Prólogo

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Le parecía vivir en una nube

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Le parecía vivir en una nube. Todo era perfecto en él: su moreno cabello, sus grisáceos ojos, su forma de vestir, su pálida piel,... incluso sus ojeras tenían algo sensual que lo atraía como un imán.
Sabía que era mucho mayor que él, pero pasó por alto ese detalle porque no iba a dejar que nada se interpusiera en su camino para conquistar el frío corazón de aquel chico ojeroso. Sin embargo, no podía ignorar las advertencias de sus, siempre bien amadas, damas, Nami y Robin, quienes conocían más a su chico musa.
«No te fíes de él, Sanji~kun, «No es oro todo lo que reluce, cocinero~san, «Ese tipo no inspira la más mínima confianza, «Si vas a ir a conquistarlo, ve con cuidado,... entre otras muchas advertencias.
Él estaba tan locamente enamorado del ojeroso que ignoró, en parte, estas advertencias, pero aún tenía una duda: ¿por qué decían tales cosas de su musa?
No lo entendía, pero decidió no preguntar, decidió pasar del tema y seguir siendo la sombra de su chico. Era tan feliz cuando le dirigía las palabras, bebía de su voz grave como si fuera el mejor néctar del universo. Le mejoraba tanto el día cuando le sonreía,- ligeramente, solo un alzamiento de una de sus comisuras- sentía que se derretía cada vez que sus miradas conectaban.

El mejor día para él fue cuando se quedó a solas con él, tras irse los demás de su grupo de amigos porque uno de ellos tardaba mucho en venir. Sintió su corazón galopando desbocado, cuando de acercó, sonriente, y le cogió de las manos.
Sus siguientes palabras, le provocaron tal estado de euforia, que sintió como si un globo lleno de felicidad se expandía por su pecho:
–Kuroashi~ya, nos conocemos desde hace bastante y me preguntaba si querrías salir conmigo.
–¿Co~cómo novios?– tartamudeó, maldiciéndose a sí mismo por permitir que le temblara la voz.
Cuando su musa, su chico idealizado y perfecto, asintió, no le hizo esperar. Se abalanzó sobre él, abrazándolo por el cuello, mientras reía y lloraba a la vez. Sabía que se veía de lo más ridículo, pero no le importó lo más mínimo. Su sueño amoroso se había cumplido y sintió que su futuro se veía más brillante que antes.

Lo que él no sabía que debería haber escuchado mejor los consejos sus queridas damas. Lo que él aún no entendía, a pesar de sus 19 años,  es no todo era del color de rosa.
Lo que él aun no podía saber es que su buena dicha, se iba a convertir en miserable suerte.

Lo que él aun no podía saber es que su buena dicha, se iba a convertir en miserable suerte

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Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora