Renania Casterford

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En medio de Mirach, allí donde las montañas se elevaban hasta el cielo escondiendo un esplendido castillo al que llamaban Avior, la pequeña Rena, como la llamaba su madre, había nacido en una noble cuna. Siendo la menor de tres hermanos, siempre demostró tremendas facultades para los asuntos diplomáticos, sagacidad para el terreno político e inteligencia cuando se trataba de administración. Aunque su hermana le reprochara su poco afecto a las actividades más femeninas, siempre fue una dama en todos los sentidos, y pese a su aspecto frágil, se hubo levantado como la más astuta de toda su familia.

Había gozado de una infancia feliz y una adolescencia aún mejor, rodeada de doncellas que veneraban su belleza, hombres dispuestos a tomarla como Señora e incluso Nobles abiertos a impartirle grandes conocimientos. Pero había crecido, ahora estaba en Anka, rodeada de aduladores y expuesta a sus fieles vasallos. había logrado grandes triunfos en su paso por la capital; hubo ayudado a Hernani Flameguard en la administración de las arcas, se hizo con la entera confianza de la informante Ophelia Greengate, hizo deponer a Horace Glamber para posicionar a su hermano como Primer General de La Corona, y hasta resultó la dama favorita durante las plegarias de Glorius Barrault. Hasta aquella mañana, su mejor triunfo había sido desposar legítimamente a Fausto III Casterford, para convertirse en La Reina Consorte de Los Reinos de Benetnasch.

«Habría sido una madre hermosa», se dijo mientras admiraba su cuerpo desnudo al espejo. Tenía la piel, la figura esbelta y las extremidades preciosas. gozaba aún de su imponente belleza.

─Se habría visto usted muy hermosa con el vientre inflado, Majestad ─una de sus cortesanas interrumpió sus pensamientos, se llamaba Cordelia ─. Nada que ver con lady Gloria.

«Por lo menos ella supo como retener un niño en su vientre», pensó La Reina. Siempre quiso ser madre, pero ahora que su esposo estaba muerto sintió un pesar de pronto. Seis abortos al cabo de casarse y tomó la decisión de no concebir nunca.

─Mucho cuidado con lo que dicen, niñas. Recuerden que lady Gloria fue la primera esposa de nuestro difunto rey, y como tal, fue reina.

Les regaló una mirada sonriente, y al cabo, sus cortesanas rieron en silencio.

Le colocaron un vestido negro, con cristalería oscura en la parte del abdomen y que tenia las mangas largas y holgadas, tanto que parecían arrastrarse en el suelo. su cabello rubio acanalado fue soltado en un compendio de bucles perfectamente brillantes y ondulados, mientras su dedo anular llevaba, no solo su anillo de compromiso, sino también el Anillo Real que una vez perteneció a su esposo.

«Nunca me gustó el negro... me hace ver demacrada ─pensó─. Lo que una dama debe hacer para conservar su posición.» Se admiró en el espejo breves segundos, y luego que Lanna le colocara un poco de su fragancia lavanda, se dispuso a salir.

─Pretende verse demasiado hermosa, Majestad.

─Una reina debe lucir como una reina, Lanna. Y una mujer, ante todo, debe ser una mujer ─comentó ella apenas dirigiéndole una mirada─. Tengo una reunión con los nuevos miembros de La Corona.

─Son unos jovencitos ─dijo Lanna excitada ─. Todos más pequeños que usted, seguro los dejará con la boca abierta.

─¿A sí? ─soltó La Reina como si no supiera─. ¿Qué más han escuchado?

─Son muy apuestos todos, incluso el nuevo sacerdote. dicen que es el más joven.

─Dicen que fueron reclutados por nuestro difunto rey, aunque hay quienes piensan que sir Idris es quien los reunió para el joven príncipe ─dijo Cordelia, segura.

─Tonterías de pasillo ─interrumpió La Reina─. Solo son nobles caballeros dispuestos a trabajar por la paz del reino. «Y más vale que así sea».

El Trono de BenetnaschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora