¿Cuánto puede una persona aguantar el sufrimiento?
Depende de a quien se lo preguntes, ¿no? Hay gente que aguanta años y gente que aguanta menos de un minuto.
Sanji es un chico en busca de la, a su parecer, inalcanzable felicidad de ser libre, de...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Para Zoro aquella semana se hizo eterna y monótona: se despertaba, desayunaba ligero, iba a la tienda, volvía a casa, se duchaba, cenaba y se pasaba hasta las cuatro de la mañana investigando sobre el posible paradero de Law.
Pensar en lo que el maldito ojeroso podría estar haciéndole a su Sanji le ponía enfermo y hacia que su furia incrementase hasta tal punto que tenía que salir a un parque abandonado que había cerca y desahogarse con sus katanas. Aunque, quitando sus ganas de desmembrar al moreno y tirarlo al océano para que fuera pasto de los tiburones, echaba en falta a su rubio. Cada día sin él se volvía insufrible, y se lamentaba el no haber estado allí cuando él más lo necesitó; de nada servía decirse a sí mismo que no podría haber sabido que Law estaba libre y que había ido a por Sanji, porque ¿para que servía la mudanza del ojiazul a su casa, si al final no había cumplido con su palabra de protegerlo? Estaba volviéndose loco, de eso no había duda. Tenía tanto miedo a lo que podía hacerle Law que ahora empezaba a ver su fantasma por todas partes, acosándolo y echándole en cara su falta de consideración para con él.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Pero, mientras los días en el piso del peliverde pasaban sin más, sin nada fructífero en sus investigaciones o algo que lo alegrara, el rubio estaba viviendo un auténtico infierno.
A Law no le había sentado bien la noticia de que Sanji había perdido la virginidad con otro, con lo cual se encomendó a la tarea de violar al cocinero cada noche de aquella semana. Le daba igual si le desgarraba, le daba igual si el rubio ya no sentía ni las piernas ya,... En su cabeza solo cabía la sed de venganza y la furia incontrolable. ¿Celos? No en alguien como Law, no en alguien que disfrutaba con el dolor ajeno -y más si era infligido por él mismo-, no en alguien que usaba su astucia y mente fría para cosas tan viles como secuestrar a alguien inocente o violarlo, amenazándole con matar a su ser más querido. Sanji, aún sabiendo lo fuerte y resistente que era Zoro, temía que Law usara alguno de sus engaños para conseguir cumplir con la amenaza que siempre salia de su boca cada vez que se negaba a a hacer algo: «Si no me limpias la ropa, iré a cortarle lasextremidades a Zoro ahora mismo.», «Si no te estas callado, iré a hacer picadillo a ese marimo tuyo y se lo serviré a los peces.» o, la favorita del ojeroso, «Si no tienes sexo conmigo, aquí y ahora, y no haces lo que te digo, iré a cortarle la yugular a tu querido Zoro».
Para nuestro cocinero, cada día sin su marimo era el peor de los castigos, peor que los latigazos con la correa del pantalón de Law, peor que las violaciones y desgarros posteriores,... No podía soportarlo y, cada vez que se encontraba solo, rezaba a la Luna, que se veía por los barrotes de la única ventana de aquel húmedo y asqueroso sótano, para que Zoro estuviera bien y viniera pronto a por él. Al igual que le pasaba al peliverde, Sanji también se sentía culpable. Culpable por no haber hablado cuando debía, culpable por no haber advertido a Zoro del peligro que los acechaba,... pero ya era muy tarde y no había vuelta atrás. -Zoro...- sollozó el rubio, pegando la frente a los barrotes de la ventana, mientras se aferraba a éstos con las manos- las cuales estaban llenas de moratones y cortes- y dejaba escapar alguna que otra lágrima -. Por favor, perdóname. Por favor, ven a por mí y sálvame de esta horrible cárcel infernal.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
De vuelta con el espadachín peliverde, varias semanas después de la desaparición, y el secuestro, de Sanji, ocurrió algo increíble. Zoro había ido a hablar con algunos encargados del centro penitenciario de Marineford, cuando escuchó a uno de los oficiales hablar de Law. -Seguramente habrá corrido a su antigua casa, con el rabo entre las piernas. -Es lo más seguro, pero ese hombre es lo suficientemente peligroso como para que el almirante retrase su orden de busca y captura.-respondió su acompañante. Zoro no lo pensó dos veces y se acercó a ellos. -Disculpen. Soy un estudiante de intercambio y estoy estudiando criminología.- se inventó sobre la marcha, mientras le añadía toques de convicción- No he podido evitar oírles sobre ese tal Law. ¿Saben dónde vive?- preguntó. Los oficiales se miraron entre sí. -Sí, y te lo diremos...- dijo el primero. -... si haces algo por nosotros. -Claro, ¿qué tengo que hacer?- Zoro no dudó ni por un segundo. Estaba dispuesto a todo, con tal de tener pronto a Sanji de nuevo entre sus brazos, sano y salvo.
Cuando hubo hecho el encargo -que sólo era convencer al almirante de que les prestase atención para lograr su ascenso-, los marines le escribieron la ubicación de Law. Tras un par de giros inesperados en las calles, encontró lo que buscaba. O eso creía.
Entró en la casa, buscó cualquier signo de vida sin éxito pero, cuando iba a marcharse, un golpe en la espalda lo derrumbó. Se giró a tiempo de ver una silueta que estampaba algo contra su rostro, mandándolo al reino de la inconsciencia.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.