Callisto Mintranger

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Había bebido toda lo noche y despertaba a media mañana con tres prostitutas entre sus sábanas; una rubia, una morena y una mulata. Era una suerte que él y su familia estuvieran ubicados en la torre más lejana del castillo, sino ¿qué diría la gentuza de los flamantes Mintranger?

Le dolía la cabeza y la habitación parecía darle vueltas una y otra vez. Alguien tocó la puerta.

─¡No estoy! ─gritó Callisto Mintranger mientras buscaba en el suelo alguna prenda de vestir. estaba desnudo. Volvieron a tocar, esta vez más fuerte─. ¡Largo!

Se metió los dedos entre los rizos cenizos, se rascó la cabeza y tomó asiento en la silla de su pequeña mesa. Revisó las cartas pendientes; habían algunas que debía enviar y otras que tenía que redactar, al fin y al cabo era el nuevo Lord Informante.

Revisó las cartas, «tengo que mandar la del sacerdote hoy. Debo notificar al reino la fecha de la coronación... Esto es demasiado, no entiendo como la puta Greengate podía con todo esto.»

La prostituta mulata se despertó tranquila y silenciosa, luego alentó a sus amigas, pero solo la morena le hizo caso. Ambas dieron los buenos días al joven de ojos verdes y empezaron a besarle el cuerpo tallado. Una de ellas iniciaría el acto oral, mientras la otra le decía morbosidades al oído.

─Este es nuestro Mintranger favorito...

Definitivamente, los hombres de su familia eran afectos a los exóticos placeres de la ciudad capital, pero entre las calles y los burdeles se decía que el mejor amante de la familia era el Lord Informante de La Corona.

─¡Mierda! ─Callisto se levantó de la silla apartando a las mujeres. Había olvidado el almuerzo que tendría con su familia ese día. 

Otra cansina reunión con su hermano, sus primos y su testarudo tío. Y pensar que había aceptado el trabajo como Lord Informante para alejarse de su molesta familia. Se lamentó un poco al ver a la chica dormida sobre su cama. Corrió a las demás y procedió a vestirse.

Cuando salió de su habitación, ahora más apresurado que antes, recordó que tampoco había enviado las invitaciones a la boda de la princesa Florence, pero le preocupó aún más el haber olvidado notificar a las mujeres de la corte sobre el desayuno que pretendía celebrar su abuela, si no lo hacía tendría que soportar sus regaños hasta que se le olvidara, y vaya que ella no olvidaba nada.

Usaba un par de botas de cuero marrón, pantalones beige que hacían juego con su acostumbrado chaleco sin mangas, y un par de brazaletes en cada muñeca que iban adornados con pedrería fina y colorida. Se peinó el cabello con las manos, arrancó las lagañas de sus ojos y estiró la espalda. Respiró profundo al entrar en el patio trasero de la torre, se traqueó el cuello y condicionó mentalmente su paciencia para lidiar, una vez más, con los miembros de su familia.

Al poco tiempo estuvo entre músicos que tocaban arpas, tambores y violines, todos auspiciados por La Reina. Las bailarinas denebitas iban y venían entonando las canciones de la reunión, los cocineros llevaban platos repletos de cochino en salsa, res asada y sopa de pato. Algunos en la mesa comían granos, pan o frutas, mientras los demás consumían vino, zumo de frutas o hidromiel.

─¡Querido! ─exclamó entre la algarabía, su abuela─. ¡El Lord Informante de La Corona!

Sus familiares aplaudieron, los hombres le felicitaron lanzando ovas, mientras el resto se colocaba de pie para reverenciarlo. Callisto sonrió tranquilo e incómodo, pero conservó la calma y se acercó a su adorada abuela para besarle las mejillas.

─Mi lady...

─Deja los protocolos conmigo, ven y dale un abrazo a tu abuela ─contestó ella mientras lo halaba de un brazo.

El Trono de BenetnaschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora