Tobias Casterford

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Para la mañana de la coronación, Lord Callisto se había encargado de difundir la noticia a todas las Casas Nobles, las partes habitadas del continente y los miembros importantes en la corte de los Casterford.

El pequeño Tob estaba en su habitación, sentado sobre uno de los muebles acolchados con vista a la ventana. Tenía la ropa orinada y los ojos pesados a causa del sueño. No había podido dormir debido a sus pesadillas, aunque para esos días aquello fuera lo que menos le quitara el sueño.

Miró a su alrededor y notó que su recámara era más grande, justo la que debía tener un rey. Con telas costosas, cama techada y mosquiteros para su preservación. Le costó creer que en esa misma cama había muerto su padre, e incluso podía sentir su presencia revoloteando del baño al vestier, luego a la cama y al baño otra vez. Creyó estar loco, aunque prefirió ocultarlo a sus allegados por temor a lo que pudieran decir.

De pronto, más de diez cortesanas entraron a la habitación. Usaban vestidos de lana colorida y semitransparente, con el cabello recogido y en tocados florales. Lucían cualquier color menos el negro, pues lady Fatsia le había recomendado a los trabajadores evitar en luto durante el día de la ceremonia. Darren Beauford iba al último, empuñando una serie de prendas y una caja mediana cerrada con candados.

—Majestad, disculpe el retraso. Es un verdadero desastre El Gran Templo. Con el castillo repleto de gente, los caballeros de la corona se excedieron con los protocolos de las Reliquias Reales —se excusó el hombre. Era el sastre particular de la familia. Ya estaba retirado, preparándose para el señorío de Hamal, pero prácticamente le había exigido a lady Bromelia, vestir al nuevo rey el día de su coronación.

Tobias le lanzó una mirada perdida y calló. Era bajo, delgado y con un bigote perfectamente rasurado en puntas delgadas. El muchacho recordó brevemente el rostro de Bennet Beauford y descubrió que ambos individuos tenían la misma forma en los ojos.

—Creo conveniente que iniciemos la preparación... Hay mucho que hacer por aquí —siguió Darren mientras veía las sábanas inmundas amontonadas en el suelo.

El niño se puso de pie y asintió con la cabeza. Tenía miedo, pero Fatsia le había dicho que no debía sentirlo, pues era su deber..

—Niñas, preparen agua caliente para El Rey —demandó el sastre—. Ni muy ardiente, ni muy tibia. Lo esencial es relajarlo.

Cuatro cortesanas marcharon a la cocina, mientras el resto observaba el rostro del nuevo soberano. Era un pequeño simplemente frágil y decaído, con el miedo brotándole de los ojos y el corazón palpitándole a orillas de la traquea.

Un par de jovencitas comenzaron a desvestirlo, desamarrando los cordones que sostenían su camisa y su mojado pantalón. Darren no pudo evitar un disimulado gesto de asco al ver como una de sus muchachas paseaba los harapos de la cama a la basura.

Hubo silencio entre las personas.

En el Baño Real, el hijo de Fausto esperó poco menos de cinco minutos. Las cortesanas que habían partido a la cocina regresaban con jarrones rebosados de agua tibia, llenaron la tina de mármol y adecuaron el ambiente para la tranquilidad del pequeño príncipe. Algunas muchachas preparaban sales minerales, mientras otras se dedicaban a atender las nulas exigencias de Tob.

Él entró al agua después de que una joven le despeinara el cabello.

Nadie dijo nada. Tobias se sentó en la tina, y respiró la fragancia a jazmín de rosas que impregnaba el lugar. Entones levantó las manos, mientras tres de las jóvenes se introducían en el agua. Estaban desnudas.

El Trono de BenetnaschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora