Capítulo 18 "Jonas"

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—¿Te parece bien un omelette de claras con espinaca, brócoli, germinados y champiñones?

     —Con razón tienes ese cuerpo.

     —Pues sí. Mi cuerpo es mi templo. O al menos solía serlo. Ahora tu cuerpo es mi templo.

      Me lanza una sonrisa tímida.

      Saco los ingredientes del refrigerador y pongo manos a la obra.

     Ambos traemos puestos shorts y camisetas, pero mi ropa se le ve mucho mejor a ella que a mí.

      —Bueno, hablemos de costos —digo—. Tu membresía no puede ser gratuita, o no la valorarás. Es una estrategia básica de mercado. Tendrás que echar algo de carne al asador.

      —Definitivamente estoy a favor de la carne —esboza una sonrisa coqueta.

       —Siempre y cuando sea la tuya. —Miro su muslo que se asoma por debajo de la mesa—. Se me ocurre esto. —Hago mi mejor esfuerzo por mantener un tono relajado, juguetón, despreocupado—: renuncia a tu trabajo en El Club y quédate conmigo todo este mes.

     Se queda boquiabierta.

     Volteo el omelette en la estufa, mientras mi corazón late a mil por hora.

      —Seguirás yendo a clases y estudiarás, claro está, y yo iré a trabajar y me ejercitaré. Pero, por lo demás, nos relajaremos y detendremos el mundo y nos fusionaremos el uno con el otro en nuestro club privado.

      Se queda callada.

      Fijo mi atención en la comida para no darles demasiada importancia a las mariposas que revolotean en mi estómago. Siento que me sonrojo.

       —Nuestro club privado para dos —agrego con torpeza, volteando el omelette en la sartén.

       Sigue sin decir una palabra, así que la miro de reojo.

      No parece feliz. Esa no era la expresión que esperaba ver en su rostro. Esperaba encontrar una de sus expresiones de alegría y entusiasmo.

     Intento rescatar la situación.

      —No necesitas preocuparte por nada. Yo pagaré tus gastos, la renta y lo que necesites, para que puedas quedarte aquí y relajarte conmigo y...

       Su mirada es indescifrable.

      —Y ser mi esclava sexual —agrego, con la esperanza de hacerla reír. ¡Diablos! No le causó gracia.

      —No renunciaré a mi trabajo —dice con convicción—. Lo necesito para pagar cosas triviales como, ya sabes, la colegiatura, la renta, la comida. No estoy contigo porque necesite limosna.

      Claro que no. No lo creí ni por un instante. Fue un comentario muy dañado de su parte.

      —¿Te importaría escucharme un momento? Entiendo todo eso, pero lo que te estoy pidiendo es muy egoísta.

      Abre la boca para protestar, pero no la dejo.

      —Quiero tu atención absoluta durante todo este mes. No quiero compartirte con nadie ni con nada. Y accediste a hacer lo que yo te ordenara.

       Su expresión dice claramente: «Pero esto no».

      Dejo el omelette cociéndose en la estufa y me siento a la mesa con ella.

       —Te quiero aquí, conmigo, y no vigilando a todos los depravados sexuales de Seattle que quieren cogerse a la Reina de Inglaterra vestida de asno.

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