Carta V

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Los cambios del día conllevan tus expresiones, tus sonrisas durante las bromas iluminan tu mundo, mi mundo sin tu alegría no se complementa como lo hacían antes, antes que te destruyera y me perdiera a mí.

Tu dulce amor perdido, eras así, vivas y alegre en el mayor campo, eras así estando a mi lado. Incluso me llegué acostumbrar a eso, incluso sabiendo que yo no te merecía, incluso aferrándome a la mentira que formaba para que te quedarás a mi lado.

No sé en qué día estoy, no sé qué ha sido de mí este tiempo, porque no soy el mismo, no desde que te perdí.

Andrea, te amo.

Te amo tanto, que me he perdido, me he enterado que te casas ¡Te casas, maldita sea! He perdido, te perdí para siempre y hay un secreto que tú desconoces de mí.

Un desesperado y desolado, Daniel.

(***)

Bebió el final de su copa de Whisky y estrelló el vaso contra la pared.

Un gran estruendo se escuchó, pero fue ahogado por un grito lleno de furia y desesperación, para luego hacerle compañía unos sollozos de dolor.

Su mente estaba perdida, vacía y llena de recuerdos tormentosos.

Se reprochaba el hecho que jamás pudo entregarle las cartas.

No había tenido oportunidad de enseñarle su mundo, no había tenido tiempo a defenderse, todo había sido en vano. Por eso ahora no le estaba contando su historia, solo sus pensamientos.

— ¡Miranda! — grito mientras se intentaba colocar de pie.

Su estado se lo impidió.

Tenía una oportunidad, tenía una ventaja y la iba a aprovechar.

¿Señor? — pregunto su secretaría entrando a su despacho.

Se asustó al verlo.

Tenía el traje desarreglado, sus ojos hinchados y la nariz roja, había llorado. Una vez más había llorado, ella había perdido la cuenta de cuantas veces lo había visto derramar lágrimas silenciosas y las veces que se quedaba perdido viendo al vacío con la mirada triste, él no era así.

El jefe prepotente y canalla que había conocido había desaparecido, ahora solo era un hombre guapo con la mirada perdida y triste, había cambiado desde el día que ella misma entregó unas cartas, se arrepentía de haberlo hecho. No le gustaba verlo así, si hubiera sabido que el contenido de ellas lo pondrían así, jamás se las hubiera dado.

Y de eso ya un año.

— Envía esas cartas — dijo enseñándole un paquete que estaba sellando. La joven de acerco y espero a que el escribiera los detalles. — Quiero que lleguen hoy mismo a Madrid ¡Hoy, no otro día!

— Señor, eso es casi imposible — respondió asustada.

— ¡No me importa! Ese es tu trabajo, mueve cielo, mar y tierra y si no es posible véndele tu alma al mismísimo demonio, pero quiero esas cartas para ya, en Madrid.

La joven asintió.

Tomo el sobre y salió de la oficina mientras se regañaba por haberse comparecido de él, seguía igual de mandón.

Después del Adiós. (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora