Capítulo 24

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    DANTE

        Cogí la cesta de frutas que el servicio había subido y leí la nota bien colocada entre las cañas de mimbre de la base. El señor Stziano nos invitaba a navegar en alta mar para después disfrutar de una deliciosa comida al aire libre en uno de sus viñedos.

    Miré esa nota con ceño. Hoy era nuestro último día en Italia, y aunque, después de la fiesta no habíamos salido mucho de la habitación del hotel… Bueno, prácticamente no habíamos salido nada de la cama. Tenía pensado pasar nuestro último día recorriendo calles, visitando museos y preciosas galerías de arte o perdiéndonos en los increíbles jardines que rodeaban la bella Italia.

    No obstante y muy a mi pesar no podía rechazar esa oferta, no después del numerito montado en su casa, un numerito que, dentro de todo lo malo, me había ofrecido una gran recompensa.

    Víctor Divoua ya estaba sobre avisado del comportamiento de Timothy hacia su hija, para mi sorpresa, el padre de mi mujer no se lo tomó muy bien y aunque no me lo terminara de creer, el contrato que tanto les iba a beneficiar se había roto. La empresa Divoua no trabajaría para el desgraciado de Tim.

    Con gran gratitud le ofrecí otro contrato mejor, le daría los mismos beneficios y Danatella trabajaría para mí, solo una minúscula parte del día, pero si lo suficiente para tenerla controlada. Otro beneficio seria Steal. William continuaría trabajando para Víctor pero en otros asuntos donde no se necesitaba la presencia de Dana.

    Bien para mí, mal para él.

    Cogí una manzana de la cesta y me la llevé a la boca mientras miraba la puerta entre abierta del cuarto de aseo, donde en ese mismo momento Dana se estaba dando un revitalizante baño.

    La tentación era incontrolable, solo el hecho de lo dolorida que estaba era lo único que obstaculizaba y me detenía a no entrar ahí dentro y lavar su cuerpo con mis propias manos.

    El solo pensarlo lo empeoraba más.

    Dirigí mi vista al lío en el que se había convertido la cama. Solo quedaba un colchón desnudo con una sábana mal tirada por encima. Me sonreí a mí mismo.

    Nunca había sentido tal complicidad con una mujer en la cama como la tenía con ella. Jugábamos al ratón y al gato, ninguno se rendía, al contrario, nos buscábamos como si fuéramos animales hambrientos, el sexo con Dana era desbocado, descontrolado, me convertía en un animal, en un cazador que lleva días sin comer y ella, siempre estaba lista para mí y mi desesperada verga.

     Saqué mi móvil y le hice una foto. Un recuerdo de ella, una imagen que siempre llevaría.

    Mia vita.

    Sonreí al recordar como mis manos se decidieron a despertarla. Durante una hora, una cortísima hora mis ojos habían estado atentos a su forma de dormir, a su forma de moverse, era inquieta, no paraba de dar vueltas, de gruñir cada vez que sus piernas se rozaban, yo también tenía los músculos doloridos, pero sí de sus labios hubiera salido el canto de que le hiciera el amor, mis quejas se podían haber ido al diablo, siempre estaba dispuesto a darle todo el placer que esa deliciosa boca me pidiera.

    Sin embargo no me había atrevido a tocarla hasta que el reloj de la torre dio la siguiente hora, solo entonces impulsado por las campanas, mis pies se habían puesto en movimiento acercándome a la cama y mi mano, atraída por su piel brillante se dispuso a tocarla. Mis dedos acariciaron su espalda en eses, luego habían bajado hasta la curvatura de la redondez de su trasero y sin poder evitarlo, lo ahuecaron. Danatella, somnolienta me miró y el detonante del deseo se reflejó en esos ojos grises, pero la siguiente mueca de dolor que reflejó su ceño me advirtió del estado al límite que se encontraba mi mujer. Así que, a regañadientes, quité mi mano de su trasero, atrapé la suya estirada en mi dirección y la metí en la bañera, ya preparada con anterioridad, para que se relajara.

Sabor a Coco (Colección Encadenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora