Capítulo IX: Prisión de papel

747 118 60
                                    

Sonrió a su reflejo en el cristal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sonrió a su reflejo en el cristal. Por fin había llegado el día. Llevaba medio año viviendo con Zoro, justamente desde el día en que Law ingresó en prisión.
Había sido idea del peliverde, ya que así, según él, si el ojeroso volvía, podía protegerlo mejor.
–Si Law sale de la cárcel, y sigues viviendo solo, lo más seguro es que te encuentre. Y no sabemos qué podría querer hacerte –le había dicho el espadachín–. Sin embargo, si te quedas a vivir conmigo y Law regresa, podré detenerle antes de que te toque un solo pelo siquiera.
Y, a pesar de que a Law aún le quedaban 3 años, había aceptado quedarse a vivir con él, diciéndose a sí mismo que, cuando se estaba en peligro -porque, aún con el ojeroso en prisión, seguía estándolo- era mejor vivir acompañado de alguien que te puede proteger, a vivir solo y con el miedo de que, cuando tu agresor vuelva a por ti, no tendrás a nadie a tu lado para salvarte.

Sacudió la cabeza, borrando los malos pensamientos, y volvió a sonreír, repitiéndose mentalmente que nada iba a salir mal aquel día. “Zoro y yo iremos a dar un paseo, iremos al acuario, al cine, cenaremos juntos en el restaurante del viejo, y entonces...”, suspiró, cual colegiala enamorada, al pensar en lo que pasaría al volver a casa, “... entonces me confesaré a Zoro”.
Tras peinarse, salió del cuarto de baño, dejando entrar al peliverde, quien esperaba pacientemente al lado de la puerta. Bajó al salón para entretenerse mientras él se aseaba, ya que Zoro tenía que llevarle al restaurante.
Encendió la televisión y fue pasando los canales. “Todos en el noticiario mañanero, que aburrido”, pensó, deteniéndose en uno que informaba sobre una mujer estéril que había tenido octillizos gracias a la inseminación artificial.
De pronto, la noticia fue interrumpida por una última hora, una nueva noticia que dejó al rubio estático en el sillón.
«Interrumpimos la noticia para informar de una ultima hora»— anunció la presentadora— «Trafalgar D. Law, el hombre acusado de maltrato a sus parejas y encarcelado durante tres años y medio, se ha dado a la fuga. Tenemos fuentes que confirman que el preso asesinó a varios guardias y usó sus tarjetas identificativas para escapar»— mientras la presentadora seguía hablando, en la pantalla se sucedían varias imágenes: una foto del centro penitenciario donde habían encerrado a Law, una que parecía ser su celda -con manchas de sangre por los barrotes y las patas del camastro-, y una captura de una imagen de la cámara de vigilancia del patio donde se mostraba a Law, vestido con el mono penitenciario, cruzado de brazos y apoyado en la verja. Pero lo que realmente puso los pelos de punta a Sanji, fue el detalle de que el moreno ojeroso miraba directamente a la cámara, con esa expresión seria y ceñuda que él conocía tan bien.—«Si tienen alguna información relevante, por favor hágaselo saber a su departamento de policía más cercano... »
En este punto, Sanji apagó el televisor con manos temblorosas; aunque, en realidad, todo su cuerpo estaba temblando por la conmoción y la sorpresa, y le costaba lo suyo mantenerse sentado en el sillón sin resbalarse hasta el suelo. “Esto no es real. Es una horrible pesadilla. Solo eso”, pero, a pesar de que no paraba de repetirse estas palabras, había algo en su interior que seguía tiritando por el miedo y la oscura certeza de lo que realmente significaba la fuga de Law. “Va a venir a por mí...”, se dijo, soltando un pequeño gemido de dolor.
—¿Sanji?— la voz de Zoro le hizo brincar en el sillón y darse la vuelta rápidamente. El espadachín lo miraba, con el ceño fruncido por la confusión.— ¿Estás bien?
Sanji le iba a contar lo de Law, le iba a advertir de su huida y de sus posibles planes, cuando una gélida mano le apretó la tráquea, impidiéndole hablar. Sabía que ese puño no era real, que era producto de su asustada imaginación, pero eso no disminuía su temor al daño que esa mano podía hacerle.
—¡Claro!— respondió con excesivo énfasis —¿Y tú? ¿Todo listo para irnos?— preguntó mientras iba hacia él, para esquivarle e ir hacia la puerta. Sin embargo, Zoro lo detuvo, poniéndole una mano en el hombro.
—¿Seguro que estás bien? Te noto nervioso.–dijo, con tono preocupado. Las ganas de hablar volvieron a la misma vez que aquel puño helado alrededor de su garganta. No podía hablar, estaba demasiado asustado, así que solo asintió y le sonrió a Zoro, quien, tras unos segundos, le soltó el hombro, imitando su sonrisa. “No, no, ¡no! Nada va bien. Por favor, ¿pero qué demonios estoy haciendo?”, pensó, mirando hacia la puerta; entonces, una voz desconocida y casi hipnótica resonó por cada recoveco de su mente: “Venga Sanji. No necesitas a Zoro, en realidad. ¿No puedes enfrentarte a Law tú solo? Échale narices y ve a por él. Véngate y, esta vez, para siempre. Sin ayuda de tus amigos”.
—Venga vámonos, cocinero idiota, o ambos llegaremos tarde.— le apremió Zoro, desde la entrada. Sanji asintió a la nada, resuelto, y fue con Zoro.

Ese día era perfecto. Y no iba a dejar que nada lo estropease. Nada. Ni siquiera la vuelta en escena de Law. Ni siquiera los, casi seguros, planes de venganza del ojeroso.
Absolutamente nada.

Absolutamente nada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora