Solleone
Solleone, qué útil el sufijo, one del italiano. El nombre se expande. Porta, «puerta», se convierte en portone, y no queda ya duda sobre cuál es la puerta principal. Torre se convierte en torreone, el nombre de nuestro lado de Cortona, donde en otro tiempo se alzaba una torre. Y está el minestrone, que es siempre una gran sopa. Los días de la parte más calurosa del verano, solleone, «gran sol». En el Sur los llamábamos «días de perro». Nuestra cocinera me explicó que se llamaban así porque hacía tanto calor que los perros se volvían locos y mordían a la gente, y eso es lo que me pasaría si no le hacía caso. Con el tiempo, me desilusionó comprobar que en realidad el nombre sólo significaba que Sirius, la estrella perro, salía y se ponía con el sol. El profesor de ciencias nos dijo que Sirius tenía el doble del tamaño del sol y, para mis adentros, pensé que aquello de alguna manera hacía que el calor se duplicara. Aquí, un sol expandido ocupa el cielo, como en los dibujos de los niños, con la casa, el árbol y el sol. Las cigarras lo saben..., proporcionan el perfecto acompañamiento para este calor. Al alba tocan con un chirrido estridente. ¿Cómo es posible que un insecto del tamaño de un dedo pueda provocar semejante alboroto haciendo vibrar su tórax? La estridencia de sus notas va en aumento y es como si alguien estuviera sacudiendo una pandereta hecha con los menudos huesos de los oídos. Para el mediodía, han pasado al sitar, ese instrumento tan irritante. Sólo el viento las acalla: tal vez tienen que aferrarse a alguna rama y no pueden sujetarse y hacer vibrar su tórax al mismo tiempo. Pero el viento raramente sopla, salvo por las perversas y ocasionales apariciones del scirocco, con ráfagas que no refrescan. Si yo fuera un gato, arquearía la espalda. El viento caliente trae partículas de arena de los desiertos de África y las deposita en tu garganta. Tiendo la ropa y se seca en unos minutos. Los papeles que tengo en mi estudio vuelan por la habitación como palomas blancas liberadas, después se aposentan en las cuatro esquinas. Caen algunas hojas secas de los tigli y las flores de pronto parecen desprovistas de color, aunque este verano hemos tenido las suficientes lluvias para poder regar diariamente. El agua de la manguera viene directamente del pozo, así que, al final de un día caluroso, imagino que las flores se sentirán revitalizadas con el chorro de agua helada. O tal vez las agote. El peral de la terraza delantera tiene el aspecto de una mujer que ha salido de cuentas hace dos semanas. Tendríamos que haber hecho la recolección de la fruta. Las ramas se tronchan por el peso de las peras doradas con un incipiente tono rojizo. Soy incapaz de decidir si ponerme a leer metafísica o cocinar. La naturaleza última del ser o la sopa fría de ajo. Después de todo, no son tan diferentes. Y si lo son, no importa; hace demasiado calor para pensarlo.
Cuanto más caluroso es el día, más temprano salgo a pasear. Las ocho, las siete, las seis, e incluso entonces hace calor. Los paseos más refrescantes empiezan en Torreone. Un camino que desciende, lleva hasta Le Celle, un monasterio del siglo XIII en el que la minúscula celda de san Francisco todavía se abre a una corriente estacional. Muchos de los primeros monjes franciscanos que vivieron como ermitaños en el monte Sant'Egidio participaron en la fundación de Le Celle en 1211.
La arquitectura, un panal de piedras apiladas, recuerda las cuevas donde vivían. Cuando camino por allí, la paz y la soledad son palpables. A principios del verano, puede oírse la música del agua que cae por el profundo cañón y a veces, por encima del sonido del agua, oigo a alguien cantar. A estas alturas la corriente casi está seca.
Su huerto parece modélico. Uno de los frailes capuchinos que ahora viven allí sube descalzo por la colina en dirección a la ciudad. Lleva su hábito marrón y harapiento y el extraño capucho blanco (de ahí que se llamen capuchinos), y utiliza dos palos para ayudarse a caminar. Con su barba blanca y sus fieros ojos marrones, parece una aparición de la Edad Media. Cuando nos cruzamos, sonríe y dice: «Buon giorno, signora. Bene qua», «esto es hermoso», indicando el paisaje con el mentón barbudo.
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Bajo el Sol de Toscana
RomanceFrances Mayes es una escritora estadounidense de 35 años cuyo reciente divorcio le ha sumido en una profunda depresión que le impide poder escribir. Su mejor amiga, Patti, preocupada por su estado, le regala un viaje de diez días a la hermosa Toscan...