Capítulo 31

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    Una semana después me dieron el alta. Para mi sorpresa el hombre de hierro con el que me había casado no se despegó de mí ni un solo día. Cada mañana salía a comprar el periódico y me traía a escondidas, enrollado en el papel grisáceo escrito, una porción de pastel de chocolate. Después me servía todo aquello que me apetecía en ese momento, aun sin pedírselo. Con gran autoridad había mandado que me cambiaran de habitación porque esta no tenía unas agradables vistas al exterior, insistí en que me daba igual, pero él tan solo se evadió de mis quejas y finalmente fui trasladad a una de las mejores zonas reservadas para Vips del hospital.

    Me había mantenido evasiva, independiente y un poco fría, y aun así, él se quedaba a mi lado, escuchando mis quejas cuando me curaban, callándome cada vez que trataba de insultar a mi amiga la carnicera, cuya zorra le hacía ojitos a Dante y pasaba más de lo debido por la habitación para saber cómo estaba con una sonrisa que solo le dedicaba a él.

    Mi rabia tras irse ella era comprensible, la mofa de Dante no.

    Dejando a un lado esas escenas, el resto era de lo más raro. Su comportamiento conmigo era diferente, agradable, cuidadoso y muy protector.

    ¿Realmente estaba cambiando por mí?

    Me hice esa pregunta mil veces. Llegué a pensar que todo se trataba de mi imaginación por desear que fuera real, pero era real, estaba sucediendo.

    Siempre estaba conmigo, exceptuando cuando las visitas comenzaban a dar su entrada. Desde mi padre, mis hermanos, Dalif, Ama, hasta mis compañeras de trabajo del restaurante, me visitaban y acudían con algún detalle que ya camuflaba casi toda la habitación, Maddox había hecho tantos viajes por llevarse cada cosa que perdí la cuenta a la mitad. El resto del día Dante permanecía a mi lado, aunque casi no habláramos y en algunos ratos él se dedicaba a contestar llamadas de teléfono asociadas simplemente con su trabajo, pero cada vez que me giraba me lo encontraba mirándome con unos ojos que me quemaban, como ahora.

    Por fin iba a conocer a la familia Le-Blanc. La madre de los hermanos celebraba una fiesta, un coctel a media mañana. Había puesto más interés de lo normal en estar lo más presentable posible. Mi brazo continuaba vendado y las costras de las heridas de las piernas se veían más llamativas que nunca, igualmente no tenía tan mal aspecto, o al menos no de cintura para abajo, ya que las heridas de mi cara ya habían desaparecido casi todas y las que no, estaban camufladas bajo un pegote de maquillaje.

    Milagro del avance mundial.

    Me miré en el espejo una última vez y sin darme cuenta me toqué el estómago. Sentí una pequeña presión en el pecho que me venció hacia delante.

    Sabía que tenía que contárselo, pero no encontraba el momento oportuno y el solo pensar que se lo estaba escondiendo después de como se había portado conmigo toda esta semana me hacía parecer una bruja a su lado.

    No estaba segura de querer ser madre tan pronto, como no estaba segura de que Dante lo entendiera o aceptara de buen agrado este embarazo.

  -¿Dana? –Unos toquecitos en la puerta cerrada señalaron la impaciencia de mi marido.

  -Ya salgo.

    Abrí el grifo y deseé meter la cabeza por debajo del chorro de agua fría, finalmente metí una mano y me mojé la nuca, después respiré con exageradas exhalaciones y salí fuera.

    Dante me esperaba en medio de la habitación elegantemente vestido, parecía haber salido de la portada de una revista, su apariencia me robó la respiración y algo más. Después de verlo con tejanos y camisetas toda la semana, un traje chaqueta claro hacia que pareciera un maldito dios del olimpo bajado de los cielos para torturarme. Dante me dedicó una amplia y deliciosa sonrisa de las suyas, una ladeada, segura y creída, sabía que me gustaba lo que veía y no se cortaba ni un ápice en demostrármelo. Retiré la mirada sin poder evitar el ponerle los ojos en blanco y una prenda en la cama, bien colocada llamó mi atención.

Sabor a Coco (Colección Encadenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora