Callisto Mintranger

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El Patio de las Estatuas era uno de los lugares más hermosos del castillo, y por mucho, el más agradable de toda la capital. Su forma redonda y amplia iba adornada por pequeños arbustos y ramilletes de hortensias. A su alrededor habían imágenes talladas en porcelana, arcilla y roca, con figuras que se paseaban por los más grandiosos animales que una vez pudieron existir en en el continente.

Las amapolas coloridas adornaban parte del jardín, mientras un camino de piedras dorada hacía del recorrido algo más digno de la Familia Real. Habían esculturas preciosas, algunas con acabados impresionantes y un diseño atractivo, la estatua de Ankar, El Menor, hijo pequeño del primer rey de Benetnasch, La Escultura de Comodor Casterford con sus cinco hijos que fueron reyes, y El Estanque de Yadara, la segunda reina de Benetnasch, y quien fuera una Barrault en vida, eran solo algunos de los tributos que se podían encontrar dentro de la curiosa arquitectura.

Sin embargo, aquello no se comparaba con la estructura majestuosa que abarcaba su centro. El pequeño teatro del castillo estaba construido por una piedra verdusca, cuyo mineral parecía brillar en diminutos destellos de esmeralda. Dentro era circular, con algunos asientos distribuidos de la puerta hasta la mitad del espacio. En medio había una arena redonda, delimitada por pequeños muros que separaban a los espectadores del espectáculo. Y al fondo, tenía unas escaleras inclinadas que daban a los anchos ventanales de cara a los muros traseros del castillo. Construido sin techo, la luz del día y la amplitud de los ventanales, hacía parecer que se estuviera a la intemperie.

El lugar estaba repleto de gente, a pesar de las exigencias de La Reina, el juicio debía celebrarse en público, como las leyes efigias lo estipulaban. En su mayoría había personas al servicio del castillo, algunos miembros de las familias que visitaban Mirfak, y desde luego, los señores y damas correspondientes al servicio de Su Majestad.

Renania estaba sentada del lado izquierdo de la arena, luciendo un vestido rojo carmesí con un tocado alkaí; de esos en los que se llevaba el cabello recogido y con trenzas minuciosamente entramadas. A su lado permanecía Lord Leinard, quien comandaba la pequeña flota de los escoltas aviarios, y seguido a él se encontraba la princesa Florence, luciendo un vestido con estampado de claveles y bordado verdoso.

Frente a ellos, y al otro lado del círculo vacío, estaban Lord Dimitri y el sacerdote Lenore, compartiendo asientos con su homólogo Callisto. Ambos hablaban, mientras el Lord Informante todo lo que hacía era observar. Estaba somnoliento, con los parpados caídos y un aroma insoportable a sidra de Alkaid.

Callisto podía escuchar la algarabía de los presentes, y hasta divisó a su abuela y algunos de sus primos entre los espectadores. Le dio un puntazo en la cabeza, sentía que estaba a punto de estallarle, solía escuchar voces todo el tiempo, pero aquel día el sonido le pareció insoportable.

«Necesito una copa», se dijo internamente, pero cuando tomó la iniciativa de dejar el circo en el que se había convertido el asunto, un par de jóvenes aparecieron en el tope de las escaleras, luciendo túnicas plateadas y ondeando sus mantos azules. Dejaron ver un enorme cuerno cada uno, y que usaron de trompeta para provocar silencio en el público.

Sintió como se intensificaba el dolor de cabeza, y aunque la bulla en el teatro había cesado, las otras voces siguieron escuchándose en su mente. Se estrujó los ojos, se arregló en su asiento y se puso regio; firme ante el inicio del juicio.

La presentación de los jueces fue rápida y sencilla, en primer lugar apareció Lord Giovanni, quien vistiendo el luto del rey, tomó el primer asiento al tope de las escalinatas. Lo siguió Lord Horance Glamber, advirtiendo la presencia de cuatro de sus hijos en la entrada del teatro. Y por último, se apersonó Lord Otniel de la Casa Heavenwood, quien se acomodó en la silla de en medio de los dos anteriores.

El Trono de BenetnaschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora