«No sé hasta cuando se llevará el luto en este castillo», La Reina iba en medio de la pequeña procesión que la acompañaba. A sus espaldas estaban sus cortesanas Lanna, Cordelia y Titania, algunas mujeres cercanas a su círculo y dos niños pelirrojos que ella misma había considerado incluir para llamar la atención del nuevo rey. Pero a unos metros de ella estaba su hermano Leinard con la espada colgada a la cintura y un escudo en el brazo izquierdo. A su alrededor habían nueve caballeros armados también, que aunque hicieran combinación con el negro solemne del pequeño grupo, se sabía eran narizones de Avior.
El cuerpo de Lady Bromelia tendría sus correspondidos actos fúnebres en Cetus, ya lo habían enviado días anteriores en una carroza repleta de flores. Pero la capital no podía pasar por alto la pérdida, así que la propia Renania organizó un pequeño acto de despedida en la sencilla Capilla de Rezos del castillo.
Cuando llegó al sitio lo lamentó; la gente estaba apretujada, hacía calor y su hijastro parecía incómodo. La Reina tomó asiento al lado del rey Tobias y lo envolvió en un brazo con telas oscuras, él volvió a llorar muy cerca de su busto, mientras la mujer trataba de disimular su pena. No estimó nunca a la institutriz, pero sentía un ligero punzón de incomodidad al ver lo devastado que se encontraba el hijo de su esposo.
«Solo es un niño ─pensó mientras lo abrazaba─. No debería ser sometido a estas cosas», pero Tobias era El Rey, y debía cumplir con su deber de solidaridad a los Fleur.
Sir Steffan y la molesta lady Fatsia estaban presentes, llorando igual que el día de la coronación. Lord Dimitri parecía afectado, pero siempre regio ante el dolor que se enmarcaba en sus ojos. Sir Alvar los acompañaba con sus hijas Danna y Drozella, quienes también parecían secas de tanto llorar. Y sir Idris Walters los escoltaba armado, pues parecía que las reuniones públicas en Mirfak se habían convertido en carnicerías mortíferas desde la muerte de Fausto.
Había algunos vasallos de la Casa Casterford, otros miembros de otras familias, y desde luego un número incontable de servidumbre afecta a la mujer, quienes lloraban y escuchaban compungidos el sermón desgarrador de Lenore Farenheit.
«Ni por Fausto habrían llorado de esa manera», se dijo La Reina mientras los observaba. Volvió a su hijastro y se le arrugó el corazón, ella también había sufrido pérdidas importantes en su vida. Hacía ocho años, durante La Caída de Mirach, su padre, su madre, sus tíos y sus dos hermanas mayores, habían sido brutalmente asesinados por la alianza Casterford que dio fin al levantamiento de los Lavender en Mirach, y así como su hermano, solo ella había logrado sobrevivir de aquella carnicería.
Se había despedazado en aquellos años, y de hecho aún extrañaba a su querida madre. Por supuesto que entendía el dolor del pequeño Rey, aunque poco le importara someterlo a tanto para endurecerlo.
Cuando terminó el acto, La Reina y sus seguidores fueron los primeros en salir, esta vez con Tobias tomado de su mano. Llevó al pequeño a las estancias del rey y se limitó a encerrarse en su habitación. El castillo estaba demasiado callado para su gusto, y sus pasillos estaban demasiado solitarios para caminarlos sin justificación.
No tuvo apetito, así que solo bebió un trago de ginebra caliente y pura. El ataque a la coronación también la había dejado algo paranoica e impresionada, buscando vagamente las razones y los culpables durante los días posteriores. Pero Renania no había conseguido nada, ni sus cortesanas ni Serene Ranger le habían llevado noticia alguna sobe el ejecutor de tan macabro ataque, y aunque le agradeciera profundamente el asesinato de Bromelia Morgan, haría todo lo posible por hacer justicia para su nuevo rey.
Leinard se adentró en las habitaciones, se quitó el escudo y se sentó en una de las sillas cercanas. Se sirvió un trago de lo que bebía su hermana y la observó con extrañeza.
─Dime que no estás dolida por la muerte de lady Bromelia.
─No, para nada. Esa mujer me dio más dolores de cabeza que alegrías desde el primer día que llegué al castillo ─comentó Renania recordando las veces que Bromelia le negaba permitirle cargar a Tobias cuando era un niño de pecho─. Pero lamento la pérdida, no era una mala persona.
─A veces no te comprendo, hermana ─dijo Leinard─. Aunque te pese, sabes que la muerte de esa mujer fue lo mejor que te pudo pasar en años. ¡Mírate! ya hasta llevas al rey de la mano, le das abrazos en público y lo acompañas en sus comidas.
─Solo está abismado. ─Le contestó ella, pero aunque le costara aceptarlo, La Reina sabía que el cambio de Tobias desde la coronación había sido tremendo; sostenía conversaciones con ella, le preguntaba inquietudes y hasta comentaba sus tonterías de niño entre una que otra sonrisa─. Quiero que averigües quién lo hizo, es lo menos que podemos hacer por Su Majestad.
Lord Leinard arqueó las cejas, y sus ojos parecieron salirse de sus cuencas por unos segundos.
─Pensé que odiabas a los Fleur, qué ironía...
─No son de mi agrado, pero tampoco los odio ─aclaró ella─. Y no lo hago por ellos, lo hago por el prín... por El Rey. ─Pero no se refería a Tobias, se refería a Fausto; su amado Fausto.
─Deja las cosas como están, Renania. El castillo ya está demasiado alborotado como para buscarle más la lengua a la servidumbre ─recomendó su hermano─. Lo mejor que puedes hacer es olvidar esa tragedia, que fue terrible lo sé, pero de la cual no podemos quejarnos. Te guste o no, la muerte de esa lady Bromelia nos benefició considerablemente; retrasó la boda de la princesa, apartó a los Fleur del Rey y debilitó la confianza en los miembros de La Corona.
Renania sonrió complacida, esos placeres los había olvidado. Los Sacristanes eran asesinos afectos religiosos, y el único sacerdote extraño en la capital había sido Lenore Farenheit. En cualquier momento los miembros de La Corona sospecharían de él, y hablaría con Giovanni para fundamentar aquello.
─Quién sea que organizó el ataque no es nuestro enemigo, pero tampoco es nuestro aliado, de eso estoy segura ─concluyó ella para cambiar el tema─. ¿Qué sabes de Avior? ¿Cómo están las cosas por allá?
─Como siempre; solo y frío ─le comentó su hermano después de un trago de ginebra─. Ululei no ha mandado cartas desde hace tiempo, supongo que está todo bien. De haber pasado algo, ya nos habríamos enterado.
─Escríbele a tu castellano ─exigió La Reina─. Dile que has mandado por él, y que venga a Mirfak cuanto antes.
─¿No deberías pedirle tú misma lo que necesitas? ¡o ir a visitarlo! Te vendría bien salir de este castillo y relajarte un poco.
─No. No quiero que Lord Callisto lea lo que tengo que decirle, y si decido marcharme, no podría. La gente del castillo sospecharía de mí, y hasta de ti mismo también.
─¿Y qué es eso tan importante que debes hablar con mi castellano?
La Reina no quiso entrar en detalles, bebió ginebra y fue prudente.
─Intentaron matar a Su Majestad en su propia coronación, así que doy por sentado que, si las cosas siguen así, no durará mucho en el trono de Benetnasch. Debemos anticiparnos a todos los demás antes que lleguen los momentos decisivos.
Lord Leinard casi nunca entendía las maquinaciones de su hermana menor, pero la adoraba y pensó en no hacerla enfadar con preguntas tontas.
─Ululei no es un hombre de confianza, lo sabes bien ─le dijo, quedo y preocupado.
─Sí, tienes razón. Pero es lo único que tenemos en estos momentos.
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El Trono de Benetnasch
FantasyEn un mundo gobernado por las clases sociales, los apellidos y las arraigadas leyes medievales, la Familia Real pasa por la mayor crisis vista en su historia. El Rey Fausto III ha sido asesinado por una misteriosa conspiración, dejando como heredero...