Ya leí y releí su correo veinte veces, me di una buena mano y me duché, y ahora estoysentado frente a la computadora, mirando la pantalla en blanco, intentando descifrarcómo contestarle.
Tengo que ser honesto con ella; es el tipo de mujer que huele las mentiras a millasde distancia. Pero también debo tener cuidado de no asustarla. Entiendo que la ponganerviosa arriesgar su empleo. Tengo que decirle algo que no la espante y la hagaeliminar la cuenta de correo. Esa cuenta es la única forma que tengo de encontrarla.
«Mi bella agente de admisión», escribo.
Me quedo mirando la pantalla, con los dedos quietos sobre el teclado.
¿Qué quiero decirle? ¿De verdad quiero decirle que me la quiero coger sin haberlavisto jamás? ¿Y si no me atrae físicamente? ¿Y si es la tatarabuela de alguien? ¡Carajo!No debo pensar así. Seguro es sensual. Lo sé. Tengo un sexto sentido para estas cosas.No debo dejarme llevar por el temor a asustarla. Debo decirle la verdad. Funcionó laprimera vez, así que debo confiar en que funcionará de nuevo.
Una vez más pongo los dedos sobre el teclado.
«Lo único más grande que mi complejo de Dios en este instante es mi gigantescaerección por ti», tecleo y esbozo una ligera sonrisa. «Tu correo me puso duro desdeque apareció en la bandeja de entrada hasta que dejé de leerlo por vigésima vez y demasturbarme mientras tanto hace quince minutos. Agradezco tu brutal honestidad. Y,claro, agradezco también que me compartieras tu delicioso secreto. Es verdad que eresun monte Everest, preciosa, y por lo tanto, debes saber la clase de reto que representaspara un entusiasta del montañismo como yo.
»Me estás volviendo loco, ¿sabes? (claro que lo sabes, y lo disfrutas). Soy la clasede hombre que necesita tener el control, lo cual seguramente ya notaste, pero en estaexquisita situación tú eres la que lleva la batuta. Para un hombre montado en suenorme complejo de Dios, comprenderás que esta distribución del poder a tu favor esinusual. Sin embargo, por alguna razón disfruto la tortura.
»Tú sabes todo sobre mí, pero yo no sé nada de ti... o quizá sí, un poco. Sé lo quenecesito saber. Eres lista y muy sensual. Y no temes patearme el culo con tu propioestilo de honestidad brutal. También sé que jamás has experimentado el placermáximo y más fundamental conocido para la humanidad, hecho que me duele en lamisma medida en la que me excita. Es inconcebible, mi bella agente de admisión. Deverdad lo es.
»Quiero saber todo de ti, empezando por tu nombre. Y dónde puedo encontrarte. Yme debes al menos tres fotos, preciosa. Una vestida, una de cuerpo completo y unretrato. Es lo justo. Podrías sacar tu celular en este instante y enviármelas. Quiero vertus grandes... verdades. (¿O qué creías que iba a decir? Qué mente tan sucia tienes).
»Por cierto, ten la seguridad de que el correo que me enviaste será nuestro secreto.Jamás haría algo para lastimarte, te lo prometo.
»Quedo irremediable y absolutamente tuyo (mientras pierdo la cabeza y me vuelvoloco, y sin duda no disfruto el desequilibrio de poder entre nosotros, aunquesospecho que tú sí), Jonas».
¿Qué tiene esta mujer que me prende tanto?
De inmediato presiono enviar, sin siquiera releer lo que escribí. Sé que si no loenvío tal y como está, empezaré a obsesionarme con haber utilizado las palabrasprecisas o con la posibilidad de ahuyentarla, e intentaré perfeccionarlo lo más posible.Porque así me gustan las cosas: perfectas. Pero ya ha esperado mucho tiempo mirespuesta, y estoy seguro de que se debe preguntar qué habrá pasado. Y debe estarpreocupada. Y arrepentida. Mierda, ¿y si ya eliminó la cuenta de correo? Eso seríapésimo para mi salud mental. No puedo perder el único medio que tengo paracontactarla.
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EL CLUB
JugendliteraturSarah es una chica joven que trabaja como agente de admision en un club de citas por internet para poder costearse la carrera de Derecho. Jonas Faraday, un hombre adinerado y exitoso profesionalmente, entra en contacto con El Club despues que se lo...