Capítulo XIV: Ojo por ojo

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Cerró la puerta con un puntapié, ajeno a si hacía ruido o no

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Cerró la puerta con un puntapié, ajeno a si hacía ruido o no. Esta vez, le importaba bien poco el hacer algún sonido que le delatara; prefería que Law supiera que él estaba allí, y que entendiera que sus "jueguecitos" habían terminado. Quería que comprendiera que ahora le tocaba el turno de pagar por todo lo que había hecho.
–¿Zoro~ya? –su voz. Su maldita voz se hizo oír desde la puerta que tenía a su izquierda. Se giró con lentitud y le miró de forma fría y letal.
Una sola palabra salió de los labios del peliverde, mientras una sonrisa juguetona y sádica dividía su rostro:
– Corre.
Law tardó unos segundos más en comprender las intenciones del espadachín, quien estaba sacando sus espadas, sedientas de cortar cualquier cosa. Cuando, al fin, lo comprendió, se metió de nuevo en la habitación, cerrando de un largo portazo. Zoro no pudo más que reír en voz baja. “¿Y este es el tipo que ha estado haciendo sufrir a mi Sanji?”, se preguntó, “Da pena”.
No obstante, no tardó en perseguir a Law, quien ponía ante su camino cualquier objeto a su alcance; ninguno alcanzaba a hacer daño o a molestar al peliverde.
El ojigris no vio otra que encerrarse en su cuarto y poner todos los muebles en forma de barricada contra la puerta. Realmente no temía a Zoro -no mucho al menos-, solo necesitaba tiempo para buscar su propia espada para, así, igualar las condiciones.

Sin embargo, tiempo era algo de lo que el ojeroso carecía.

