Capítulo I: Amor demasiado ciego

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Salió del Baratie, saltando de alegría. Por fin le habían dado permiso para realizar aquel viaje tan deseado a Francia. “Dos años mejorando mi cocina, rodeando de hermosas damas francesas...”, pensó y sonrió con cierta ensoñación. Tan embobado estaba con sus ensoñaciones, que casi se pasa su bloque de pisos. Rió, burlándose de su propia mente distraída y fue hacia su casa, aún con una gran sonrisa en sus labios, ansioso por contarle a su pareja la gran noticia.

–¡Ya llegué!– exclamó y fue hacia el salón. Su ojeroso novio le miraba, molesto.
–¿Tienes que gritar tanto?– preguntó, en un tono cortante. Sanji sonrió a modo de disculpa.
–Lo siento, es que hoy es un gran día.
–¿Y eso?– preguntó el ojigris, tomando un sorbo de su té de hierbas. “Últimamente toma muchos de esos tés”, se dijo a sí mismo, frunciendo un poco el ceño. Su sonrisa se había borrado.–Sanji...– la voz de su pareja lo devolvió a la realidad y fijó su azul mirada en los ojos de su novio. Sonrió de nuevo y más ampliamente.
–Zeff me ha dado permiso para irme a Francia durante dos años, para mejorar mi cocina. Según el viejo, tiene grandes esperanzas en que yo sea su próximo chef principal.- explicó. El silencio se impuso rápidamente, mientras el rubio esperaba una felicitación por parte de su pareja.
–¿No pretenderás aceptar ese viaje, verdad?- preguntó el moreno. Sanji lo miró largamente, sorprendido por la pregunta.
–Claro que voy a aceptar. Es una gran oportunidad, además...
–No irás a ese viaje– sentenció el otro, interrumpiéndole. Sanji lo miró estupefacto, como si no se creyera que aquellas palabras habían salido de los labios de su pareja. Y no se lo creía.
–Pero, Law...
–Nada de peros. Un no es un no.
–¡Tú no eres nadie para decirme lo que tengo o no tengo que hacer, Law!– exclamó, enfadado de repente. “¿Quién se cree?”, se preguntó mentalmente, “¿Qué demonios le pasa? Ha estado muy agresivo en los últimos días. ¿Tendrá una mala racha en el hospital?”.
Vio como se acercaba en dos zancadas a él y le empujaba con violencia contra la pared que tenía detrás.
–Soy tu novio, vives bajo mi techo y yo decido adónde vas, ¿entendido?– gruñó Law. Sanji no podía hablar, debido a que el golpe le había dejado sin resuello y a la impresión que las acciones de su novio le había provocado. Ahora no tenía ninguna duda: algo le ocurría a Law, pero, ¿qué, exactamente?
–No. No lo entiendo. Voy a ir a Francia y tú no vas a impedírmelo. Es mi sueño y no dejaré que te pongas en medio– replicó, apuntándole con un dedo. Law se lo cogió con fuerza, provocándole una mueca de dolor.
–Escúchame muy bien, Kuroashi~ya– el tono cortante de su pareja le provocó un terrible escalofrío– si sales por esa puerta, rumbo a Francia, o a donde sea que ese viejo verde te quiera llevar....
–¡No insultes a Zeff!– le encaró. Entonces, le cogió con violencia de la mandíbula y se la cerró de un doloroso golpe.
–No vuelvas a interrumpirme– gruñó por lo bajo. Luego, pareció recobrar la compostura y carraspeó sonoramente –. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Kuroashi~ya, si de verdad te atreves a irte, si de verdad te crees tan osado como para abandonar mi techo... cuando vuelvas, juro que haré que te arrepientas.
Esa amenaza caló hondo en su interior, pero decidió no dejarse llevar por la débil llama de miedo que aquellas palabras habían encendido en él.
Le empujó para apartarle e hizo sus maletas. Bajó de nuevo, encontrándose a Law justo en el mismo lugar, mirándole fijamente, con sus ojos grises convertidos en dos témpanos de hielo.
Sacudió la cabeza y fue hacia la puerta, evitando tocarle o rozarle al pasar. Antes de cruzar el umbral, para marcharse, miró a su moreno novio por encima de su hombro, antes de soltar:
–Estás realmente equivocado si crees que me das miedo o que voy a dejar que controles mi vida. Estás muy pero que muy equivocado.
Cerrar la puerta a su espalda, evitó que Sanji pudiese ver la sonrisa cruel que deformó el hermoso rostro ojeroso de Law.
–Lo veremos, Kuroashi~ya. Eso ya lo veremos...

Por fin había conseguido la oportunidad

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Por fin había conseguido la oportunidad. Había logrado convencer a Mihawk para irse durante dos años a entrenarse con él- y si conseguía derrotarle, mejor que mejor-.
Sin embargo, el maldito Ojo de Halcón ya se había ido hacia la casa de campo que habían alquilado, dejándole solo un papel con la dirección y un billete de avión, el cual estaba a punto de perder por las malditas calles que no habían cesado de moverse.
Al no ver por donde iba, chocó contra alguien con tal fuerza que ambos acabaron en el suelo, uno a cada lado. Se giró para encarar al otro por su falta de reflejos, pero algo lo detuvo: dos orbes de brillante zafiro, clavados en los suyos con una mueca de impaciencia. Conocía lo suficiente al cejillas de sushi como para saber que le molestaba que le mirasen fijamente durante largos períodos de tiempo, pero él no podía evitarlo.
Sin embargo, y a regañadientes, apartó la mirada y se levantó a la misma vez que el rubio cocinero.
–¿Tú también te vas?– le preguntó, viendo como cogía sus maletas. Notó que le miraba de reojo, antes de asentir. Las miradas de ambos muchachos se desviaron hacia sus relojes y, con una increíble e irrepetible sincronización, pegaron un brinco al ver lo tarde que era. Se atropellaron al empezar a correr y se empujaron para pasar primero hacia el interior del aeropuerto.
–¡Como pierda mi vuelo marimo, haré guiso de algas contigo!– exclamó el rubio, corriendo a la par que Zoro.
–¿Como pierdas tu vuelo? ¡Como pierda yo el mío voy a convertirte en comida para peces, cocinero de cuarta!– replicó el peliverde. Se miraron frunciendo el ceño y con muecas de desprecio. Pero había algo raro en el brillo de los ojos del peliverde, algo que Sanji no alcanzó a ver qué podía ser cuando se percató y que Zoro se esforzó por ocultar, desviando su mirada.
Cuando llegaron a sus respectivas puertas de embarque, curiosamente situadas una al lado de la otra, se miraron de forma desafiante.
–Nos vemos, marimo.– se despidió Sanji, desapareciendo al otro lado de la puerta. 
–Hasta más ver, cocinerucho.– se despidió Zoro, cruzando también la puerta, en dirección a su avión, sin poder evitar preguntarse si volverían a verse alguna vez. “Si. Y si no vuelve...”, paró de pensar para reflexionar qué haría en ese caso, “... si no vuelve iré personalmente a por él”.

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Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora