Se podría decir que, a pesar de la gran convicción del rubio de que todo saldría fenomenal aquella tarde, él tenía la suerte en su contra. Pero nada más lejos de la realidad.
Una lluvia torrencial los pilló a ambos al salir del cine, y les obligó a resguardarse de la lluvia bajo el techo de un bloque de pisos ajeno al suyo. No obstante, no desaprovecharon la oportunidad de probar los labios de ambos, para saber cómo de salado sabían.
El beso fue tan apasionado, tan intenso, que hizo que Sanji se apoyara en la pared mientras rodeaba con los brazos el cuello del peliverde, quien infiltró sus fríos dedos por debajo de su camisa, haciendo que cada fibra del cuerpo del cocinero se estremeciera. Pero, aunque no era la primera vez que se besaban, aunque no era la primera vez que se desgastaban los labios al máximo, ambos sentían que algo iba a ser diferente aquél día. Y no se equivocaban.Decidieron arriesgarse y correr hacia su bloque de pisos, en mitad de la tormenta. Los impulsaba una necesidad imperiosa y desconocida, pero atrayente al mismo tiempo.
Cuando llegaron, Zoro tomó de la muñeca a Sanji y tiró con suavidad de él hacia su apartamento. No se demoró mucho más, y empezó a recorrer, con pequeños y dulces mordiscos, el cuello del cocinero, subiendo hacia su mentón. Se separó unos milímetros, solo para acercarse a sus labios, lamerlos y morder su labio inferior con cierto aire provocativo. Sanji, por su parte, metió dos dedos dentro de los pantalones de Zoro y tiró de él hacia sí, evidenciando que quería más que una simple noche pegándose el lote. Que ya era hora de conseguir más.
–Eres travieso, cocinero...– murmuró Zoro, rozando los labios ajenos al hablar–. Pero, míranos, estamos empapados– añadió, separándose un poco, y cuando Sanji iba a protestar al respecto, el peliverde se acercó a su oreja, mordiendo su lóbulo con picardía –¿Qué tal si nos damos una ducha bien caliente?– preguntó en un susurro, haciendo énfasis al decir "caliente". En otras circunstancias, Sanji se hubiera reído de aquella insinuación y hubiera hecho algún comentario sarcástico e hiriente, pero, aunque le costaba aún admitirlo, había una gran diferencia entre el Sanji de antaño y el actual; así que, en respuesta a la indirecta del espadachín, el rubio se separó un poco más y, sin quitarle los ojos de encima al peliverde, se desabotonó la camisa con deliciosa lentitud. Sanji se deleitó con la expresión de puro deseo de Zoro, quien seguía el recorrido de sus dedos en su tarea de desprender los botones de la prenda.
Cuando Sanji acabó, Zoro se adelantó y se deshizo de su camisa, lo cogió en brazos y lo llevó al piso de arriba.
–Date por avisado, cejas de sushi: esta noche, eres mío. Así que nada de compromisos de última hora –le advirtió Zoro, mientras entraba en el baño privado de su habitación.
–Advertencia captada.– dijo Sanji y, aunque su tono era solemne, no pudo evitar que una sonrisilla se asomara por las comisuras de sus labios.
–Insolente.– gruñó el peliverde, aunque también estaba sonriendo. Dejó al rubio en el suelo y encendió la ducha. Mientras el agua se ponía en su punto, Zoro se fue desvistiendo y, aunque estaba de espaldas a él, Sanji no se perdió ningún segundo de aquél espectáculo. Cuando Zoro se giró para mirar a Sanji, él ya se había despojado de su ropa por completo; le tendió una mano, que el rubio aceptó con agrado, para ayudarle a entrar en la ducha. Luego se metió él y cerró la cortina blanca.
Arrinconó al cocinero entre él y la pared, y lo atrajo hacia sí, besándolo profundamente, haciendo que ambos cuerpos se mojaran y se fundieran en uno solo. Sanji no desaprovechó la oportunidad y recorrió el torso resbaladizo y tonificado del peliverde, quien, a su vez, recorría la espalda del ojiazul con ávidos movimientos de sus dedos.
El rubio se sentía sofocado por una intensa sensación jamás experimentada; el agua seguía corriendo por sus cuerpos, ahuyentando la sensación de la fría lluvia que los había calado, pero, realmente, no hacía falta, ya que ambos estaban encendidos y el fuego interno que sentían, vivaz e incontrolable, estaba arrasando con todo a su paso.
Cuando Zoro le agarró de las caderas, Sanji pareció entender la orden no verbal, ya que, de un pequeño salto, enredó sus largas piernas alrededor de la cintura del peliverde. Éste se acercó más a la ducha, dejando la espalda de Sanji pegada a la pared. Empezó a recorrer su cara a besos mientras le preparaba con tres dedos, obligando a Sanji a ahogar sus gemidos en su boca. Cuando sintió al cocinero lo suficientemente preparado, empezó a entrar en él de forma suave, aunque bastó para hacer que la espalda del rubio se arqueara.
–No...–gimió Sanji– sin preámbulos. Entra de una vez...
Zoro, a pesar de tener sus reticencias, no se hizo de rogar y le embistió, entrando de una sola vez. El gemido del ojiazul debió escucharse en todo el edificio, aunque poco les importó. El peliverde miró a Sanji, pero, tras una mirada de éste, llena de placer, decidió proseguir, embistiéndole repetidas veces, mientras recorría su cuello y torso, dejando marcas.
–Más... Zo~zoro... Más.. –rogó el cocinero, entre gemidos. El peliverde cumplió con su ruego, aumentando la velocidad de sus caderas y la potencia de sus embestidas. Se sentía tan bien al ser absorbido por el delicioso cuerpo del rubio, que notó que se le erizaba la piel por completo. Incluso sus uñas clavadas en su morena espalda tenían algo de placentero.
Sabía que tenían que salir de allí, si no querían coger una pulmonía, pero Zoro no estaba dispuesto a dejar pasar una noche más sin tomar posesión del cuerpo de su rubio cocinero. Con esta resolución en mente, se puso a su máximo, haciendo que los sonidos que salían de los labios de Sanji aumentaran de volumen y potencia; sin embargo, él los acalló con un beso, húmedo, profundo y pasional, que fue correspondido con tal intensidad que hizo sonreír al peliverde. Éste apagó la ducha con una mano, mientras que con la otra acariciaba por completo el cuerpo del ojiazul.–Zo~zo~zoro...– fue lo único que alcanzó a decir Sanji, antes de terminar con un denso suspiro. El peliverde sonrió y le embistió un par de veces más antes de hacer lo mismo dentro de él.
–¿Me sientes, Sanji?– preguntó, tras acercarse a su oído. El nombrado asintió, respirando entrecortadamente–. Lo digo ahora y lo diré las veces que haga falta: Eres mío, cocinero. Solo mío. – añadió, recordando cuánto le enfureció la noticia de que Sanji salía con Law. Pero, según pudo comprobar, a pesar de todo el tiempo que llevaban juntos, jamás habían tenido sexo, lo que tranquilizó instantáneamente al espadachín.
Sanji asintió mientras se descolgaba de su cintura, soltando un pequeño bostezo.
–Vistámonos y vayamos a dormir. Es bastante tarde.–comentó Zoro. Sanji miró la hora en su teléfono, al salir. “¡Las 4:30 de la mañana!”, pensó claramente asombrado, ya que lo sucedido le había parecido minutos. Se puso su ropa interior, extrañamente intacta, y salió para poner a secar su ropa húmeda más la de Zoro, quien se vistió con su propia ropa interior, y se acostó en su cama matrimonial.
Sanji no tardó en subir y acurrucarse entre sus brazos, una vez ya bajo las mantas.
–Buenas noches, marimo idiota.– dijo, débilmente pero con un tono, a todas luces, cariñoso.
–Buenas noches, Sanji.– respondió. Sabía que debía añadir algo más, algo en su interior se lo decía, pero, tras un ligero vistazo, vio que el cocinero rubio se había dormido, así que optó por hacer lo mismo. Abrazó con más intensidad al ojiazul y apoyó su barbilla en su pelo; tras unos breves minutos y con su sentido olfativo impregnado del olor característico -y tan atrayente- de Sanji, el peliverde pudo conciliar el sueño.
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Suerte Miserable
Fiksi Penggemar¿Cuánto puede una persona aguantar el sufrimiento? Depende de a quien se lo preguntes, ¿no? Hay gente que aguanta años y gente que aguanta menos de un minuto. Sanji es un chico en busca de la, a su parecer, inalcanzable felicidad de ser libre, de...