Haciendo uso de una de sus técnicas más poderosas, Zoro consiguió partir la puerta y romper los muebles. Entró tranquilamente en la habitación, mientras Law trastabillaba lejos de la lluvia de astillas y cristal que había intentado alcanzarle.
– Zoro~ya, no... no hagas esto. Si quieres que me disculpe lo haré, pero, por favor, no me hagas nada. Me alejaré de Sanji, te lo juro, pero vete, déjame vivir. Por favor. –soltó, arrastrándose por el suelo hacia atrás, hasta chocar contra la cama. Una vez allí, puso sus manos a la espalda y empezó a buscar, con sigilo, el mango de su espada. Pero, a pesar de que él creía que con una disculpa y un juramento valdría para salir ileso de aquella situación, Zoro siguió avanzando hacia él.
– Que poco me conoces, Law. Crees que con una disculpa está todo hecho... pero te equivocas. –dijo éste, poniéndose la tercera espada en la boca.
El ojigris empezó a buscar su espada con más desesperación, olvidando lo perceptivo que era el peliverde, quien captó el movimiento de los brazos del más alto y, de un solo movimiento de muñeca, cortó el brazo izquierdo del contrario, desde el codo.
El grito que profirió la garganta de Law, fue música para los oídos del espadachín, cuya sonrisa no abandonaba su rostro, sino que se acrecentaba. Tiró del brazo sano del moreno y lo levantó, para después empujarle y hacerle caer sobre un sillón cercano; después, fue al armario y sacó cuatro cinturones. No tenía ningún prisa, ya que Law seguía revolviéndose de dolor, mientras se sujetaba el brazo amputado. Anudó dos de los cinturones y ató el torso de Law al sillón; los otros dos le sirvieron para atar sus tobillos a las patas del mueble.
Se irguió y contempló durante un instante el rostro pálido y congestionado por el sufrimiento de Law. Sonrió.
– ¡Maldita sea! –exclamó el ojigris, mientras seguía revolviéndose, sin éxito.– ¡Me has cortado el puto brazo!
– ¿Te esperabas un trato diferente o mejor? –preguntó Zoro, mirándolo con asco.– Es algo muy simple, Law. Ojo por ojo: Tú me haces daño, yo te hago daño a ti.
– ¡Yo nunca te toqué un solo pelo!
– Es verdad. Pero sí que lo hiciste con Sanji, y eso es como si me lo hubieras hecho a mí. –respondió el peliverde, con una calma tan peligrosa y letal que hizo que Law tragara saliva con fuerza; lo próximo que saliera de su boca marcaría su futuro y él lo sabía, mas no le importaba.
– Oh, así que se trata de eso...–murmuró, en un tono burlón –. Se trata de los celos que me tienes por haber conseguido lo que tú nunca pudiste, doce años atrás, ¿no es cierto? Te olvidó realmente rápido, si he de serte sincero. Pero, aunque tú nunca lo olvidaste, no tenías ningún problema en pelear cada dos por tres con él, sin darte cuenta de que lo que hacías era agrandar la brecha entre vosotros –siguió, sin piedad, ajeno a que todos y cada uno de los músculos de Zoro se tensaban, poniéndose rígidos y duros cual roca–. Realmente, este intento de venganza es de lo más absurdo. Solo quieres vengarte porque yo conseguí al chico que tú tuviste la oportunidad de conseguir, y nunca lo aprovechaste. Entérate, Zoro-Ya, Sanji es mío.
Ahí fue. Ese fue el momento en que Zoro explotó en grandes carcajadas, que lograron destensar su cuerpo de un plumazo.
– ¿Tuyo? –escupió, tras el ataque de risa.– Ese chiste sí que es bueno. Te diré un cosa Law: puede que tú consiguieras al chico de mis sueños, pero aquí el que realmente logró conquistarle, el que realmente es dueño del corazón, del cuerpo y del alma de Sanji... ese, soy yo. Conseguí lo que tú nunca pudiste: hacer gemir mi nombre a Sanji. – concluyó, sonriendo triunfante.
Law gruñó y empezó a tironear de sus ataduras, dejando en claro lo mucho que deseaba romperle la cara al peliverde. En cambio, éste, dejó sus espadas a un lado, fuera del alcance de Law, y se fue de la habitación para volver, rato después, con una manta enrollada sobre algo.
Zoro no se hizo esperar y, colocando la manta en el suelo, la extendió, dejando ver al ojigris su contenido: varios cuchillos de sierra, un martillo, un encendedor  y un cigarro, varias agujas y un trozo de madera astillada.
– ¿Qué... qué vas a hacer con eso? –preguntó el moreno, maldiciéndose mentalmente por permitir que su voz flaqueara.
Zoro le miró y la sonrisa sádica volvió a su rostro.
– Ojo por ojo. –fue lo único que dijo, antes de coger las agujas. Se acercó a él y empezó a clavárselas en diferentes sitios, tan profundamente que hizo gritar de dolor a Law.
Entonces, algo pasó por la cabeza del peliverde, tras el grito, pero volvió hacia donde estaba la manta y cogió el martillo. Cuando volvió con Law, le sujetó la mano sana y empezó a darle martillazos a sus dedos, rompiendo sus huesos, haciendo caso omiso a los gritos del chico tatuado. Luego, hizo lo mismo con sus rodillas y tobillos.
Cuando acabó, volvió de nuevo hacia donde estaban los instrumentos y cogió un cuchillo y el encendedor con el cigarro. Law se removió aún más, pero Zoro lo ignoró y cortó, longitudinalmente, la camiseta de Law; la abrió y encendió el cigarrillo.
– ¿Qué vas a...?– la pregunta del ojeroso fue interrumpida por su propio grito, al sentir un dolor horrendo en el centro del pecho, justo sobre su corazón; Zoro le había apagado el cigarrillo en aquella zona.– ¡Hijo de... puta!
– No más que tú, eso seguro.– contestó el peliverde, con un tono escalofriante y monótono, tirando el cigarro y yendo hacia sus espadas. Entonces, cuando se disponía a acabar con todo y borrar a Law del mapa, aquello que rondaba su mente se materializó en un pensamiento: “¿Realmente vale la pena todo esto? O sea, quiero hacer sufrir a Law, eso lo tengo más que claro, pero ¿matarlo? La muerte es algo demasiado bueno para él. Mejor marcarlo de por vida que exterminar ésta. Que sufra durante todo lo que quede de su existencia”.
Asintió en silencio y cogió sus espadas. Fue hacia Law y se puso detrás de él. Y, cuando este abrió la boca para decir algo, Zoro clavó a Sandai Kitetsu en su espalda, hasta llegar a su columna y desviarla, lo suficiente como para que no resultase mortal.
Mientras Law gritaba, más que las otras veces incluso, él sacaba la espada. Se irguió y limpió la sangre en la manta, para después volverla a enrollar. Cortó las ataduras de Law y guardó las espadas en su funda.
– No te mataré. La muerte es algo demasiado benigno para alguien como tú. – dijo, mirando a los ojos del moreno de manera impasible.
Se dio media vuelta para marcharse, para no mirar atrás y olvidarse de todo lo ocurrido, para reunirse de una vez con su querido rubio y comenzar una nueva vida junto a él...

Pero todo eso se rompió cuando vio el filo de una espada atravesar su cuerpo desde la zona de los riñones.
– Ojo por ojo. –siseó Law en su oído. Zoro gruñó, mientras la hoja de la espada ajena abandonaba su cuerpo.
Entonces, a la velocidad del pensamiento, sacó a Shūsui y giró sobre sí mismo, cortándole la yugular a Law. Éste, se llevó las manos a la garganta y cayó hacia atrás con un golpe seco.

Zoro no tuvo tiempo ni de guardar la espada, antes de que el dolor hiciera que se arrodillase.

Apenas fue consciente del repiqueteo de su espada al chocar contra el suelo.

Apenas fue consciente de que cada vez le costaba más respirar bien.

A penas fue consciente de que la oscuridad se lo llevaba, ahogándolo en su dulce abrazo.

A penas fue consciente de que la oscuridad se lo llevaba, ahogándolo en su dulce abrazo

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Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora