9. Noches en la clínica.

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Kerrick

Es cerca de la media noche, llevo casi una hora en el estacionamiento del edificio en el que Honey vive. No sé que decir en caso de tener las agallas de entrar, la verdad.

—Puedes hacerlo, debes demostrarle que eres constante —me digo a mí mismo.

Bajo del auto y aseguro todo. Entro en el edificio, voy directo al ascensor porque no hay tiempo que perder, recorro el pasillo y toco la puerta un minuto después de haber llegado a ella.

Honey abre, pero al instante en que lo hace, me da la espalda. Se regresa al sofá y se queda en silencio.

—¿Pepper te dió mi mensaje? —me pregunta.

Me acerco a ella, puedo con su cuerpo a pesar del pequeño veintre que tiene y la tomo entre mis brazos. Está temblando y solloza, no, no solloza. Está casi hipando sin poder hablar y comprendo que algo dentro de ella se ha roto.

—Me hizo sentir una basura, alguien que no iba a tener un futuro con un niño en camino —solloza—. Hizo que me sintiera la mujer menos atractiva del mundo, me llenó la cabeza de palabras desagradables, me hizo sentir nada. Dijo que él era un estorbo y que no se iba a sacrificar. ¿Cómo no podía sacrificarse por alguien que llevaba su sangre? Alguien que lo iba a amar porque era su padre. Pero no, ya no. Me siento débil, me siento como la misma chica de dieciocho que no sabía hacia dónde iba y qué iba a hacer para que su hijo no sintiera el dolor que ella sentía. La misma chica que se rompió y tuvo que volver a unirse sola por su hijo. La misma chica que hizo todo sola.

Sus manos se aferran a mi pecho, sé que no está ebria o algo parecido. Dejo que solloce en mi pecho todo el tiempo que ella desee.

—Él debe estar jodiendo, Honey —le digo—. No voy a permitir que se te acerque a ti o al niño, sé que eres jodidamente fuerte y saldrás de esto. Creo en ti, maldición. En verdad lo hago y sé que lo mandarás al demonio como una leona por defender a tu cachorro. Yo estaré aquí para ti, seré constante. Lo prometo. ¿Y lo del atractivo? Maldita sea, Honey Bennett, ¿te has visto en un espejo? Incluso con el maquillaje corrido por todo tu rostro eres una bendita joya para este mundo y esta vida. Mi vida.

Su risa se confunde con su llanto, se sigue aferrando a mi pecho. Sus manos tocan mi rostro y no me alarmo hasta que estas caen como si las fuerzas se le han agotado.

Ella no está dormida, se ha desmayado.

—¿Honey? —muevo su cabeza de un lado a otro, intentando que reaccione pero nada—. No, por favor.

La dejo en sofá y voy en busca del niño que está dormido. Entro como un huracán, haciendo ruido, él me mira alarmado.

—¡Ay, ay, ay! —exclama.

—Escúchame, amigo —le digo, me agacho a su altura—. Hay que llevar a mamá a un lugar y tienes que venir conmigo, ¿sí? Por favor, por mamá.

Frunce los labios y se acomoda su pijama demasiado abrigadora, me cuesta creer que no se está ahogando. Se calza sus pantuflas de oso y salimos a la sala.

Tomo a Honey con uno de mis brazos, tomo las llaves y me las meto en el bolsillo. Agarro al niño de la mano y salimos del departamento. Una vez en el estacionamiento, suelto la mano del niño y saco las llaves del auto. Pongo a Honey con cuidado en el asiento del copiloto y abro la puerta de atrás para Channing, él sube y le acomodo el cinturón de seguridad.

—¿Mamá? ¿Kerrick? —murmura.

Hace frío, ahora sé que quizás debí sacar otro abrigo para el niño.

—Va a estar bien —beso su frente y le paso la leva del traje para abrigarlo un poco más.

Cierro las puertas con seguro una vez que estoy adentro. Enciendo el motor e intento –fracasando miserablemente en el pobre– conducir a una velocidad prudente. Pero no con Honey desmayada y embarazada.

Llego a la clínica y la tomo en brazos una vez más, con el niño sujetándose de mi camisa, entro con urgencia y una enfermera se me acerca.

Le explico la situación, la emoción que sufrió y que está embarazada, se la llevan en una camilla mientras me dicen que debo esperar hasta canalizar el problema o algo así, pero de todo corazón espero que no sea grave y que no le pase nada al bebé.

—¿Mamá? —murmura Channing.

Lo tomo entre mis brazos mientras le quito la leva, me siento con él y muevo su cuerpo levemente de un lado a otro. Lo cubro con la leva nuevamente y espero a que se duerma, pero no lo hace. Me mira de manera fija, con sus enormes ojos verdes como los de su madre.

—¿Papá? —susurra.

Trago saliva, no sé qué decirle. Quizás decirle que sí, porque eso es lo que quiero ser para él. Quizás decirle que no, porque quiero que Honey confíe en mí primero de manera amplia y completa.

Pero no puedo dejar al niño en esa espera, no lo merece.

—Sí, papá —murmuro cerrando los ojos.

Un par de horas después, me rindo porque el niño no va a dormirse nunca.

Las enfermeras van y vienen pero ninguna me dice nada. Cuando una se acerca diciendo el nombre de Honey, veo algo de esperanza.

—Está estable, el bebé está bien —me dice—. Está despierta, pregunta por usted y el niño. No ha pasado nada de gravedad, pero hay que tener más cuidado con las emociones fuertes.

Me dejan entrar a la habitación en la que está, nos mira al instante y sonríe de lado.

—¡Mamá! —exclama Channing.

Honey le abre los brazos y él se acerca con alegría. El niño sube a la cama de hospital y me mira.

—Papá te trajo.

Honey lo mira pestañeando varias veces, el rubio le sonríe.

—¿Tu... papá? —murmura.

—Kerrick.

Ella me mira y yo me acerco, debo explicarle cómo es que se dió esta situación.

—Conseguiste domar a la bestia —me dice—. Y al decir bestia me refiero a la confianza de mi hijo. O bueno, uno de mis hijos.

Me río y beso su frente. Le han limpiado el rostro y ahora sólo queda piel pálida. No hay maquillaje y aún así se ve hermosa.

—Dicen que el bebé está bien —le comento—. Tienes cerca de las diez semanas.

—Lo lamento, pensé sólo en mí y en mi manera de desahogarme que no medí el daño que le estaba haciendo al bebé —frunce los labios.

Como recompensa me deja ver su vientre crecido. Channing divaga sobre el bebé. Me siento como todo un padre.

Esa noche la pasamos en la clínica, nos acomodamos con Channing en el sofá para visitas y nos quedamos dormidos.

¡Inténtalo, Kerrick!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora