaba el establo en la planta baja demasiado oscura? El comune no permite que se abran nuevas ventanas, ni siquiera en granjas sin ninguna ventilación. Los exteriores deben conservarse intactos en fincas históricas. Me invitan a cenar a la noche siguiente y me presentan a otros dos escritores extranjeros, uno francés y otro asiático americano. Para cuando Ed vuelva una semana después, estamos invitados a la casa de estos escritores.

Bajo el Sol de ToscanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora