Capítulo 23

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    Había entrado en la habitación detrás de él por mi propio pie. Había seguido sus pasos en silencio con miedo a entrar en un callejón sin salida, y mis temores se hicieron realidad, cuando, Dante, detrás de mí cerró la puerta.

    Noté su mano, como si fuera hierro ardiendo agarrar mi muñeca y tirar de mí con fuerza, haciéndome retroceder hasta dejarme empotrada de espaldas a la pared. Otra vez, arrinconada, con su cuerpo pegado al mío y con mi respiración a mil por hora. Sentí peligrosamente como la electricidad me lanzaba a un viaje fuera de mi cuerpo.

    Sus ojos eran el intenso verde de una hoja en primavera cuando me miró atentamente, con decisión, y entonces comprendí lo que iba a suceder.

    Me besó.

    Y no fue un beso dulce ni fue violento. Fue un beso marcando a fuego lento mis labios, presionando, lamiendo, concentrándose en el puro deseo de venerar mi boca, como si deseara dejar su firma en ellos y borrar las huellas de Timothy. Era posesivo, limitaba mi respiración como la suya. Lo escuché gruñir de forma animal mientras esas manos que se habían convertido en diez, amasaban mi cuerpo como si crearan figuras de barro.

    ¡Error!

    El grito lo lanzó mi mente nada más nuestros cuerpos se amoldaron el uno al otro, tan pegados que de pronto noté su erección restregándose contra mis caderas. Todos mis nervios se pusieron en alerta.

    Consciente cien por cien de lo que hacía, comencé a buscar sus manos, una estaba en mi nuca y la otra en mi cintura, y lo agarré con fuerza por las muñecas. Mis uñas encontraron la dureza de sus músculos, y sin contemplaciones, apreté y las retiré.

  -No. –Dije buscando la forma de dar aire a mis pulmones.

  -No me rechaces Danatella, ahora…

  -No. –Insistí con la voz más clara.

  -Ni se te ocurra…

  -¿Me vas a obligar como lo ha hecho Tim?

    El efecto fue el deseado, pero no tanto al ver su rostro. La descomposición de un golpe invisible en la parte baja del estómago lo retiró de mí, lo obligó a echarse hacia atrás trastabillando igual que un borracho, lo único que Dante no estaba borracho, solo, y tal vez me equivocaba, herido.

    Sentí inmediatamente un remordimiento en mi pecho, un dolor interno que me obligó a bajar la mirada y apretar mis puños.

    Recuerda Dana, solo recuerda y todo pasará.

    Con el pulso temblando y mi mirada fija en el suelo avancé por toda la habitación hasta chocar mis rodillas contra el somier de la cama. Alcé la vista y no pude evitar mirar ese lecho blanco, bien hecho con dos bombones en la almohada y una Amapola descansando en el centro junto a una cajita plateada con un delicado lazo adornándola.

    Dudé al ver eso último, ya que de todo, era lo que menos encajaba.

  -No me compares con esa rata Dana. Yo no soy ni de lejos como Parker. –Su voz, ese sonido teñido de ira me devolvió al motivo de mi mal estar.

  -Pues te comportas como él. –Lo acusé.

  -Mide tus palabras Dana. –Había una nota de advertencia en esa grabe voz. -Deja de incitarme. –Dijo furibundo.  -Estoy a punto de marcharme y buscar al bastardo de Timothy para terminar lo que hemos comenzado. -La decisión que había en su voz era inquebrantable. Me incitó a mirarlo pero, cuando me giré no pude verlo.

Sabor a Coco (Colección Encadenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora