Capítulo IV: Error

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†Hace doce años

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†Hace doce años...†

El niño respiró hondo, viendo como el otro chico pasaba ante él, con una katana de madera apoyada en su hombro. Hacía tiempo que lo vigilaba, pero las razones aún eran un misterio. Se había memorizado cada detalle de él: su expresión seria, sus ojos oscuros siempre con un brillo demasiado maduro para sus 9 años- había averiguado que tenían la misma edad-, su suave cabello verde, su postura siempre a la defensiva,... Ese niño lo traía por el camino de la locura, pero nunca se había acercado a él. ¿Cómo hacerlo si iban a clubes diferentes? Él iba al club de cocina y el pequeño peliverde al de kendo; ambos clubes estaban demasiado separados como para que tuviera una oportunidad... o esa creía.

Un día de primavera, estaba el pequeño rubio cocinando con su padre adoptivo Zeff, en el restaurante de éste (aunque, realmente, solo era un pinche de cocina) cuando entró.
Vestía el "uniforme" de kendo y miraba con fría seriedad a cada persona que pasaba por su lado. Él pensó que el corazón le saldría del pecho cuando el pequeño peliverde se acercó y le preguntó:
–¿Sabes algo del pedido hecho por Ojo de Halcón?
–No. Pero puedo preguntarle al chef principal –sugirió, controlando que la voz no le fallara.
–De acuerdo. Esperaré aquí, pero no tardes cejillas.
Había saltado del taburete, donde estaba sentado, cuando oyó como le llamaba. Se giró hacia él, frunciendo el ceño.
–¿Cómo me has llamado?
–Cejillas, ya sabes por tu ceja rizada– contestó el niño, sin miedo, señalando hacia su ceja. El chico rubio soltó una carcajada.
–Espera aquí, marimo— dijo, acentuando la última palabra.
–¿Perdona?– se quejó el otro, pero él ya se había ido.

Las semanas pasaron y el marimo se había convertido en un habitual. Iba para todo: tanto si tenía un encargo, como si quería comer o solo para molestar a Sanji.
Pero, aquel día, su visita era por algo totalmente diferente.
–Hola marimo– saludó el rubio.
–¡Hola cejas de sushi! ¿Te apetecería venir a dormir a mi casa? Ya sabes, una fiesta de pijamas.
Sanji sintió una presión deliciosa en el pecho y sonrió con dulzura.
–Claro. ¿Cuándo y dónde?
–No te preocupes por eso. Te vendré a recoger con mi padre a las ocho.
Sanji asintió, conforme, y le puso delante su habitual plato con onigiris. El resto de la tarde pasó de lo más normal entre risas, insultos, golpes,...
Tras la caída del sol, Sanji se encontraba a las puertas del Baratie, esperando a Zoro -había averiguado su nombre en su tercera visita-, mientras pensaba. Cada vez entendía menos aquellos extraños sentimientos que le embargaban cuando el peliverde estaba cerca. Había pedido consejo a los cocineros ayudantes y había trazado un plan que llevaría a cabo esa misma noche. Sin embargo, el rubio tenía la sensación de que algo iba a salir estrepitosamente mal, pero decidió ignorarlo justo cuando un coche negro se detuvo frente a él. La ventanilla del pasajero se abrió para descubrir a un, muy sonriente, Zoro haciéndole señas para que fuera y entrara. Sanji se contagió de su sonrisa y corrió hacia el coche.

Suerte MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora