MIL VECES PERDÓN

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La semana pasada, después de que el insolente de Esteban entrara fumando como sin nada a la casa de mamá fuimos a la farmacia donde ella trabaja, como era de esperar las personas que trabajaban ahí no me conocían, mi madre no se tomaría la molestia de contarles que tenía una hija, o bueno no de mí. Ese día descubrí que ella había dejado de trabajar ahí desde hace al menos un mes, una chica muy amable y joven me dijo que estaba teniendo problemas con su pareja, que había decidido arreglar sus asuntos personales y que por ello dejó el empleo.

Fue lo único que logré sacarles de información, así que intentaba otra táctica, revisar el celular de mamá.

-Estas muy callada-. Esteban se atrevió a interrumpir mis pensamientos de estrategia.

-Estoy pensando-. Dije sin voltear a verlo.

-No sabía que podías hacer eso-. Volteé hacia él y entrecerré los ojos color marrón. Este también me miró y sonrió divertido, como detestaba su sonrisa, después devolvió los ojos a la carretera.

Llevábamos unos veinte minutos después de que salimos del vecindario en el que vivía América, lejos de la fiesta de cumpleaños de su hermano; Esteban aun no me había dicho nada sobre "lo que teníamos que hablar".

Se detuvo poco después de diez minutos en un lugar muy agradable, era algo parecido a un vecindario, a pesar de no haber mucho tránsito de gente no inspiraba abandono ni penumbra, habían edificios muy bonitos de cuatro plantas cada uno, estaban hechos de ladrillo, las ventanas estaban adornadas con macetas muy bonitas y en ellas flores de todos los colores, frente a cada edificio había una lámpara en forma de farol, vi el lugar por segunda vez y luego a Esteban.

-¿Qué hacemos aquí?-. Dije anonada.

-Aquí vivo-. Se bajó del automóvil y me quedé estupefacta el suficiente tiempo para que él abriera la puerta del copiloto.

-Vamos-. Hizo un gesto con la cabeza en señal de que bajara.

Estaba nerviosa, y con mis manos sudando decidí bajar del cooper.

-Y... ¿por qué venimos a tu... departamento?-. Tontos nervios, pero, ¿por qué lo estaba?

-Tranquila, no voy a violarte, si lo hiciera sería con tu consentimiento-. Me guiñó uno de sus ojos verde oscuro.

Cerró la puerta y le puso la alarma.

-¿Desde cuándo nos llevamos con tanta confianza?, idiota-. Creí que se molestaría por lo último que le dije, pero no. Se recargó en el coche, me miró, como si me analizara, no despegó sus ojos de los míos, sonrió, al parecer para sí mismo, agachó la cabeza y la sacudió de lado a lado lentamente, y yo no sabía que significaba todo eso.

-Ven, vamos, mi padre está dentro, tiene algo que decirte-. Antes de que yo diera otro cuestionamiento, avanzó hacia el bello edificio que teníamos enfrente, por instinto lo seguí.

Si Víctor estaba en su departamento me sentiría segura, extrañamente en las últimas semanas, sin necesidad de verlo y solo por llamadas telefónicas, le tomé una especie de apego, quizás hasta un poco de cariño.

Al entrar, subimos por unas escalaras para nada empinadas y que también estaban hechas de ladrillo liso, tenían un muy bonito barandal de color negro, su diseño era poco común, el lugar era bastante acogedor y por ende intuí que era bastante costoso. Abrió la puerta y el interior estaba muy bien amueblado, tenía un aire soñador y alegre, me gustó bastante la paz que se percibía en aquel pequeño departamento, estaba tan perdida observando cada esquina del cuarto que no me percaté de la presencia de Víctor hasta que carraspeó la garganta y me vi obligada a verlo.

Las estrellas no están en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora