Tobias Casterford

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Soñó que estaba en el cementerio real. De pie, en medio de lápidas, estatuas de Nobles muertos y una neblina fría, tan gélida que le hacía sonar los dientes. sus manos estaban temblorosas, y sentía como si fuera a vomitarse el corazón en sus ropas oscuras. tenía la piel humedecida del frío, los ojos empañados y las manos tiesas, como si se tratara de una horrenda maldición.

miró a su alrededor, se miró los pies y volvió a su punto de inicio. al fondo estaba el rey, con su enorme sonrisa de búfalo y sus brazos de gorila extendidos para él. le hizo señas, se tocó la pansa y se arregló la barba. El niño quiso correr a abrazarlo por última vez, pero el suelo del cementerio se abrió, y grava, huesos y maleza cayeron en un hoyo oscuro que pareció tragarse al consorte.

─¡PADRE! ─gritó al tiempo que se lanzaba a través del agujero para rescatarlo.

Pero sintió miedo, tembló aún más y volvió a mojarse. de pronto estuvo solo, cayendo entre porquerías y pedazos de carroña podrida. Percibió el olor nauseabundo de la muerte y se sintió al borde de vomitar. volvió a gritar, esta vez con más fuerza y sin palabra alguna. Lloraba. y se sintió triste, vacío y solo.

Cuando Tobias Casterford despertó de aquella pesadilla ya era de mañana, pero aún no había salido el sol. Su tía; Lady Bromelia Morgan estaba sentada al pie de la cama. Notó que lo veía con preocupación, pero tenía muy pocos años para comprenderla.

─¿Otra vez, cierto? ─preguntó ella refiriéndose a la pesadilla.

─Sí, pero... estoy bien. lo juro.

Bromelia lo desarropó y señaló con desgano las sábanas orinadas entorno a su pequeño cuerpo.

─Otra vez mojaste la cama, Tob ─se fijó que las cortesanas no estuvieran escuchando─. Deberías ir al templo. Unas cuantas plegarias a los Dioses no le vienen mal a nadie. a tu madre le gustaba rezar mucho. Sin sus ruegos, seguro jamás te habría podido tener.

─Ni a mi padre ─recordó el niño. era pequeño, pero la reputación del rey le era conocida desde su uso de razón.

─Ve a cambiarte, las cortesanas están por llegar ─. Pero Tobias la miró con desgano y nervios─. Tranquilo, yo me encargaré de esto. No se lo diré a nadie.

Pero aunque el niño no lo notara, lady Bromelia estaba mucho más asustada que preocupada esa mañana. ya era la novena ocasión que su sobrino amanecía entre sus miasmas desde la muerte de su cuñado el rey. Había ocasiones en las que se levantaba para inmediatamente vomitar al pie de la cama, madrugadas en las que despertaba a todo el cortejo con gritos de terror, y noches enteras en las que sangraba por la nariz mientras dormía.

Para muchos, aquel niño de aspecto frágil y rostro pálido era el heredero de Fausto III Casterford. pero para ella no era más que su tierno y adorado sobrino. Lo había cuidado desde que su hermana había muerto durante aquel parto de nueve horas, e incluso se había enfrentado al rey y su nueva esposa para defenderlo en varias ocasiones. habría dado la vida por él, y verlo así; perturbado, ciego y decaído le partía el corazón.

─Hoy conocerás formalmente a tus nuevos consejeros. Sir Idris vendrá en un rato para conversar contigo sobre ellos.

─¿Por qué no puedo quedarme con los consejeros de mi padre? ─preguntó el niño mientras se quitaba la bata mojada que llevaba puesta.

─Porque fue voluntad de tu señor padre, El Rey, que una nueva Corona fuera establecida a su muerte ─respondió ella con el protocolo adecuado─. Al parecer, Su Majestad deseaba que te codearas con gente más joven y cercana a tu edad.

─Tengo once años, ¿A quién pondrán? ¿Al niño porquerizo? ¿Al nieto del carnicero..?

─No seas grosero, Tob. Fueron órdenes de boca de tu propio padre, y última voluntad, además. Así que te recomiendo que seas amable con esos muchachos. No querrás tener enemigos en tu propia Corona.

El Trono de BenetnaschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora