Capítulo 20 "Sarah"

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Seiscientos cuarenta y tres dólares con sesenta y cuatro centavos. Eso es lo que acabo de gastarme en cuestión de dos horas durante un frenesí consumista en el centro comercial. Nunca había gastado tanto dinero en una sola sesión de compras en toda mi vida, pero debo reconocer que no fue muy difícil hacerlo. Compré todo lo que Jonas me dijo y algunas cosas más, y aun así no me acerqué siquiera al presupuesto que me asignó. ¿En dónde creía que compraría las cosas? ¿En la tienda deportiva de Prada? Es cierto que el equipo sofisticado que compré en REI era bastante costoso, pero ni así estuve en riesgo de gastar cerca de tres mil dólares, aun incluyendo las camisetas de colores, los shorts, el bikini de tanga, la salida de la piscina y dos vestidos para el calor. No me molesté en comprar lencería, a pesar de la insistencia de Jonas, porque me pareció un desperdicio colosal de dinero. Si habrá situaciones pertinentes para usar lencería provocadora, prefiero simplemente mejor no usar nada. Si he de ser franca, tuve motivos secretos para mantener el gasto al mínimo, pues se me ocurrió una idea mucho mejor para los fondos sobrantes que comprar lencería costosa que de cualquier modo Jonas me va a arrancar. Sólo espero que no se moleste cuando sepa que ya destiné ese dinero sobrante en la tarjeta.

      Apenas son las dos de la tarde y ya ha sido un día largo y emocionante: dos clases en la mañana, seguidas de una alegre tarde de compras. Lo único que quiero es llegar a casa, empacar para el viaje (si espero a hacerlo mañana, me estresaré) y acurrucarme el resto de la tarde en el sofá con mi libro de texto de la clase de contratos. Sin embargo, debo atender otro pendiente importante antes de ir a casa a estudiar: enviarle a mi estimado ingeniero en sistemas su paquete de bienvenida, incluyendo un brazalete amarillo brillante y un iPhone con la aplicación de El Club precargada. Por lo regular iría a la oficina de correos que está a medio kilómetro de la facultad para enviarlo, pero hoy me he alejado bastante de mi zona habitual y me conviene mandarlo desde la oficina de correos del centro.

       Tan pronto entro por la puerta de la oficina de correos con el gran paquete en los brazos, la ubico. Georgia. Es una de las cuatro empleadas de correos que está parada detrás de un largo mostrador atendiendo clientes. Me formo en la fila, sosteniendo la caja e intranquila. Volteo a verla, pero ella no me ha visto aún. Se ríe de algo con un cliente. Su mirada es festiva. Es una mujer dulce, genuinamente dulce.

      La fila avanza muy lentamente. Cuando por fin llego al frente, Georgia sigue entretenida con un cliente. Dejo pasar a la persona que está atrás de mí al mostrador  que se desocupa. Y también a la siguiente. Finalmente, Georgia levanta la mirada cuando su mostrador queda disponible.

      —Siguiente —dice y fija su mirada en mí. Sonríe al reconocerme casi de inmediato.

      —Hola, Georgia —digo al llegar a su lugar.

      —¿Qué tal, señorita Cruz? Qué agradable sorpresa —mira a su alrededor y baja la voz—. Su pasaporte le será entregado en su casa mañana en la tarde. No lo tendremos sino hasta entonces; si no, será un desastre.

      —Ah, sí, gracias —coloco la caja sobre el mostrador—. No esperaba que llegara hoy. Vine a enviar esto.

      —¿Ah sí? ¿Y qué la trae al centro?

      —Vine a hacer unas compras para el viaje con Jonas.

      Me mira con escepticismo.

      —Bueno, y a visitarte.

      Sonríe. Lo sabía.

        Georgia me hace todas las preguntas necesarias sobre si quiero un código de rastreo y seguro para el paquete, y finalmente concluimos la transacción postal.

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