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El viento frio de la noche me encantaba, más si al siguiente día comenzaban mis vacaciones de pascua. Me senté en la escalera de incendio dejando que mis pies colgaran libres, recargue mi cabeza en el vidrio de mi ventada, por donde salí, y me propuse a observar la ciudad frente a mí.
No era tan brillante de noche como otras pero aun así me encantaba, porque tenía un lado bueno podía observar las estrellas en el cielo sin ninguna dificultad.
Ya que estaba ahí podía comenzar a trazar un nuevo plan para acercarme al vecino. Nada de lo que hacía lograba dar resultado, ya había intentado hasta acampar fuera de su puerta para poder hablar con él, nunca salió. Hasta que mi tía Nina me dijo que salía por la escalera de incendio. La verdad no lo entiendo, ¿Por qué es así? Tan frio y mezquino. Tal vez era tiempo de dejarlo en paz, tal vez en su pasado sufrió mucho y no quiere volver a confiar en la gente.
Cerré los ojos, dejándome guiar por el viento suave, todo a mí alrededor estaba tan tranquilo.
Parecía que alguien iba subiendo las escaleras metálicas, alce la vista para encontrarme a dos personas con capucha negra. El pulso se me acelero como loco, trate de levantarme sin hacer ruido y seguir a esas personas, pero cuando lo hice le di con mi pie a una pequeña maceta que cayo y llamo la atención de esos sujetos, no alcance a meter la cabeza en la ventana cuando ya me tenía sujeta por la capucha de la chamarra, intente forcejear con ellos, pero vamos eran dos y al parecer hombres, mi única oportunidad era gritar.
-¡Maaaa...!-un pañuelo se enredó alrededor de mi cabeza cubriendo mi boca y callando mis gritos. Uno de los tipos me cargo sobre su hombro, intercambiaron un par de palabras en un idioma que no reconocí y comenzaron a subir las escaleras de nuevo.
Lo golpe, rasguñe, mordí, patee, pero nada sirvió ese hombre no me iba a soltar. El pánico comenzó a crecer en mí cuando llegamos a la azotea. No me quería ni imaginar lo que pensaban hacer conmigo.
-¡Por favor, por favor, no me hagan daño! –suplique pataleando todavía sobre el hombro del tipo. -¡No he visto sus caras! ¡No le diré a nadie! –seguí insistiendo, aun no sabía si ellos podían comprenderme, pero aun así yo suplicaba como loca. Cuando el tipo que me sostenía me aventó al piso, caí boca abajo, lo que ocasionó que el aire de mis pulmones se esfumara y fuera difícil respirar. Me lleve la mano a mi cara para encontrar líquido saliendo de mi nariz: sangre, al igual que salía de mi boca. Me retorcí en el piso, buscando algo que me ayudara a enviar aire a mis pulmones.
La vista comenzó a nublárseme, no me podía a dar por vencida. Comencé a golpearme en el pecho con la fuerza que me quedaba, los sollozos que salían de mi boca eran cada vez menos, hasta que un golpe directo en el centro de mis pechos logro destapar mis vías respiratorias.
