Capítulo 14

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Andreas

Sus ojos brillaron de la emoción, sonrió de una manera… que era imposible no alegrarse con ella. Detrás de ella el árbol comenzó a erguirse, recuperar y superar su belleza anterior.

-Hablé con Quirón –le conté –y me permitió trasladarte acá. Así estarás con otras dríades y a salvo en el campamento.

-¿Trasladarme? –pareció dudar -¿enserio? –sonrió entusiasmada.

-Yo me encargo –le aseguré.

Empezó a ponerse borroso.

-¡Voy a ir! –le prometí nuevamente antes de que su imagen desapareciera por completo.

-¿Qué haces aquí muchacho? –el señor D (sí, ya había tenido el “placer” de conocerlo) me miró furioso.

Preferí no decirle nada que pudiera enfadarlo más, sabía que estaba triste por la muerte de su hijo.

-Disculpe señor D, terminaba de… Estaba mandando un mensaje Iris.

-¿Y por qué aquí? –su voz tenía un tono peligroso.

-Porque… -no sabía que decir.

-Porque yo lo dejé –Quirón me defendió mientras entraba.

 El señor d se retiró regañando.

-¿Y? ¿Qué te dijo? –me preguntó el centauro.

-Se alegró –contesté suponiendo que hablaba de Aure y no del dios del vino.

-Lo supuse… Bueno, ven conmigo.

Me paré con algo de dificultad. Seguí a Quirón hasta la cabaña de Apolo y la miré fascinado.

-¿Me quedo aquí?

-Claro, creo que ya estás bien y me imagino que preferirás esto a la enfermería.

Asentí.

-¡Quirón! –Percy Jackson se acercó rápidamente.

-Percy… ¿Qué sucede? –respondió el centauro.

-Ah… perdona –me dijo Percy al llegar junto a nosotros.

-Está bien –respondí –yo… voy a buscar a Michael.

Entré a la cabaña. Era bastante amplia y no tan desordenada. A un lado había una estantería llena de libros de… me acerqué… poemas, haikus (¿qué será eso?) y montones de papeles probablemente de otros chicos de la cabaña. Las camas estaban muy ordenadas y encima de cada una, o de la mayoría, colgaba un arco y un carcaj lleno de flechas que serían del dueño de la cama.

-Andreas, pasa, ven aquí –una chica rubia, con cabellos dorados como el sol (lo que tenía sentido) me hizo una seña para que me acerque –soy Alex.

-¿Alex?

-Sí, bueno, Alexandra, pero me gusta Alex. Michael ha salido, lo de Lee le ha caído especialmente mal –se le humedecieron los ojos.

-Ah… -me quedé mirándola sin saber bien qué hacer.

-Yo te ayudaré –se secó rápidamente las lágrimas –Mira, esta de acá –me llevó casi al fondo de la habitación – es tu cama, puedes colgar tu arco aquí, los escritorios están por aquí, ya sabes, por si te provoca escribir algún poema, los libros de medicina están acá y tu ropa la puedes guardar ahí.

Mientras hablaba caminó por toda la cabaña señalando a lo que se refería. Me quedé contemplando todo.

-¿Vamos?

-¿Qué? ¿A dónde?

-A pasear, mostrarte el campamento… Tenemos lecciones de arquería en dos horas. Deberíamos aprovechar.

-Claro, vamos, pero… tengo algo que hacer en tres horas…

-No te preocupes –me sonrió –yo me encargo de que llegues a tiempo.

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