Capítulo 26

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DANTE

    El sonido de la lluvia al repiquetear en la ventana me despertó actuando de forma activa para todos mis sentidos. Abrí los ojos para encontrarme con un cielo encapotado y oscuro, un día gris. Alargué mi mano, arrastrándola por las sabanas  para poder tocar a Dana, pero tan solo el frío vacío sentí en mis dedos. Giré mi cabeza y efectivamente, Dana no estaba en la cama, es más, su cuerpo llevaba rato sin calentar ese trozo. Me incorporé con los codos y observé detalladamente cada rincón de la habitación, no se notaba su existencia, ni siquiera llegaba a oler su aroma por la estancia, y el baño estaba completamente a oscuras, sin señal alguna de que alguien estuviera en su interior.

    Aturdido y sintiendo como mi corazón se iba acelerando me levanté y me puse una camiseta con unos pantalones tejanos que habían tirados encima de un diván.

  -¿Dana?

    La llamé mientras salía de la habitación. Comprobé cada estancia de la parte de arriba mientras continuaba llamándola cada vez más alterado, no había rastro de ella. Bajé al piso de abajo y la soledad reinante gobernaba el lugar como si se tratara de una habitación del pánico.

  -¿Danatella? –Insistí pero nadie me contestó, solo mi propio eco con su nombre ya distorsionado.

    Mi último recurso fue comprobar la cocina, tal vez si había un plato sucio o una taza en el fregadero, me dieran la prueba de que ella simplemente había salido a dar una vuelta, actuando imprudentemente ya que la lluvia cogía fuerzas con cada trueno que explotaba en el cielo, pero en el ambiente no había ningún un aroma a café recién hecho, ni tostadas, ni a nada.

    Ni ella estaba.

    La angustia comenzó a apoderarse de mí, mi corazón ya no latía a un ritmo normal y mi pulso estaba haciendo estragos en mi forma de pensar.

    ¿Me había abandonado?

    Dana se había marchado, en la noche, mientras yo dormía, pero… ¿Por qué?

    Actuar con rapidez.

    Tenía que ponerme en movimiento, hacia pocas horas que había amanecido, no podía andar muy lejos…

    ¿Y si me equivocaba y ya estaba fuera del país?

    Dana no era mucho de echar raíces, así me lo había advertido su padre. Ella se consideraba a sí misma un espíritu libre, un caminante del mundo, una mujer con ganas de vivir cada día con demasiada intensidad, pero, según ella, yo le había quitado esa ilusión, su luz…

    ¿Y si había hecho alguna tontería?

    ¿Y si le había sucedido algo?

    Sacudí la cabeza y me puse en marcha. Danatella estaría bien, o al menos hasta que yo la encontrase.

    Cogí el móvil que dejé la noche anterior encima del mueble del televisor y marqué, marcación rápida, su número.

  -El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura…

  -Mierda. –Me quejé y de nuevo lo intenté.

  -El móvil al que llama…

  -¡Joder!

    Bufé unas cuantas maldiciones más, unos cuantos tacos donde lo más bonito era el simple sonido de “la o el” y me senté en el sofá, justo en el lugar donde encontré a Dana durmiendo, acurrucada en una esquina, tapada con la manta, tan vulnerable, tan frágil como una muñeca de porcelana, haciendo un delicioso mohín en sus labios, unas carnes que había tenido la intención de besar hasta que ella había comenzado a susurrar…

Sabor a Coco (Colección Encadenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora