Capítulo VI: Mariposa de cristal

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Zoro no pudo hacer otra cosa que abrazar a Sanji cuando este buscó refugio en su pecho

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Zoro no pudo hacer otra cosa que abrazar a Sanji cuando este buscó refugio en su pecho. Acarició sus brazos, mientras apoyaba la barbilla en su dorado pelo y cerraba los ojos, en busca de un plan porque, por mucho que quisiese, no podía ir directamente a por Law y hacerle pagar lo que le había hecho al rubio. Tenía que ser cauto y más astuto que el ojeroso, para, así, hacerle caer por el propio peso de sus actos.
Pero, antes de todo eso, tenía que ocuparse de un tembloroso, pálido y débil rubio, que sollozaba contra la curva de su cuello.
–Sanji...–lo llamó, apartándole y cogiéndole del cuello para que lo mirase. Cuando lo hizo, añadió:– Escúchame bien, ¿de acuerdo? Necesito que me cuentes lo que te ha pasado con Law. Desde el principio.
Antes de que el rubio empezara a contar sus desgraciadas peripecias, Zoro encendió la grabadora de su móvil, grabando cada palabra que salía de la boca del ojiazul.
Cuando éste terminó, el peliverde permitió que se refugiara de nuevo entre sus brazos, apagando el aparato, mientras sus pensamientos trabajaban al ciento diez por ciento. Sabía muy bien que sólo el testimonio de Sanji no bastaba, sabía que tenía que encontrar más pistas, más pruebas incriminatorias para poder tener una base sólida sobre la que asentar su plan de venganza. E iba a encontrar dichas pruebas, costase lo que costase.

Cuando Sanji se calmó, Zoro observó como se separaba lentamente de él y le miraba a los ojos

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Cuando Sanji se calmó, Zoro observó como se separaba lentamente de él y le miraba a los ojos. Cuando sus miradas se cruzaron, el peliverde no pudo resistir la tentación de perderse en aquel mar infinito, en aquel océano lleno de penurias, pero que aún conservaba cierto brillo, lo cual le dio la esperanza de que, a pesar de lo que había tenido que pasar, Sanji no se había roto del todo.
–Siento... siento haberte mojado la camiseta.– aunque la situación era bastante seria, el comentario del rubio le hizo reír.
–Acabas llorar por el dolor que te ha causado Law, ¿y lo único que te preocupa es mi camiseta?– preguntó, con una débil y tierna sonrisa en sus labios, acariciando su sedoso cabello rubio.–No cambiarás nunca, Sanji.
El nombrado le miró y no supo si fue por aquel brillo tan cautivador e intenso en sus orbes de zafiro, o porque estaba cansado de contenerse debido a lo sucedido hará doce años, pero Zoro cogió mejor al rubio del cuello y se acercó a él, lenta y suavemente, casi podía decirse que quería hacer sufrir a Sanji con la espera, pero realmente quería comprobar si al cocinero no le molestaba aquella cercanía.
Creyó volverse loco cuando el rubio cerró los ojos y entre abrió un poco los labios.
–Te salvaré de ese salvaje, Sanji. Tenlo por seguro. – susurró, casi contra su boca. Cuando el nombrado asintió, de forma casi imperceptible, Zoro suprimió la poca distancia que los separaba, juntando su labios en un suave y delicioso beso, que a ambos le supo a gloria, que a ambos los devolvió a aquella pasada época en la que eran niños y sentían sin saber sentir, que a ambos le hizo pensar lo mismo: «¿Realmente valió la pena separarme de él?».
Desgraciadamente, Zoro tuvo que separarse, aunque solo fue unos milímetros y se quedó contemplando los brillantes ojos del rubio, al igual que su leve rubor que ya le subía hacia las orejas.
Cerró los ojos y apoyó la frente contra la del otro. Había sellado una promesa con un beso, un ansiado beso, y ahora tenía muy claro que por nada del mundo iba a romperla, sin cumplirla antes. “Solo necesito tiempo para pensar qué hacer”, se dijo a sí mismo, mientras acariciaba la suave piel de Sanji, quien se había aferrado a su camiseta como si pudiera prever lo que el peliverde deseaba hacer.
–Sé que irás a por Law, y no te lo pienso impedir. Solo quiero que tengas cuidado, es más astuto de lo que parece.– le advirtió el rubio con un hilo de voz. Zoro asintió, estrechándole más entre sus brazos.
–¿Quieres que me vaya?– preguntó, en un susurro en su oído. Sanji, conteniendo un estremecimiento, sacudió negativamente la cabeza, haciendo sonreír a Zoro al añadir:
–Quédate, aunque sólo sea esta noche. No quiero estar solo.
El peliverde besó la fría y pálida frente del rubio, con ternura.
–No estás solo. Nunca más estarás solo. Ahora me tienes aquí, y no permitiré que nadie, jamás, vuelva a hacerte daño.– dijo, sin despegar sus labios de la piel del cocinero– Sin embargo, quiero pedirte que, si vuelve a pasarte algo así, no dudes en decírmelo, a mí o a alguno de los chicos.
Sanji asintió, casi sin fuerzas, y Zoro, viendo esto, lo llevó a su cuarto, metiéndolo en la cama que, desgraciadamente para ambos, era demasiado estrecha como para caber más de una persona.
–Duerme, estaré aquí cuando despiertes.–le instó Zoro, viendo que el rubio lo miraba, interrogante. Éste asintió, con una leve sonrisa en los labios y cerró los ojos, durmiéndose casi en seguida.
El peliverde se sentó en una silla cercana a la cama, a repasar suavemente con el dedo el contorno del rostro de su rubio. A Zoro le sorprendía, en ciertas ocasiones, el aspecto frágil que veía en el cocinero, que se contrarrestaba con su actitud seria y fría, y su voluntad férrea. Era como una mariposa de cristal: parecía fácil romperle, pero era solo eso, una apariencia, pues era más resistente de lo que se veía a simple vista. “Pero Law ha conseguido resquebrajar las alas de la mariposa, logrando someterla a su voluntad”, pensó, sintiendo, instantáneamente, un intenso odio hacia aquel maldito ojeroso que tanto había hecho sufrir a Sanji, “Te pillaré, Law, conseguiré hacerte pagar todo el daño que has causado. Solo es cuestión de tiempo. Tú espera y verás”.

 Tú espera y verás”

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Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora