Capítulo 27: Campanas de boda

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Ya había pasado una semana desde la fatídica fiesta de San Patricio. Y los cambios que se habían producido en esa fiesta ya se notaban. Para empezar, Fred había dejado de acosarme para que saliera con él y dejase a Chris. En clase me trataba como a otra alumna más, cosa que satisfacía enormemente al resto de mis compañeras y a Alan Perkins.

Respecto a Chris, seguíamos como el día de la fiesta. Hablábamos lo justo, pero nos seguíamos sentando juntos para comer y seguíamos viéndonos después de clases, pero nunca solos.

Lo echaba terriblemente de menos. En todos los sentidos. Echaba de menos que aparecieran mensajes de él en mi móvil deseándome los buenos días, el beso de buenos días, tomar café con él en los descansos, nuestras tardes estudiando que acababan con una sesión de besos...

Gracias a todo esto me había dado cuenta de que lo quería demasiado, y que no quería estar sin él. Pero en toda la semana no había con seguido hablar con él, pero esperaba poder hacerlo en Los Ángeles.

¿El motivo de mi viaje a Los Ángeles? Nada más y nada menos que la boda de mi madre con Joe. Por fin, después de tres meses y medio, mi madre se casaría con Joe. Y por eso ese fin de semana estaría en L.A ejerciendo de dama de honor junto con mis amigos y algunos profesores del internado que estaban invitados a la boda.

Como en toda boda, los novios celebran sus despedidas de solteros, y en esta boda no iba a ser la excepción. La mejor amiga de mi madre, Martha Sullivan, para mí conocida como la tía Marty, era organizadora de eventos, y como tal, era la encargada de organizar la mejor despedida de soltera para mi madre.

Por eso, después de una maravillosa cena que corrió a cuenta de mi abuela Michelle, las invitadas a la despedida de soltera y yo nos encontrábamos en uno de los locales de copas más famosos de Los Ángeles, “Trix”.

Mi madre había tenido la genial idea de invitar a mis amigas a su despedida de soltera para que yo no me aburriera. De todas maneras, la fiesta, con temática de los años 80, no era para nada aburrida. Ver a todas las amigas de mi madre bailar la conga alrededor de ella era bastante divertido, y cantar en el karaoke instalado en un rincón canciones míticas de esa época como “Heart of glass” de Blondie o “You came” de Kim Wilde con mis amigas a pleno pulmón era absolutamente genial.

Estábamos Nat y yo sentadas en la barra, cada una con su Martini correspondiente, cuando aparecieron en la fiesta los chicos.

-          ¡Jerry! – gritó Nat en cuanto vio a su novio – ¿Qué hacéis aquí?

-          Hemos traído a Joe para que vea a Lily. – dijo Chris.

-          De eso nada, Joe no puede verla hasta mañana. – dije firmemente.

-          ¿Y eso por qué? – preguntó Johnny.

-          ¿No sabes que da mala suerte ver a la novia antes de la boda? – le recordé.

-          ¿En serio crees en esas estúpidas supersticiones? – me preguntó mi futuro hermanastro.

Nat y yo le miramos mal a la vez.

-          Vale, resulta que sí que creéis en eso. Pues nos llevamos a Joe de vuelta a casa. – dijo Johnny volviéndose a poner la cazadora. – Pero volvemos después.

-          Johnny, ya es tarde, lo mejor sería que todos nos marchásemos. – le dijo Chris.

-          Mañana va a ser un día muy largo. – completé yo.

-          Tienes razón Lena. Deberíamos marcharnos.

Todos empezamos a recoger nuestros abrigos, y Chris se acercó a mí:

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