Epílogo

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|Algunos meses después

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|Algunos meses después...|

<Narra Sanji>

Me miré de nuevo en el espejo, intentando controlar mis nervios para que estos no me asfixiaran.
Había llegado el día, el momento de hacer el juramento de amor y fidelidad que uniría mi vida con la de Zoro.
Aún no me lo creía del todo. Parecía un sueño, todo aquello- los preparativos, los invitados entrando a aquella pequeña iglesia a las afueras de la ciudad, mi anillo de compromiso en el dedo, la pedida del marimo,...- parecía ser irreal; casi me esperaba que en cualquier momento me despertaría en mi cama, siendo un niño de nueve años que suspira medio dormido por aquel momento que estaba a punto de vivir. Pero yo, una gran parte de mí, deseaba con fervor que aquello fuera real. Aquella  parte sabía que aquello no podía ser un sueño, así que, para estar bien seguro, me subí la manga de mi chaqueta blanca y me pellizqué con fuerza la muñeca. El dolor que me recorrió el brazo por completo hizo que sonriera, aliviado y alegre.
Me miré, reflejado en el espejo de cuerpo entero que había frente a mí; no sabía cómo, todos los que organizábamos la boda habíamos acordado que yo vestiría de blanco, o sea, con un traje de chaqueta blanco, con pantalones, zapatos y pajarita de color negro; mientras que Zoro vestiría normal, o sea, con un traje negro, con camisa blanca. Cuando esa imagen vino a mi mente, mi parte pervertida-la cual, tampoco sabía como era que seguía conservándola, pero no me quejaba en absoluto- se preguntó como d provocativo sería quitarle su vestimenta, con endiablada lentitud, y barajaba cuál podría ser su reacción.

Aún seguía metido en mi imaginación, viéndome encima de un trajeado marimo mientras le desataba con oscura sensualidad la corbata, mientras él me sonreía con esa sonrisa, tan suya, que parecía luchar en la frontera entre lo provocativo y lo lasciv...

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Aún seguía metido en mi imaginación, viéndome encima de un trajeado marimo mientras le desataba con oscura sensualidad la corbata, mientras él me sonreía con esa sonrisa, tan suya, que parecía luchar en la frontera entre lo provocativo y lo lascivo, cuando la puerta se abrió con un chirrido oxidado que me alertó e hizo que me diera la vuelta, con la cara ardiendo.

-¿Te molesto, Sanji~kun? -preguntó Nami, apoyada en el marco de la puerta con una sonrisa divertida.

-C~claro que no, mi querida Nami~swan. Tú jamás podrías molestarme. -respondí, mientras, mentalmente, imploraba por que la tierra me tragase allí mismo, al escuchar el ligero titubeo en mi voz.

Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora