Capítulo XI: Sin retorno

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Unas semanas después, Sanji era, oficialmente, la pareja de Zoro, ya que éste se lo había pedido

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Unas semanas después, Sanji era, oficialmente, la pareja de Zoro, ya que éste se lo había pedido.
El rubio se sentía el hombre más dichoso de la tierra cuando estaba al lado de su querido marimo; el peliverde lograba que sus miedos y pesares se esfumaran. Cada beso, cada caricia, cada susurro al oído,... le llenaba de una profunda alegría.
Pero la felicidad no podía durar eternamente.

Sanji salió de su trabajo, abriendo su paraguas. La lluvia otoñal le recordaba aquella maravillosa noche en la que se había entregado por completo a Zoro y este, en pago por tal entrega, le había hecho tocar el cielo.
Sonrió contemplando los riachuelos que corrían por el asfalto, levemente inclinado, pegados a la acera. A pesar de que Zoro no había podido ir a por él, debido a un turno doble en la tienda, la promesa de que se lo compensaría había hecho que nada pudiera eclipsar o emborronar su amplia sonrisa.

 A pesar de que Zoro no había podido ir a por él, debido a un turno doble en la tienda, la promesa de que se lo compensaría había hecho que nada pudiera eclipsar o emborronar su amplia sonrisa

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Cuando llegó al piso, silbó alegremente entre dientes, dejando sus cosas en sus respectivos sitios. Fue hacia el salón, quitándose las deportivas y dejándolas en un rincón. Siguió silbando mientras palpaba la pared en busca del interruptor, ya que el cielo estaba tan encapotado que no se sabría diferenciar si era de día o de noche.
Cuando encendió la luz y su vista se acostumbró, lo que vio le hizo pegar un bote hacia atrás.
Lo que estaba viendo no era real. No podía serlo. Pero ahí estaba, la razón de sus pesadillas, la razón de sus traumas. La razón de su sufrimiento.
–Hola de nuevo, Kuroashi~ya.
Casi no podía hablar. El moreno que se encontraba echado sobre el sillón, le miraba con una sonrisa astuta y los ojos fríos, como témpanos de hielo, y con su característico brillo indiferente.
–Law...– susurró.
El ojigris se levantó con parsimonia, y se acercó al rubio quien seguía clavado en el sitio por la impresión.
–¿Me echaste de menos? – preguntó, levantándole la cara, con un dedo bajo su barbilla. Eso pareció hacerlo reaccionar ya que se zafó del contacto, gruñendo.
–¿Por qué iba a echar de menos a alguien como tú?– siseó.
–Oh. Bueno, yo sí te he echado de menos. He pensado en ti durante los días que he pasado en prisión– la sonrisa de Law se volvió cruel–. Pero nada más lejos de la realidad, Kuroashi~ya. Estoy aquí para cumplir una venganza. Ahora sé bueno y quédate quieto.– añadió, sacando una jeringuilla con un liquido rojizo en su interior.
Sanji se negaba a colaborar en los planes de Law, con lo que dio media vuelta y empezó a correr.
No obstante, no llegó lejos.
El moreno ojeroso le pilló en la cocina y lo puso contra la encimera, aprisionándolo con su cuerpo.
–¡Suéltame maldito capullo, Law, hijo de puta!– gritó Sanji, revolviéndose para huir.
–Por las malas, entonces...– susurró Law, volviendo a sacar la jeringuilla e inyectándosela en la base de cuello. Instantáneamente, el cuerpo de Sanji perdió toda su fuerza y cayó, flácido, entre los brazos del ojeroso.
Lo último que la consciencia del rubio pudo captar con nitidez, fue la macabra sonrisa que dividió las facciones de Law mientras lo cogía en brazos.


Cuando Zoro volvió a su casa, una amplia y grata sonrisa se dibujaba en sus labios

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Cuando Zoro volvió a su casa, una amplia y grata sonrisa se dibujaba en sus labios. Encendió las luces nada más entrar y vio las cosas de Sanji, pulcramente colocadas en su sitio.
–¡Ya he vuelto! – exclamó, como todos los días que él volvía más tarde que el rubio. Sin embargo, esta vez no recibió respuesta y ni siquiera oyó los pasos apresurados de Sanji para ir hacia él.
Fue hacia el salón y vio la luz encendida. “Se habrá quedado dormido viendo la televisión”, pensó, en un intento de ahogar la alarma que se estaba empezando a instalar en su pecho.
No obstante, cuando vio el aparato apagado y el sillón de cara a él, no pudo omitir más aquella sensación de pánico. Algo le había pasado a Sanji.
–Zoro~san...– la voz de su vecino, Coby, se oyó desde la puerta principal. El peliverde se acercó a él. –¿Sanji~san está bien?
–¿Por qué lo preguntas?– preguntó el espadachín, esquivando la propia pregunta del pelirrosa.
–Es que antes, hace unos veinte minutos, lo escuché gritar. No me entere de mucho pero creo que dijo un nombre "Lou", "Law" o algo así. ¿Va todo bien?
–Si. No era nada. No te preocupes.– mintió, despidiéndose de su vecino y cerrando la puerta.
El peliverde fue a paso rápido al salón y puso el noticiario de la tarde. “Por favor, dime que no es verdad. Dime que ese capullo no ha vuelto...”, pensó mordiéndose el labio con insistencia. Le dio volumen y se paseó frente al televisor.
Sin embargo, sus sospechas no tardaron en confirmarse.
«Sigue la búsqueda infructuosa de Trafalgar D. Law, el preso que escapó del centro penitenciario de Marineford hará unas cuatro semanas. Seguimos rogando a los telespectadores que si tienen alguna información relevante al caso, contacten con el departamento de policía más cercano»– anunció la reportera.
El mundo pareció desmoronarse para Zoro, quien se dejó caer con pesadez sobre el sillón, mientras el rompecabezas se montaba en su mente: Law había vuelto - o, mejor dicho, se había fugado-, y había ido a por Sanji para cumplir su venganza, secuestrándolo.
Zoro se levantó de un salto, repentinamente furioso.

Lo juro por lo que más me importa en este mundo... Voy a a acabar contigo, Trafalgar Law– gruñó a la imagen de Law, vestido con el uniforme penitenciario, que aparecía en la pantalla de televisión–. Ve rezando lo que sepas, hijo de perra, porque voy a por ti.

 Ve rezando lo que sepas, hijo de perra, porque voy a por ti

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Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora