Capítulo 1

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Aure

Sentí un cosquilleo en mis ramas y cuando miré había un petirrojo construyendo un nido. Terminé de despertar y me separé de mi árbol. Miré la bolsa que algún niñito de primaria había dejado entre mis ramas, la cogí y la boté. Luego me asomé a la ventana junto a mi árbol. En una esquina estaba el chico nuevo. Tenía un aura de poder extraña. Sus ojos eran como la miel, pero parecían calentar y sus dientes eran tan blancos que resplandecían cuando sonreía. Había llegado hacía una semana y me había agradado desde que lo vi. Primero… bueno… porque era muy guapo y simplemente destacaba, sin lugar a dudas, segundo, porque para ser un chico con ADHS tenía algo extraño, más parecía… prefería no creerlo...  y por último porque me cuidaba. Cuando estaba solo en el recreo se me acercaba, limpiaba discretamente mis hojas, recogía la basura y a veces, cuando el pasto y la tierra a mi alrededor estaban muy secas, echaba la mitad de su botella de agua.

Creo que no le he dicho explícitamente, soy una dríade, una ninfa, un árbol, mejor dicho, soy un laurel.

Andreas

 Intenté leer lo que decía en la pizarra pero finalmente me rendí. Las palabras parecían volar y cambiar de sitio justo cuando estaba a punto de entender. Me aburrí y me quedé mirando por la ventana. Justo bajo la ventana está el árbol, ese laurel. No sé cómo se que es un laurel, solo… lo sé. Desde mi sitio podía ver la copa y las hojas brillando bajo el sol. Era precioso. Entonces divisé a un petirrojo entre sus ramas, armando un pequeño nido. Podría jurar que en ese momento el laurel se estremeció, como si tuviese coquillas. Sonreí. Adoraba ese árbol. Era tan extraño… era un sentimiento que aparecía tener años... siglos…  Simplemente lo adoraba, así como adoraba el sol.

Entonces la vi, otra vez. Era hermosa, con grandes ojos negros brillantes, pelo largo acaramelado, largo y ondulado, mejillas pálidas… Hubo unos instantes en los que nuestras miradas se encontraron y se sonrojó ¿O sería mejor dicho se averdó? No como si estuviese enferma, para nada, le queda bien incluso… pero… sus mejillas no se pusieron rojas, sino verdes, como las hojas del laurel. Me quedé pensando en eso hasta que me di cuenta que había desaparecido nuevamente. Había algo en ella que me cautivaba.

AureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora