Dimitri Fleur

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El día estaba oscuro, frío y denso. Caía una lluvia veloz y venteada. Los muros de su torre crujían con los pequeños golpes que daban las gotas al chocar. Dimitri se sentía fatigado de tantos números y cálculos, pero se había refugiado demasiado en la administración como para recordar que existía un descanso.

Salió de su habitación y se internó en los niveles centrales del castillo, necesitaba estirar las piernas, despejar la mente. Anhelaba los jardines de su tierra, quizás un poco de aire libre de alimañas y malos olores, pero tenía una responsabilidad, y si la abandonaba su padre se lo reprocharía ahora más que nunca.

Aunque cansado y con ojeras adornando sus ojos, no quiso perder la cordura como sus familiares lo habían hecho, y al contrario de ellos, se negó rotundamente a sumirse en un llanto inacabable y ciego, por la persona que había fallecido. Adoraba a su madre, pero gracias al pequeño rey, jamás había podido disfrutar de ella mientras su niñez. En años anteriores, cuando Bromelia partió a la capital para cuidar de Tobias, él prefirió refugiarse en sus primas, su tía Acacia y las cientos de mujeres al servicio de Vine, mientras su hermano se convertía en la adoración de Lord Steven y su soberbio gemelo.

Dimitri no podía negar que había llorado por su madre tanto como para llenar un río, pero prefería hacerlo en privado y lejos de los mirones, ya bastante espectáculo hacían sus familiares en las reuniones provocadas por La Reina. Quiso estar en Cetus, presente en el acto fúnebre de la mujer que le había dado la vida, pero simplemente no estaba en sus planes, el mundo continuaba en la capital y necesitaba encarrilar a su familia antes de que siguieran convirtiéndose en el hazmerreír de Mirfak.

Estuvo caminando los Balcones Altos, una serie de pasillos con ventanas abiertas y de cara a los cuatro puntos de la ciudad. Era techado, con apenas par de habitaciones con sillas y cientos de hierbas sembradas y colgadas en jarrones para adornar. Allí el suelo estaba encharcado, y la lluvia se metía cuanto podían sus enormes gotas. había una brisa fuerte y remojada, y el horizonte se veía más neblinoso producto del agua.

Desde allí pudo apreciar todos los jardines del castillo, notando que su hermano lloraba acompañado por una mujer.

«Lady Florence», se dijo inquieto. Ella le regalaba par de flores a Steffan; una gladiola y una hortensia. Aquello no le gustaba para nada, su tío Alvar le había comentado que su hermano visitada con demasiada frecuencia a la princesa, y que esta parecía corresponder sus halagos en cada visita. Luego la vio consolando a su hermano en la coronación, en la despedida del carruaje de lady Bromelia, y ahora aquella imagen; un Steffan empapado y triste en los brazos de aquella muchacha.

«Está devastado ─pensó con un nudo en el pecho─, pero tengo que ubicarlo antes de que cometa una estupidez.»

Se quedó viendo la imagen desde el balcón techado, Florence le tomaba el rostro entre las manos, mientras sus pulgares parecían secarle las lágrimas. Se abrazaron nuevamente, la mano de Steffan demasiado baja para parecer posada en la espalda de la princesa.

─¡¿Mi lord?! ─Hectarios Mathers se sorprendió al verlo; descalzo, despelucado y con una bata de dormir─. ¿Qué hace aquí? Debe entrar al castillo, podría enfermarse.

─Tranquilo, Hec. Estoy bien ─contestó el muchacho aún viendo lo que sucedía abajo.

─¿Qué le ocurre, mi lord?

─Nada que no pueda resolver a tiempo.

Hectarios trató de llegar al borde del balcón, pero hacía demasiado viento, demasiada lluvia. Entonces lo vio levemente, Steffan y Florence abrazados.

─Mi lord, no había querido molestarlo debido a los problemas que atañen a la familia pero... ─el hombre dudó, no estaba acostumbrado a dar malas noticias─. Me pidió que vigilara a lady Fatsia y así lo he estado haciendo. Pero ya no puedo retrasar más mis noticias, usted debe saber lo que ocurre.

El Trono de BenetnaschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora